El 6 de febrero el teniente coronel Juan Manuel Cabot, que marchó desde San Juan hacia Coquimbo, envió un informe a sus superiores indicando los pasos que había seguido una vez alcanzado la cumbre, y descendido hacia los valles chilenos.
El parte hacía explícito que al emprender el descenso cordillerano había sorprendido en la Cañada de los Patos la guardia enemiga conformada por un sargento y ocho soldados; que la había tomado desprevenida y que ninguno había podido escapar.
Tal desenlace le había permitido, además, doblegar la apuesta, y controlar la guardia que venía en su relevo, y tomar prisioneros a igual número de efectivos enrolados en las fuerzas del Rey.
Luego de despejar la amenaza, Cabot retomó la ruta con destino a Coquimbo, e informó el alto grado de adhesión y de apoyo demostrado por los vecinos:
"(...) Al siguiente día después de haber adelantado una partida de cien hombres al mando del capitán don Patricio Ceballos, continué mi ruta, encontrando por ella a varios vecinos de probidad y patriotismo, que guiados de mis confidentes con quienes he girado correspondencia privada desde los primeros momentos que me moví con la expedición, corrían presurosos a incorporarse en ella. Dicho capitán y oficiales que le acompañaron, supieron explorar el campo con alguna más vigilancia, que la que creí necesaria, por las instrucciones que se les dieron al efecto, tanto que cuando el día nueve llegué con el grueso de mi división y bagajes a la primera población de Valdivia, ya se habían apoderado no sólo de los espías y vecinos sospechosos, que nos podían perjudicar, sino también de una correspondencia de Santiago, que interceptaron en Monterrey, de cuyo paraje distante cuarenta leguas de Coquimbo, se les pudo escapar José Antonio Godomar uno de los más indicados por su opinión, quien por caminos extraviados se pudo introducir en dicho Coquimbo dando noticia de mi arribo, que hasta aquella fecha se ignoraba por el buen orden y cautela con que se han dirigido las marchas (...)."
Guerrillas y montoneras contra el poder realista
Los grupos dirigentes que encabezaron la gesta independentista en Hispanoamérica convocaron a sus compatriotas a la constitución de un nuevo pacto social, refrendado ya no por la figura paterna del monarca español, sino por los principios de la soberanía popular.
La experiencia chilena da cuenta de cómo luego del fracaso de la llamada Patria Vieja (1810-1814), las autoridades realistas buscaron restaurar el gobierno colonial (1814-1817) desplegando para ello estrategias militares y represivas tendientes a sofocar simpatías hacia la causa independentista.
Para ello aplicó una serie de medidas tales como restringir la movilidad física por medio de la exigencia de pasaportes, se instruyó a los alcaldes de barrio “purificar la población de ociosos, vagos y mal entretenidos”, y se intentó prohibir la realización de festejos y formas de sociabilidad, como el Carnaval o las reuniones en casas de juego y “chinganas”, de fuerte arraigo popular.
Esta política contribuyó a que diversos sectores de la sociedad se inclinaran por la causa independentista. En ese contexto cobra valor, casi mitológico, la figura de Manuel Rodríguez, comisionado de San Martín para desgastar a las autoridades realistas y proveerlo de inteligencia en la preparación del operativo militar que organizaba en Mendoza.
La imagen clásica sobre Rodríguez, lo presenta como un personaje capaz de captar y movilizar el creciente descontento popular en una serie de audaces acciones que incluyeron el asalto a poblados relativamente cercanos a Santiago como Melipilla y San Fernando, convirtiéndose en un personaje querido y admirado entre esos círculos de la población.
En efecto, Rodríguez logró reunir, indistintamente, a hacendados, campesinos y bandidos en su lucha contra los realistas. Entre estos últimos se destaca José Miguel Neira, un personaje que se convirtió en un caudillo plegado a la causa insurgente, que colaboró activamente en las principales acciones militares encabezadas por Rodríguez y a quien San Martín identificó como “comandante de partida patriota”, y como su “paisano y amigo”.
Sin embargo, luego de la victoria del Ejército de los Andes en la batalla de Chacabuco, Neira y sus hombres mantuvieron resistencia a deponer las armas y respetar el nuevo orden establecido, por lo que nuevamente fueron reconocidos como “delincuentes” o “bandidos”. En efecto, a los pocos meses de dicha batalla, Neira fue mandado a fusilar por las autoridades patriotas en la plaza pública de Talca.
Este acontecimiento marcó un punto de inflexión en el desarrollo de la montonera campesina, que bajo la conducción, primero del caudillo mestizo Vicente Benavidez, y tras su muerte, bajo la de los hermanos Pincheira, mantuvieron viva la resistencia a la Patria Nueva hasta 1832, en estrecha alianza con los indígenas de la frontera.
Bibliografía
- Julio Pinto Vallejos, El rostro plebeyo de la Independencia chilena 1810-1830", Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 2010.