A unos pocos kilómetros al norte de la cabecera de la Villa de Uspallata, emerge en el paisaje agreste, un edificio donde funcionaron hornos de fundición a fines del siglo XVIII y principios del XIX. El sitio, conocido como “bóvedas de Uspallata”, fue declarado monumento histórico en 1945; durante el gobierno de facto del general Farrell. Por muchos años se lo relacionó con la gesta sanmartiniana: decían que en ese lugar fueron fundidas, por fray Luis Beltrán, piezas de artillería para el Ejército de los Andes. Pero una gran documentación dio por tierra estos dichos y se comprobó que no tuvo ninguna relación con aquella épica hazaña.
Entre el pico y la pala
Durante los siglos XVII y XVIII, Uspallata fue el centro de la minería y significó la posibilidad de obtener riqueza con suerte y mucho sacrificio.
El establecimiento de muchos mineros en la zona creó una importante perspectiva económica para la región cuyana. Aquellos hombres, llegaban con sus mulas, picos, palas y grandes sueños para descubrir alguna veta de oro o plata.
Fue en 1774 que se erigió un “ingenio” y un horno en tierras de la Orden Dominica, frente a la posta de la misma localidad. Este establecimiento producía gran cantidad de plata que era enviada a Santiago de Chile.
El mineral provenía de las minas del Paramillo, de las del Rosario y otras aledañas. Luego de cinco años, varias de las minas cerraron, agotadas, y el lugar quedó abandonado.
Luego de una década el catalán Francisco Serra y Canals, uno de los hombres más progresistas en la Mendoza colonial, descubrió el oro que volvió a entusiasmar a otros aventureros para reactivar la industria minera.
La ruta de los doblones del rey
Por aquellos tiempos, el camino real que unía Santiago de Chile con Buenos Aires era esencial para transportar miles de doblones que se acuñaban en la Casa de la Moneda (actual palacio presidencial del país trasandino). La materia prima era enviada desde Uspallata y transportada en mulas.
Luego de varios días de viaje, y de atravesar la cordillera, los llamados “muleteros” depositaban sus cargas en “La Moneda”, para después pasar a labrarlas a golpe de martillo o con prensas. Las piezas tenían diferentes valores y se depositaban en bolsas de cuero: “zurrones”; que eran conducidos nuevamente a Mendoza. De aquí partían a Buenos Aires para enviarlas, en buque, a España.
La bóveda de acero
Manuel Ignacio, Francisco Javier Molina y el español José Moret apostaron a invertir en el "laboreo" de las minas de Uspallata.
En 1790 iniciaron la construcción de un establecimiento que contaba con un horno de fundición, tres chimeneas y un trapiche hidráulico para la molienda. Lo ubicaron a unos kilómetros al norte de la citada posta, en el paraje San Lorenzo Mártir (allí están hoy las “bóvedas”). Esta empresa -que perteneció en gran parte al rey de España- buscaba la explotación y fundición de plata.
Después de los hechos de Mayo de 1810, las bóvedas de Uspallata siguieron funcionando, pero surgió un cambio en la sociedad que dependía hasta ese momento del reino español. Cuatro años más tarde se la denominó “Compañía Patriótica de Minas”, y siguió funcionando durante la Guerra de la Independencia.
Durante la Campaña Libertadora a Chile, las tropas de Las Heras llegaron a Uspallata. Acamparon en las inmediaciones de la estancia, ubicada en la cabecera de la villa; al igual que la división de Beltrán. Esto indica la imposibilidad de que en las bóvedas se hubiese establecido el Ejército de los Andes, o que se hayan utilizado sus hornos para la fundición de piezas de artillería.
En los años posteriores los hornos siguieron funcionando, pero con menor frecuencia: se agotó el mineral de las minas aledañas. Al fallecer Moret, la sociedad quebró y el complejo quedó abandonado hasta mitad del siglo XX, cuando se restauró y se puso en valor el sitio.