Por Carlos Sacchetto - Corresponsalía Buenos Aires
Ni cipayismo y relaciones carnales en un extremo, ni resentimientos extemporáneos con delirios infantiles en el otro. La búsqueda del grado justo para una relación equilibrada, inteligente y beneficiosa de Argentina con los Estados Unidos, es ahora un excepcional desafío para el gobierno de Mauricio Macri, como lo ha sido históricamente para el país.
Este capítulo de nuestra política exterior dedicado al vínculo con la principal potencia política, económica y militar del mundo, ha tenido a través de los años un movimiento pendular dominado por el “casi”. Del casi servilismo al casi enfrentamiento. Del casi hermanos al casi enemigos, dibujando una caracterización dogmática y retrógrada que hasta el ícono rebelde de Cuba ha tenido que reconocer en estos días ante el aislamiento que le generan sus problemas con la modernidad.
Hay pocas casualidades en estos nuevos tiempos de las relaciones internacionales. Barack Obama dejó ayer en Buenos Aires la imagen de un mandatario norteamericano consustanciado con la dinámica que propone la construcción de un futuro más digno para las naciones y sus pueblos, y no con un pasado cargado de errores, crueldades, injusticias y frustraciones. El conocimiento, la tecnología y el afianzamiento de la libertad en un contexto de paz, ya son piezas esenciales de ese mundo que deberá llegar y pronto.
Obama y Macri coincidieron en la misma senda de aspiraciones y deseos, aceitando un camino de entendimiento que es imprescindible para avanzar en esa dirección. El presidente norteamericano termina en unos meses su gestión y quiere dejar ese impulso como legado. El argentino recién comienza su gobierno en un marco de difícil polarización política que le hará más difícil la tarea, y es quien deberá decidir en qué condiciones nuestro país se suma a la caravana del progreso mundial.
La euforia que exhibieron ayer los funcionarios nacionales ante las amistosas deferencias prodigadas por Obama, contrasta con el verdadero drama de los problemas irresueltos. Quedó claro que temas como la violencia terrorista, el narcotráfico, la pobreza, la falta de oportunidades y la desmedida ambición de los poderosos requieren una actuación firme y decidida más allá de las palabras.
Nada de eso ni de los agregados de nuestra política doméstica se resolvieron con la visita del norteamericano, ni con el relanzamiento de las relaciones bilaterales. Lo que se abre es una nueva etapa cuya calidad dependerá del manejo serio y profesional de la agenda, sin caer en el seguidismo cholulo y complaciente detrás del más fuerte. En estas cuestiones que vinculan a los países, prevalecen los intereses a defender y no alcanza con el voluntarismo condicionado por la amistad.
Ahí parece estar la clave de las diferencias entre la política que sostuvo el kirchnerismo y la que tendrá que definir el gobierno de Macri. ¿De qué manera se defienden mejor los verdaderos intereses nacionales más allá de las meras consignas ideológicas? ¿Quemando banderas norteamericanas en las calles o buscando entendimientos razonables y justos?
Argentina ya probó uno de esos caminos de la mano de Cristina Fernández y hasta aquí llegó, alejada de las posibilidades que ofrece esa otra parte del mundo en la que predomina Estados Unidos. Macri propuso un cambio y la sociedad lo acompañó esperanzada con su voto. Ahora será su responsabilidad no llevar el péndulo al extremo contrario para que no siga oscilando como siempre, sin aportar soluciones.