La principal preocupación del FMI con relación a la Argentina está referida al riesgo de una dolarización excesiva; el mismo organismo advirtió que existe actualmente un riesgo muy grande en vísperas de las próximas elecciones y, quizás por esto, no quiere que el Banco Central venda reservas cuando las cotizaciones flotan dentro de la banda de no intervención.
El FMI no quiere que sus aportes vayan a financiar fugas de capitales, como ocurrió después del primer acuerdo, durante la gestión de Luis Caputo en el Banco Central.
La dolarización ya es alta por las expectativas inflacionarias pero se incrementan en el ánimo colectivo por las perspectivas de un posible triunfo de Cristina Fernández de Kirchner, que aún no anunció si será candidata.
Con el FMI siempre suele ocurrir que muchos gobiernos sienten que tienen que obedecer ciegamente sus recomendaciones por miedo a que lo manden nuevas partidas del compromiso total. En realidad, cuando el organismo interviene, los burócratas del mismo tratan de hacer las cosas de tal manera que, si salen mal, no parezca su culpa.
Hace pocos días Claudio Loser, el mendocino que tuvo un alto cargo en el FMI dijo que algunos funcionarios del gobierno sobreactúan ante los pedidos del organismo y está claro que los ejecutivos del organismo tratan de imponer políticas muy ortodoxas sin medir consecuencias cuando no tienen propuestas concretas de su contraparte, como una forma de cubrir sus responsabilidades.
Otras de las preocupaciones pasa por la caída de la recaudación impositiva y los
riesgos elevados de que no cumplan los objetivos del déficit cero a fin de año. Esta ortodoxia en función de un número deja al descubierto muchas falencias en el plan propuesto.
En principio, la recesión es la consecuencia de la presión impositiva generada para cubrir el déficit y el impuesto que más preocupa son las retenciones las exportaciones. Las ventas externas no se han recuperado porque las retenciones impactan muy fuerte en los costos y neutralizan la competitividad cambiaria. Los exportadores tratan de que suba el tipo de cambio y esa suba genera inflación que vuelve a afectar los costos y termina impactando nuevamente la competitividad del tipo de cambio. En este juego loco del perro que se quiere morder la cola, lo que no advierten es el problema de las retenciones que generan un actor distorsivo que impacta en todas demás variables.
Para solucionar este tema, el Fondo sugiere una mayor presión fiscal con el objetivo de aumentar la recaudación y cumplir las metas, pero sin medir los costos de tales demandas.
El problema es que ya no hay margen pero el FMI insiste en aumentar el IVA a alimentos y medicamentos que tributan un porcentaje menor. También sugiere pasar mayor cantidad de contribuyentes del régimen de monotributo al régimen general.
Pero en ningún momento ni al FMI ni al gobierno se les pasó la idea de bajar el gasto, que es la causa de todos los problemas.
Con esto se demuestra que el FMI no es tan ortodoxo sino que sus funcionarios buscan resultados fáciles sin afrontar los costos, por más que sean permisivos con los gastos sociales. Una lamentable muestra de poca claridad y coherencia.
Está claro que el Fondo necesita que la experiencia de Argentina salga bien. Han otorgado préstamos excediendo los mismos límites que el sistema establece para sus miembros por la voluntad de los mismos países desarrollados que quieren evitar un fracaso político de la actual administración, pero las exigencias no parecen ir en el camino corriente y los funcionarios argentinos no parecen acertar con un programa de medidas idóneas como para recuperar confianza en los mercados y en los ciudadanos.
Acudir al Fondo fue el único camino posible después de haber equivocado el diagnóstico y haber persistido en el déficit fiscal financiado con deuda, pero no es aconsejable caer en terapias que pueden alejar al país, al Fondo y al gobierno mismo del objetivo buscado.