Cada viaje es único. Por más que uno vuelva a ese lugar, el mismo habrá cambiado. Otros colores, otros sonidos, otros olores, otra gente.
La Habana, Cuba, 1999. Un viaje con muchas expectativas hacia uno de los destinos más estimulantes de nuestra América morena. Muy lejos de la postal de las playas de arenas blancas y de aguas cristalinas, me interesaba la isla fascinante que había conocido a través de los poemas de Martí y de las canciones de Silvio Rodríguez y de Pablo Milanés.
El primer contacto fue en el Aeropuerto José Martí , a la madrugada de un día de semana. Posteriormente, un viaje de 18 kilómetros hasta la ciudad capital a bordo de un taxi que me dejó en la puerta del edificio donde me iba a alojar en los días por venir.
Llegar, acomodarse y abrir la ventana de esa habitación para descubrir la inmensidad del mar que se apareció ante mis ojos, inconmensurable, azul, mágico y misterioso.
No pasó mucho tiempo para que bajara de mi departamento y comenzara a caminar por el callejón de ese malecón interminable, donde rompen las olas finales de un mar que va y viene, con música seductora. A las pocas cuadras aparecen las viejas casonas que, seguramente, albergan historias de otros tiempos.
A poco andar, ya en la parte conocida como Habana Vieja, se divisa un edificio imponente: el de la Embajada de España. La curiosidad nos permite conocer que se terminó de construir en 1912 y que es la única sede diplomática en el casco histórico de la capital. Desde allí se puede divisar el Faro del Morro, antigua fortaleza de La Habana que servía de custodia en el ingreso a la bahía.
Por las noches, exactamente a las 21, se oye un cañonazo en ese lugar y el acontecimiento se utiliza como atracción turística, con el personal vestido a la usanza de los antiguos soldados de la colonia española. Algo imperdible para el visitante que llega por primera vez a este país.
Otro paseo imperdible fue internarme en los pequeños callejones de La Habana Vieja, por ejemplo Obispos, donde me animé a entrar en uno de esos "paladares" (restaurantes caseros) para probar platos sabrosos a precios accesibles.
Por la noche, el paseo me llevó al Patio de La Habana, en la mismísima plaza de la Catedral, donde estuvo el Papa Juan Pablo II en enero de 1998. Allí se pueden tomar algunos tragos típicos, al ritmo de músicos ocasionales que alegran la noche a los visitantes. A metros la "Bodeguita del Medio", a pocas cuadras la "Floridita", bares tradicionales donde no sólo se pueden pedir los mejores mojitos sino donde también es posible comer platos tradicionales, como fideos con camarones o tortillas con pescado.
Si la intención es seguir escuchando música en vivo, una buena opción es La Casa de la Música, un local bailable que ofrece la mejor diversión hasta altas horas de la noche en la zona de Miramar.
Y uno no habrá estado en La Habana si no pasa por La Plaza de la Revolución, mítico lugar de reunión de más de un millón de cubanos cada 1 de Mayo, cuando se conmemora el Día del Trabajador, con el edificio del Ministerio del Interior al fondo y la imagen recortada del Che.