Imaginemos un titular como este, que haga referencia a una violación: “Fue preso sólo por tener relaciones sexuales”. O este, sobre algún caso de maltrato doméstico: “Condenan a una mujer por educar a sus hijos”. O uno más, si se quiere, sobre el sujeto que atropelló y mató a dos policías: “Encarcelan a un hombre por manejar su auto”.
Sería difícil negar que al presentar así una violación, el interés no sería otro que manipular. Es ese uno de los tantos poderes de la palabra, o más precisamente de la retórica (el arte que permite darle al lenguaje la eficacia suficiente para persuadir).
Varios de esos poderes verbales confluyen en el caso de Valtonyc, el rapero español que fue condenado a tres años de prisión en su país por sus canciones ofensivas y amenazantes contra el rey de España, algunos políticos en particular, y "todos los cerdos" en general. Vale decir que el músico no parece que crea que haya cerdos en Bélgica, ya que hacia allá se ha fugado.
Valtonyc, cuyo nombre en el DNI es Josep Miquel Arenas Beltrán, había publicado un álbum y varias canciones en las redes que el Tribunal Supremo español consideró agraviantes y amenazantes. Algunas de esas letras dicen cosas como:
"Llegaremos a la nuez de tu cuello, cabrón, encontrándonos en el palacio del Borbón, kalashnikov" (en la canción "Circo balear").
"Un pistoletazo en la frente de tu jefe está justificado"; "queremos que el miedo llame a sus puertas con llamas / o que explote un bus del PP (Partido Popular) con nitroglicerina cargada" (en el rap "Deberían tener miedo").
"Tu bandera española está más bonita en llamas, igual que un puto patrol de la guardia cuando estalla" (en "Microglicerina").
"Burgués, ni tú ni nadie me harán cambiar de opinión, cabrón, seguir el acto de fusilar al Borbón" (en "Herbes mesclades").
La retórica de Valtonyc, parece, tiene un fin muy particular: el alzamiento, la incitación a la violencia y la reivindicación del terrorismo (en otros raps clama por la vuelta armada de ETA).
Sin embargo, la retórica cándida de cierta corrección política ha presentado el caso de este artista como un atropello a la libertad de prensa, como una muestra del carácter fascista del Estado español y un avasallamiento a la democracia. ¿De qué modo? Pues con la estrategia de reducir la condena al rapero a un acto contra su libertad para cantar y expresarse.
Por ejemplo, el Washington Post eligió este título para contar la historia: "¿A prisión por cantar? Raperos españoles pueden terminar en la cárcel por sus letras". En La Izquierda Diario, el corresponsal en Barcelona presentaba el tema de este modo: "El Tribunal Supremo ha confirmado el pasado martes la condena de tres años y medio de prisión al rapero Valtonyc por cantar contra la monarquía".
Por su lado, y para no dar puntada sin hilo en su "fundamentalismo democrático" (Gustavo Bueno dixit), la discutida Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, también tuvo sus palabras al respecto: "tiempos tristes y oscuros en los que uno tiene que luchar por algo tan obvio como #rapearnoesuncrimen".
Parece que hace falta decir que no. No: a Valtonyc no lo han condenado “por cantar”, ni por hacerlo “contra la monarquía” (como quien escribe una crítica de una obra de teatro), ni tampoco se considera que el rap es criminal. No: se condena el hecho de que la palabra no es inocente y aquí se la está usando para amenazar de muerte, con nombre y apellido. Decir lo contrario es volver a lo que decíamos al principio: que a un violador se lo condena “por tener relaciones sexuales”.
En el diálogo “Gorgias”, Platón decía que la retórica “no es de uso para defender en caso de injusticia nuestra causa”. Que aún se piense que el arte está exento de responsabilidad o que la retórica es inocente puede hacernos olvidar que las palabras tienen poder. Que no son inocentes. Que, como recordaba hace poco el filósofo Pedro Insua: “la amenaza, como la canción, es verbal. Y hablar también es decir: ‘apunten… ¡fuego!’”.