Hubo un tiempo y un espacio en el cual la salud y el manejo de la reproducción y la sexualidad eran asuntos de la vida comunitaria, que se encontraban principalmente en manos de las mujeres con más experiencia y con una herencia de saberes transmitidos y profundizados de generación en generación. Las transformaciones históricas, culturales, sociales, económicasy políticas fueron erosionando y hasta persiguiendo esos vínculos y esos saberes de sanación. A medida que la medicina fue logrando ocupar el lugar central en cuanto a los saberes sobre el cuerpo y sus procesos, otros conocimientos y otras formas de cuidado de la salud fueron desplazados y degradados.
Hoy en día, el seguimiento médico del embarazo y el parto institucional aparecen como algo inevitable, como la mejor forma de tramitar los procesos reproductivos. Sin duda, los conocimientos médicos han sido cruciales para salvar vidas de mujeres y niños/as. Sin embargo, como han documentado investigadoras tales como Marcela Nari, Alejandra Correa y Valeria Fornes, la atención de los embarazos y partos en el sistema sanitario tuvo más de imposición por parte del estado que de demanda de acceso por parte de las mujeres. Vale destacar que la insistencia en la hospitalización de los partos, tanto en nuestro país como en muchos otros, se dio antes de que se conocieran y difundieran los principios de la asepsia, lo cual llevó a un periodo extenso en que las tasas de mortalidad relacionadas con sepsis fueran más altas en los hospitales que en los partos domiciliarios asistidos por parteras. No sorprende que en esta historia de imposición de un modelo de atención y de destitución de todos los demás, se pudieran instalar múltiples formas de violencia que están arraigadas en -e inclusosostienen- la actual organización de los servicios.
Fragmentación y despersonalización como formas de violencia
Al ingresar al campo institucional, la atención de los procesos reproductivos perdió dos aspectos fundamentales que las comadronas-sanadoras habían sostenido: la continuidad de cuidados y el reconocimiento de la singularidad de cada mujer, cada embarazo, cada parto. El modelo tecnocrático del nacimiento, como lo llama la reconocida antropóloga de la reproducción Robbie Davis-Floyd, se basa en los principios de separación y fragmentación: descomposición del individuo en partes, división del proceso reproductivo en elementos constituyentes, disociación de la experiencia del nacimiento del flujo de la vida, y separación entre el cuerpo y la mente. Un ejemplo muy claro de los efectos de la fragmentación en nuestro sistema sanitario es que, a diferencia de la cantidad de recursos y tiempo que se dedica al control de embarazo, existe una escasez o ausencia de servicios para el puerperio, es decir, el periodo posterior al parto, en el que muchas mujeres transitan momentos de infinito cansancio, dudas, dolores, y a veces complicaciones que serían mucho más llevaderos con la asistencia apropiada. También es importante resaltar que en el sistema público de salud y en algunas obras sociales, las mujeres no reciben acompañamiento continuo por parte de un/a profesional o un equipo de salud, ya que los embarazos son atendidos en centros de salud y los partos en hospitales, por distintos/as profesionales. Esto va en detrimento de la posibilidad de desarrollar vínculos estrechos y de confianza con quienes realizan el acompañamiento.
Esto último se relaciona también con las dificultades que enfrentan las mujeres a la hora de posicionarse como personas singulares, únicas,durante sus embarazos, partos y puerperios. Las instituciones sanitarias están regidas por lógicas de administración en las cuales los recursos materiales y humanos, los tiempos y los espacios deben ser eficazmente usados. Una de las herramientas que permiten esta racionalización de los recursos es la estandarización, que se da a través del uso de la estadística en pruebas médicas, de la evaluación de riesgos, de la creación de protocolos de atención y el uso de formularios prefijados y acotados para registrar los datos de la historia clínica. En esta marea de números y categorías, generalmente se pierde la individualidad de cada mujer y sus hijos/as, se pierde su historia, su identidad, su experiencia, sus deseos, sus necesidades. Así es como decisiones que afectan profundamente las vidas de las mujeres y sus familias, tales como la inducción del parto, muchas veces se toman en base a prioridades institucionales que apuntan al ahorro de recursos y tiempos.
El parto como rito de paso: mensajes culturales que exigen sumisión
La antropóloga Robbie Davis-Floyd también ha analizado detenidamente los mensajes culturales que se transmiten a las mujeres como parte de la atención sanitaria de los procesos reproductivos. Ella sostiene que a pesar de sus pretensiones de rigor científico y superioridad, el sistema médico occidental está menos basado en la ciencia que en su contexto cultural: muchas de las prácticas que se realizan rutinariamente en hospitales y otros centros de atención, y que se enseñan sistemáticamente a las nuevas generaciones de profesionales, tienen un sentido cultural más que una explicación científica. El parto, según esta autora, funciona como eso que la antropología ha denominado “rito de paso”, es decir, una serie de rituales que apunta a trasladar a las personas de un estado o estatus social a otro, transformando tanto la percepción de la sociedad con respecto al individuo/a como la propia percepción de sí mismo/a. Estos rituales se encargan de alinear el sistema de creencias de los/as individuos/as con el de la sociedad, asegurándose de que sus principales valores sean incorporados de manera profunda por los/as participantes.
En nuestras sociedades occidentales, el parto institucional, como ritual de paso, está organizado de modo tal que pueda transmitir dos valores centrales de nuestra cultura contemporánea: una fuerte confianza en la ciencia y la tecnología, y una exigencia de sumisión de las mujeres. A través del parto, a las mujeres se nos enseña que nuestro cuerpo es poco confiable, que no nos pertenece, que los/as profesionales, armados con su conocimiento científico y sus herramientas tecnológicas, son quienes pueden tomar las mejores decisiones. Cada parte del ritual transmite y refuerza el mensaje. De este modo, la episiotomía (corte en la vagina de la mujer para agrandar el canal de parto)rutinaria, por ejemplo, simboliza la incapacidad del cuerpo que pare, que debe ser “ayudado” para dar paso al nacimiento.
El rito, en palabras de Davis-Floyd, apunta a contener y controlar lo inherentemente transformador que hay en el nacimiento, para convertir a la mujer que pare en una “madre”, según el modelo de maternidad que se exige en nuestra cultura: una mujer abnegada, sacrificada, para otros/as, capaz de renunciar a sus propios deseos y necesidades, una mujer cuya identidad individual se desvanece.
Recuperando el poder y abriendo nuevos caminos
Los movimientos feministas y de mujeres han luchado por ponerle nombre y visibilizar las muchas formas de violencia contra las mujeres que han sido naturalizadas en nuestras sociedades. En los últimos años, han surgido en nuestro país varias iniciativas que se organizan en torno a la violencia obstétrica. En Mendoza, existen dos iniciativas de este tipo: Alumbra, una agrupación a favor de los derechos y deseos de las mujeres en sus procesos reproductivos,y el Observatorio de Violencia Obstétrica, la versión provincial del que funciona a nivel nacional (las dos organizaciones cuentan con páginas en Facebook). La lucha y la preocupación social por la temática han dado como resultado leyes que amparan los derechos de las mujeres y sus criaturas durante sus experiencias reproductivas(ver recuadro). Sin embargo, estos derechos siguen sin ser ampliamente difundidos y respetados por parte de las instituciones y los/as profesionales de la salud. Es por eso que sigue habiendo mucho camino por transitar y la necesidad de cambios profundos en las instituciones, no solamente en cuanto a la sensibilización sobre estos temas, sino a una verdadera re estructuración de las prioridades que disponen la distribución de recursos, tiempos y espacios para la atención de los procesos reproductivos.
Adrienne Rich, una de las investigadoras más apasionadas sobre las experiencias de maternidad, estaba convencida de que cambiar la experiencia del parto significa cambiar la relación de las mujeres con el miedo y la sensación de vulnerabilidad e impotencia, superar la alienación de nuestros cuerpos y adquirir una noción de nuestro poder. El tipo de poder que Rich propone no es el que conocemos en nuestras sociedades, un poder que se ejerce sobre otras personas, sino el poder de transformación, poder sobre la propia vida, sobre el propio cuerpo. De esta manera, podremos parir en autonomía y libertad, creando no solamente niños y niñas sino también las visiones para un mundo más justo y hacia vidas más plenas.
¿Qué dicen las leyes que amparan los derechos durante el nacimiento?
La Argentina cuenta desde el 2004 con la Ley Nacional 25.929 de “Derechos de padres e hijos durante el proceso de nacimiento”. La misma establece, entre otras cosas, que toda mujer tiene derechos relacionados con el embarazo, el trabajo de parto, el parto y el postparto, entre los que se encuentran el derecho a ser informada sobre las distintas intervenciones médicas que pudieren tener lugar durante esos procesos de manera que pueda optar libremente cuando existieren diferentes alternativas, a ser tratada con respeto, y de modo individual y personalizado que le garantice la intimidad durante todo el proceso asistencial y tenga en consideración sus pautas culturales, al parto natural, respetuoso de los tiempos biológico y psicológico, a no ser sometida a ningún examen o intervención cuyo propósito sea de investigación, salvo consentimiento manifestado por escrito, a estar acompañada por una persona de su confianza y elección durante el trabajo de parto, parto y postparto, etc.. Esta ley fue reglamentada en 2015, por lo cual no quedan pretextos para postergar su aplicación.
En sintonía con lo anterior, la Ley 26.485 de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales, sancionada en 2009, reconoce a la violencia obstétrica como una modalidad específica de violencia contra las mujeres y la define como “aquella que ejerce el personal de salud sobre el cuerpo y los procesos reproductivos de las mujeres, expresada en un trato deshumanizado, un abuso de medicalización y patologización de los procesos naturales, de conformidad con la Ley 25.929”