Laura Gutman es una prolífica escritora, terapeuta e investigadora de la conducta humana que ha publicado varios libros relativos a la infancia, la maternidad, la paternidad, las adicciones y la violencia social.
Fue protagonista de una polémica nacional cuando, en 2014, escribió un artículo titulado “La sistematización del abuso sexual sobre los niños”, al que muchos especialistas salieron a criticar ácidamente. Ella, no obstante, defendió aquel escrito y explicó a través de diversas entrevistas que se habían tergiversado y malinterpretado sus palabras. A dos años de aquel episodio, Gutman continúa produciendo y se ha convertido en una de las autoras de referencia mundial en el ámbito del estudio de la infancia y las consecuencias del desamparo materno.
Prolífica como pocas, la autora ha escrito, entre otros, los siguientes títulos: “La maternidad y el encuentro con la propia sombra”, “La biografía humana”, “Puerperios y otras exploraciones del alma femenina”, “El poder del discurso materno”, “Amor o dominación, los estragos del patriarcado”.
Tras años de asesoría personalizada, se dedica a enseñar la metodología de la “biografía humana”, tanto en Buenos Aires, donde reside, como en diferentes países (España, México, Brasil, Chile, Uruguay y Colombia).
Ahora, acaba de publicar un nuevo libro: “Qué nos pasó cuando fuimos niños y qué hicimos con eso”, de editorial Sudamericana. Aquí, una charla sobre los pormenores de esta nueva entrega.
-¿Si hemos padecido malos tratos, luego vamos a perpetuar esa violencia sobre nuestros hijos?
-Creo que en la pregunta ya está implícita la respuesta. Esto es un carrusel que no para de girar. Nuestros abuelos han padecido niveles de violencia atroces, luego han criado a nuestros padres con esas discapacidades a cuestas, con sus reacciones y sus furias. Una generación más tarde, nuestros padres nos han criado tratando de resarcirse ellos por sus propias carencias, dejándonos a nosotros carentes de sustancia materna.
Hoy en día, algunos de nosotros estamos criando niños pero, aunque tenemos buenas intenciones, la cosa no funciona: queremos tener una vida confortable, pretendemos que no nos molesten, anhelamos hacer lo que nos gusta, queremos dar prioridad a nuestras necesidades.
¿Tenemos razón? Todos tenemos razón desde los personajes, es decir desde los refugios infantiles en los que nos hemos amparado y desde los cuales aún estamos reclamando amor materno. ¿Hay solución? Sí. ¿Qué podemos hacer? El primer paso sería dejar las buenas intenciones en paz y dedicarnos a averiguar qué nos pasó, para comprender nuestros arrebatos, nuestra impaciencia, o los valores que defendemos, como si tuvieran alguna importancia. Luego, hay un largo camino para recorrer, descrito en varios de mis libros.
-También relacionás el problema de las adicciones como fruto de las carencias infantiles, ¿verdad?
-Sí, claro. Esto está descrito en uno de mis libros. Todo ese caudal de nutrición y sustancia materna que no hemos recibido cuando fuimos niños, luego lo compensamos introduciendo lo que sea para calmarnos (del desamor primario). No importa si nos calmamos con drogas duras, con alcohol, comida, psicofármacos, actividades, dinero, azúcar o aire (sí, el asma también es un mecanismo de incorporación desesperada). Ninguna sustancia nos va a calmar el agujero emocional que sentimos por dentro.
En cambio, lo que sí podemos hacer hoy es iniciar un camino de indagación personal que nos permita comprender qué fue lo que nos pasó, para tener plena conciencia de esa falta y hoy darnos cuenta de que ya no es tiempo de llenarla, sino que es tiempo de amar, incluso si no fuimos suficientemente amados.
-¿Por qué proponés volver a la propia infancia para comprender a nuestros hijos?
-Eso que nos pasa hoy con nuestros hijos es consecuencia de nuestras propias experiencias infantiles. Por eso, necesitamos averiguar qué nos pasó, antes de intentar comprender al hijito que hoy nos reclama. La “biografía humana” ayuda. Se parece más al trabajo de un detective que al trabajo de un psicólogo, porque no nos interesa nada lo que “dice” el consultante, ni el punto de vista de la madre, sino el punto de vista del niño que nuestro consultante ha sido.
Luego tratamos de observar qué mecanismos de supervivencia ha utilizado ese niño para sobrevivir al desamor. Y luego cómo siguió funcionando en automático a lo largo de la vida, buscando resarcir esa falta primaria, y dejándolo incapaz de amar a su prójimo. Todo esto dicho de un modo demasiado resumido. Para saber más, recomiendo todos mis libros.
-¿Qué podemos rescatar de la maternidad en el pasado más o menos inmediato?
-Me parece que del pasado inmediato es poco lo que podremos rescatar. Es verdad que nuestras abuelas o bisabuelas parieron en casa y con suerte amamantaron a nuestros padres. Pero me parece que ahí se acaban las ventajas.
El nivel de represión sexual, sometimiento, ignorancia y por lo tanto de violencia en el que han vivido, nos permite comprender de qué aridez emocional provienen nuestros padres y cuánto de esa distancia emocional, desequilibrio o abandono han trasladado nuestros padres sobre nosotros. Lamentablemente no hemos nacido de un repollo. Somos consecuencia directa de generaciones nacidas y crecidas en el desamor.
-Te han tildado de polémica, ¿por qué?
-Qué sé yo. Se dice cada cosa de mí... Entiendo que cuando hemos tenido infancias horribles, muchas personas pretendamos matar al mensajero. Podemos hacerlo, pero nuestras infancias igual seguirán siendo horribles. Mis escritos tocan el alma de todos nosotros. Nos dan alivio. Nos ordenan. Ponen palabras a sentimientos antiguos y relegados. No bajo línea.
No estoy a favor ni en contra de nada. No juzgo. No tomo partido. Todo lo contrario, pretendo ofrecer un sistema para comprendernos a nosotros mismos -cada uno en su especificidad- y luego tener la autonomía emocional para decidir hacer lo que querramos con nuestras vidas.
Dice la autora
Transcribimos aquí, un breve fragmento de este nuevo libro que acaba de editar Laura Gutman.
Transcribimos aquí, un breve fragmento de este nuevo libro que acaba de editar Laura Gutman.
“Comparto con los lectores mi evidencia más tangible: las criaturas humanas precisamos, durante toda nuestra infancia y adolescencia, ser amadas por nuestra madre, o por una persona maternante a través de sus cuidados amorosos, hasta que estemos en condiciones de valernos por nosotros mismos. Aunque nuestra civilización proponga todo lo contrario. Aunque gran parte de nuestras madres -a pesar de haber tenido buenas intenciones- no han sabido cuidarnos, no han podido protegernos, no han vibrado al unísono con nuestras percepciones, no han sentido nuestros obstáculos ni han acompañado el despliegue de nuestro ser esencial. ¿Por qué? Porque a su vez ellas mismas fueron alejadas de su propia interioridad, dentro de un encadenamiento transgeneracional antiguo. Por lo tanto, nos costará mucho esfuerzo convertirnos en personas amorosas.
“Por eso, mi preocupación reside en encontrar recursos para amar a los niños. Sabiendo que, para amarlos, antes tendremos que reconocer qué nos pasó cuando nosotros mismos fuimos niños. Si no abordamos nuestra realidad afectiva, nuestros agujeros, nuestras necesidades no satisfechas y nuestros miedos, no podremos dar prioridad a las necesidades genuinas del otro.
“Parece una propuesta sencilla, pero no lo es. Porque todos los adultos somos -en mayor o menor medida-niños lastimados. Y si no lo reconocemos, reaccionamos automáticamente quemados por el dolor. ¿Tenemos la culpa? No. ¿Somos responsables? Sí.
“(...) No hago este trabajo para que me quieran. Lo hago porque es el propósito de mi vida: quiero transmitir algo que sé y además sé que es verdadero: los niños nacemos buenos, amorosos, perfectos y listos para amar. Los adultos precisamos estar al servicio de los niños y no al revés. No hay motivos para intentar rectificar a los niños, tampoco es necesario educarlos, sino todo lo contrario: necesitamos ser guiados por ellos. Sin embargo, todos suponemos lo contrario. La vida cotidiana está organizada de modo tal que los niños se tienen que adaptar a las necesidades de los adultos, en lugar de que los adultos tomemos decisiones según las necesidades de los niños. Ahí está el nudo invisible y depredador de nuestra civilización. El patriarcado precisa niños hambrientos y furiosos para luego convertirlos en guerreros sangrientos y voraces. En cambio si quisiéramos hacer algo diferente, amaríamos a los niños para generar una civilización solidaria y ecológica.”