A medida que nos adentramos al lugar, el diseño paisajístico se torna inestable, con destellos marrones y mucho verde. El sol pica, pero la noche promete frescor.
Treinta kilómetros separan el Barrio Las Palmeras de la Ciudad de Mendoza. Ubicado sobre calle Miralles, plena zona rural de Guaymallén, el complejo -así los vecinos gustan llamarle- nace hace cuatro años como respuesta a las necesidades habitacionales de familias de la zona.
La barriada es uno de los cinco vecindarios que componen el nóvel distrito Colonia Molina. En el territorio restante proliferan fincas y lotes. La región es una de las tantas zonas de campo de Guaymallén que, en los últimos años, ha sido protagonista de un crecimiento demográfico e inmobiliario poco comunes. Actualmente, cinco mil personas viven allí.
Vecinos organizados
Fueron treinta familias las que, con un sueño tangible bajo el brazo, pusieron manos a la obra. Hace cuatro años unificaron esfuerzos y compraron un terreno de 5 hectáreas, extensión que hoy se ha convertido en la casa de, principalmente, parejas jóvenes (de entre 25 y 40 años) con hijos pequeños.
“En ese entonces alquilábamos una casita porque no nos alcanzaba para tener la propia”, dice Samuel Torres. Parecidas circunstancias vivían otros guaymallinos, quienes por alguna razón coincidieron en la carencia y la voluntad. Decidieron sumar capacidades para levantar un barrio que ya disfrutan y que todavía posee varias construcciones en desarrollo.
Todo parece indicar que se trata de una barriada privada. No obstante, a pesar de tener algunas características de ese estilo de emprendimientos, la mirada desde un principio estuvo puesta sólo en la lógica del bienestar comunitario, mas no en una actitud empresarial. “El interés era común: muchos queríamos la casa propia y por eso nos asociamos, para encarar el desafío”, expresa Diego Fioretti, otro vecino.
Con el correr del tiempo, algunos servicios públicos y facilidades fueron llegando a la zona. “Antes era una constante hacer un reclamo y que se pasaran la pelota de un distrito al otro. Al parecer no pertenecíamos al departamento”, dice Fioretti.
Desde que se oficializó esa zona como distrito, hace un año, la Municipalidad apareció para tratar de satisfacer las demandas colectivas. Es así como se regularizó el servicio de recolección de residuos y la inversión en infraestructura pública, como la iluminación de calles y callejones.
Aunque las mejorías son evidentes, las falencias son aún más visibles. El acceso al transporte público es aún una cuestión adeudada. La línea 5 es la única que recorre ese territorio, y lo hace con una frecuencia insuficiente: un colectivo cada una hora y media, sumado a que la parada más cercana a Las Palmeras está a un kilómetro y que la última prestación se realiza a las 22.
“La queja la hicimos en innumerables oportunidades al Ministerio de Transporte”, repiten los residentes.
La posibilidad de tener a disposición agua apta para consumo humano es otra aventura con ribetes que rozan el engaño. Pese a que a los habitantes de Colonia Molina les fue prometida una obra millonaria, al día de hoy no hay indicios de la red de agua.
“Usamos agua de pozo para algunas tareas domésticas”, señalan los vecinos, quienes para poder beber esperan cada semana un camión cisterna con agua potabilizada.
Los desafíos comunales persisten. Red de cloacas, gas natural y asfaltado de calles son los pedidos más reiterados. El afán por progresar es incuestionable. Ejemplo de ello es la compra realizada recientemente, por los mismos vecinos, de material y postes para luminarias.
“Llegamos a un acuerdo con la Muni: nosotros comprábamos los elementos y ellos se hacían cargo de la mano de obra”, relatan con cierta frustración observando que todo está estancado.
Por último, y para mínimamente contrarrestar los aspectos negativos enunciados, destacaron la hospitalidad vivenciada en el trato entre ellos. “Hasta tenemos un grupo en WhatsApp para avisarnos sobre situaciones que contribuyen a la buena convivencia”, concluyen.
Convivencia con el campo
Las Palmeras se encuentra en la zona norte de Guaymallén. Desde un tiempo a esta parte, esa región guaymallina se debate entre el avance de la urbanización y la resistencia de trabajadores de la tierra.
Los vecinos dieron cuenta de estos aspectos puesto que en los meses previos al inicio de la construcción tuvieron un fructífero diálogo con los agentes rurales -nucleados en la Asociación San Cayetano- que habían vivido allí desde siempre.
El resultado fue la convivencia y el respeto por la actividad y buenas intenciones de cada parte. “Todos entendimos que queremos construir una mejor comunidad, sea del lugar que sea”, acordaron.