Por Leo Rearte - Editor Sección Estilo y Suplemento Cultura
Hay una notoria diferencia entre un tipo que revolea 9 millones de dólares por encima de una ligustrina santa y aquél que trata de zafar de una multa dejando “asomar” billetitos con la cara de Roca entre los papeles del auto que pide el oficial.
Son cosas diferentes. Los sueldazos en una Legislatura que no se sitúa precisamente en alguna peatonal de Suiza, no son exactamente lo mismo que el asilo económico que las sucursales de bancos en Panamá han dado a nuestra siempre pujante clase dirigente.
Claro, son niveles de corrupción diferentes, e incluso algunas de estas “chanterías” no podrían sindicarse como ilegales. Son más bien alegales, una categoría que bien podría haberse inventado en Argentina, siempre dispuestos a maquillar lo delictual.
En definitiva, no sería de la misma naturaleza especular con que la inflación se coma las deudas impositivas, a estacionar en un sitio reservado para discapacitados, o pagarle a un nerd para que te haga la tesis de grado.
No es lo mismo copiar que falsificar títulos. Una cosa es usar la información privilegiada por tráfico de influencias para hacer las inversiones, y otra, siendo funcionario, contratar a un primo (que es lo mismo que contratarme a mí mismo y lograr el milagro de la multiplicación de los sueldos públicos). Hay diferencias de grado, de nivel de responsabilidad.
Pero digo, de pronto, me parece: ¿no sería éste el momento indicado para que los argentinos empecemos a considerar estas transgresiones con igual vocación condenatoria?
¿No habrá llegado el momento de dejar de ser tan benevolentes con nuestra ética particular, tan permisivos con lo indebido, tan amigo de aquello que roza lo ilegal?
Porque así como alguien no deja “un poquito embarazada” a otra, debería considerarse al corrupto, corrupto por completo, corrupto total, no un tipo pícaro, un hombre que le encontró la vuelta, un vivillo.
Intentemos dejar de categorizar al político “desviado” como alguien “pragmático” (palabra hipócrita), que sabe que para gobernar, para movilizar gente, para convencer a otros, se necesita mucha plata y entonces roba para la corona. (Hermano, para todo hace falta plata.
Para que las familias coman todos los meses, se necesita plata. Pero a vos te eligió el pueblo no para que gobiernes con mucha guita sucia, sino para que lo hagas bien. Te votaron para que fueras por el ‘bronce’ de la historia, no por la ‘plata’ del jacuzzi grasa que tenés.
Porque entonces dejás de ser el político, el dirigente que soñaste cuando tenías 18 ó 20 años y sos apenas, un chorro hijo de puta más).
Como los esquimales
Con respecto a la corrupción, los argentinos somos como los esquimales: ellos detectan infinidad de tonalidades de blanco; nosotros detectamos infinidad de “en negros”. Pero ya, de tan acostumbrados, nada nos asquea. Por alguna extraña razón, entendemos que este juego permite, si las reglas no nos cierran mucho, acomodarlas un poquito a piacere. O directamente, buscar otras reglas.
¿Por qué será que nos cuesta tanto ponernos colorados? ¿Por qué será que los diputados, ministros, presidentes pueden presentar sus patrimonios sin ningún pudor y, en todo caso, si tienen ganas de explicar algo, esgrimen herencias y habilidades y capacidades de ahorro superpoderosas, en los dos o tres años que ejercieron la actividad privada? (Porque resulta que todos fueron exitosísimos en el sector privado... pero sus días fuera de la teta del Estado duraron menos que lo que te aguanta un sueldo a vos).
Resulta que nuestros intendentes, legisladores y hasta ex presidentes, consiguieron en sus despachos privados márgenes de ganancia que dejan a Bill Gates como un aprendiz de almacenero; pero después, cuando tienen que administrar los fondos del Estado, se traban, se emocionan, se atontonan y lo único que les sale es subrayar las cuentas con rojo y pasarla para que “el muerto” lo paguemos nosotros.
Somos tremendamente tolerantes. El sentido común nos indica que se la están llevando en pala (por sus propiedades, por cómo viven, por sus mansiones), pero igualmente después nos rasgamos las vestiduras cuando vemos los bolsos forrados de verde. Como si nos asombrara ver el 2 después del 1 más 1.
El excusismo, al excusado
Hay una sola cosa peor que el ladrón... Su entorno encubridor.
Porque como si el choreo fuera poco, después aparece el excusismo de siempre: “Bueno, pero lo que hacen desde la otra facción política es peor... hace que esto sea apenas un vuelto”, “en todo caso, eso lo tiene que investigar la Justicia”.
¿Sabes qué? Para condenar así, mejor volvete directamente cómplice y pedile una parte del botín, que es más sincero. Si un tipo roba, apartate, dejalo e investigá quién lo apañó. No lo defiendas por tus razones políticas miserables.
Porque la corrupción, el ventajerismo, el cinismo, el excusismo, el “tragarse el sapo”, López, Panama Papers, la multa que lograste zafar con tu coima de tipo vivo, los bolsos, o las excusas que cubren a los dueños de los bolsos, no serán lo mismo... pero tienen exactamente el mismo olor.