Después de la Segunda Guerra Mundial se desarrolló una conferencia con la intención de ordenar el sistema económico internacional, dando previsibilidad al comercio internacional.
Allí se dispuso dejar sin efecto el patrón oro y pasar a un sistema en el que la moneda patrón pasó a ser el dólar. A partir de ese momento, todas las monedas del mundo cotizan en relación a la norteamericana.
La motivación del cambio del patrón oro es que era muy rígido para un mundo, y para Estados Unidos en especial, que necesitaba de una expansión monetaria a fin de financiar planes de desarrollo y asistencia, mientras que otros lo defendían como una forma de revitalizar el libre comercio.
Aunque también hubo voces en contra diciendo que era una locura usar la moneda de un país que podría empobrecer a todos si no se maneja con responsabilidad.
Lo cierto es que desde 1945, fecha de estos acuerdos, el mundo es manejado por la Reserva Federal de los Estados Unidos, que con funciones de Banco Central busca defender el valor de la moneda y regular los ciclos monetarios para evitar recalentamientos inflacionarios o enfrentar procesos recesivos.
Hasta fin de los años ‘90, las decisiones que tomaba la Reserva Federal (Fed) tenían alcances no muy conflictivos, no obstante una suba muy fuerte de la tasa de interés -para frenar una espiral inflacionaria- terminó detonando el Efecto Tequila, que afectó en 1995 la economía de México y luego se fue extendiendo como efecto dominó sobre Tailandia, Rusia y le pegó a Argentina en 1998, cuando el país se quedó sin créditos. En esa época los créditos los daban los grandes bancos internacionales.
Hacia fines de siglo, con la globalización financiera a pleno, los organismos reguladores, a partir de las Normas de Basilea, restringieron la acción de los bancos y abrieron la posibilidad para los mercados de capitales, en los que los tomadores de préstamos emitían bonos soberanos, si eran países, y obligaciones negociables, si eran empresas privadas.
Con la globalización, los flujos internacionales de capitales se multiplicaron a través del crédito globalizado, contribuyendo al crecimiento de la economía mundial. Este crédito ayudó a crecer a países emergentes asiáticos y de Europa del Este que habían dejado la órbita soviética para ser libres. Lo mismo ocurrió con los países latinoamericanos.
Lo que los gobernantes argentinos nunca aprendieron fue que el destino de sus gestiones dependía de las normas que pudiera tomar la Reserva Federal, organismo que toma sus decisiones en forma independiente del gobierno de EEUU y suele incomodar a los presidentes.
Cuando hay una aceleración de la actividad económica, uno de los indicadores es la cantidad de solicitudes de subsidios por desempleo. Si disminuyen, es señal de muy buen ritmo y cuando los datos se confirman con aumentos de precios, la Fed comienza subir la tasas de los Bonos del Tesoro a 10 años.
Después de la experiencia del Efecto Tequila, ahora se hacen en forma gradual, a razón de un 0,25% por vez. Lo que no se sabe es la velocidad con la que se harán estos incrementos.
Cuando la Fed sube la tasa se genera un flujo de capitales hacia EEUU y un aumento del dólar en el mundo. Así, salen capitales de los demás países y compran dólares en forma acelerada o hacen subir sus precios, devaluando las monedas nacionales.
Cuando el proceso es inverso, es decir cuando la economía entra en recesión, la Fed baja la tasa y los capitales van de EEUU a países emergentes en busca de mejores rendimientos, revaluando las monedas nacionales.
Pero estos movimientos también impactan en los precios de las materias primas que cotizan en dólares. Si la moneda sube, los precios bajan en los mercados internacionales, pero si el valor de la moneda cae, los precios suben (lo que ocurrió entre 2004 y 2012).
Las decisiones del organismo monetario norteamericano terminan impactando en las economías de los países emergentes, que son los principales proveedores de materias primas.
Estos movimientos de la tasa de la Fed afectan sobre todo a los países cuyos dirigentes cometen la torpeza de no entender estos mecanismos y por ende no toman las previsiones necesarias. Puede discutirse si la Fed opera bien o no, pero hasta ahora es una realidad que ningún gobernante debe desconocer.