Por Carlos Sachetto - Especial para Los Andes
La confirmación de la necesidad de una segunda vuelta electoral para definir al próximo presidente no es sólo una prolongación de la incertidumbre por cuatro semanas, sino la expresión de una nueva realidad política que se venía insinuando. Que además Mauricio Macri igualara a Daniel Scioli en el conteo general del país, y María Eugenia Vidal le ganara a Aníbal Fernández en la provincia de Buenos Aires, es un vuelco categórico, de esos que cambian la historia.
Siguiendo la expresión acuñada por la presidenta Cristina Fernández, acá tampoco parece haber magia. Después de doce años de ejercer el poder de manera hegemónica, el kirchnerismo no pudo asegurarse el triunfo en primera ronda, y recibió a modo de cachetazo un fuerte mensaje de la sociedad. Queda claro que la confrontación permanente y el autoritarismo ya no cotizan como actitudes seductoras del electorado porque hay un agotamiento de la tolerancia social.
Lo ocurrido ayer confirma que pese a los esfuerzos de Daniel Scioli por mostrarse más moderado, la insistencia de Cristina Fernández por sostener ese estilo de ejercer el poder hizo que su mensaje resultara confuso y no tuviera la credibilidad suficiente. Tampoco las políticas prebendarias dirigidas a fidelizar a los sectores más populares fueron eficaces, porque esas masas supuestamente favorecidas no acompañaron en forma incondicional al oficialismo.
En el kirchnerismo duro predominaba hasta ayer esa idea hegeliana del avance del Estado como extensión de la libertad. Es decir, ampliando la intervención estatal corporizada en un aparato político, la gente se emanciparía de las condiciones de miseria en que se encontraba alienada. A la luz de los resultados, demasiada ideología y poca verdad en los mensajes construidos por el gigantesco aparato comunicacional difusor y propagandista del relato.
Pero hay otros factores que impulsaron esa impactante performance electoral de Cambiemos. La candidatura a gobernador de Buenos Aires de Aníbal Fernández resultó una mochila insostenible para las aspiraciones de Scioli. El polémico jefe de Gabinete, con sus actitudes de guapo de micrófono y su carga de sospechas relacionadas con conductas mafiosas, tuvo la suerte de un pajarito frente a una mujer sin trayectoria política en el distrito.
Justo allí, donde el peronismo es el dueño histórico del temible conurbano y los punteros imponen el voto a fuerza de amenazas y dádivas, Vidal llega a la principal gobernación del país. La impulsó la potente idea del cambio pero también un discurso amable y conciliador, no exento de firmeza a la hora de proponer políticas contra la inseguridad y el narcotráfico. Esos dos flagelos sociales fueron siempre minimizados por el kirchnerismo, con una equivocada mirada desde lo alto de la soberbia,
La ola del cambio se desplegó además en el resto del país, donde las economías regionales sufren las caprichosas políticas oficiales que empobrecen a productores y a trabajadores por igual. En distintos rincones del país hubo resultados sorprendentes que transmiten cansancio y desaliento pero también esperanzas.
Ahora comienza la etapa final hacia el balotaje del 22 de noviembre. No hace falta ser videntes para advertir que transitaremos semanas críticas en ese camino. En el Frente para la Victoria quedó anoche latente el germen del conflicto que llevó a Scioli a lo que se considera una derrota. Mientras la Presidenta, La Cámpora y los sectores que lo votaron “desgarrados y con caras largas” le piden mayor dureza en los postulados confrontativos, el candidato debe tratar de conquistar a votantes moderados.
Esa contradicción lo llevó a obtener entre el 35 y el 38% de los sufragios. Macri, en cambio, con sólo una parte de los votos opositores que acompañaron a Massa, intentará quedarse con la Presidencia. Será un tramo apasionante de la democracia.