39-28-20, 40-31-19, 41-33-17. Es como si nada hubiera pasado desde las primeras encuestas posteriores a las PASO del 9 de agosto y las últimas muestras, las que reflejan el estado de ánimo del votante a menos de tres semanas de las elecciones generales. El candidato oficialista, Daniel Scioli, araña el requisito número uno, llegar al 40% de los votos. Pero esta meta sólo es alcanzada por el gobernador bonaerense si se proyectan los indecisos. El segundo requisito, sacarle una ventaja de más de 10 puntos a su inmediato persecutor, todavía no está plasmado en los registros de gran parte de los encuestadores.
Mauricio Macri tiene, si se hace la misma proyección de los indecisos, unos 8 puntos menos que Scioli y por ello se entusiasma con ganar el balotaje el 22 de noviembre. El tercero en discordia, Sergio Massa, tiene 17 puntos en los sondeos más favorables a Macri y 20 puntos en los que permiten a Scioli soñar con triunfar en primera vuelta. Conclusión: nada está dicho. Al revés, en estas dos semanas que quedan de campaña cada minuto podría valer lo mismo que un gol de oro en un Mundial.
Macri busca denodadamente recuperarse luego del affaire Niembro. Fue por eso que decidió asistir al debate del pasado domingo, aun sabiendo que Scioli pegaría el faltazo. El riesgo para Macri (y también para Massa) era que el histórico hecho fuera percibido por las grandes audiencias como una reunión de opositores que no tienen posibilidades de alcanzar el poder. Sin Scioli, la verdadera confrontación de propuestas perdía sentido.
Debido a la excesiva estructuración del formato -del debate mismo- no hubo demasiados choques ni perjuicios para ninguno de los participantes. Salvo el intento de Massa de relacionar al entorno íntimo del jefe de Gobierno porteño (su padre, su primo, su mejor amigo) con la corrupción del Estado nacional y la respuesta inmediata de Macri que recordó a su rival los diez años de kirchnerismo que pesan sobre las espaldas. Esa ráfaga duró apenas unos segundos pero debe ser tenida en cuenta por aquellos que creyeron ver en esas dos horas en las que primaron la cordialidad y la camaradería, un pacto en ciernes de toda la oposición para enfrentar a Scioli en un eventual balotaje. Esa lectura es equivocada por estas horas. Hoy la relación entre Macri y Massa pasa por un mal momento, de desconfianza mutua.
Esta desilusión tiene, cómo no, una explicación. Sucede que el matrimonio de Macri y Juliana Awada invitó a cenar a Massa y a su mujer, Malena Galmarini, hace cinco semanas. Fue una cena de parejas, sin nadie más. Esto ocurrió poco antes de que el kirchnerismo insertara en la agenda de los medios el Niembro-gate. Esa noche, el líder del PRO despidió a su rival con la sensación de que podía ser, en pocos días más, su principal soporte para garantizarse un balotaje con Scioli. Sin embargo, a los tres días de este encuentro feliz, Massa se puso al frente de las denuncias contra Niembro y todo lo charlado en aquella cena quedó en el olvido. El macrismo está convencido de que hubo una oferta superadora, proveniente de la Casa Rosada, que aportó fondos para la campaña del tigrense y de que el kirchnerismo lo empujó a creer que podía anular a Macri y hasta superarlo para convertirse en el dirigente opositor mejor posicionado de cara a 2016. Por eso es que desde entonces Cambiemos no sigila en denunciar a Massa como un kirchnerista más, disfrazado de opositor.
Si es cierta la teoría conspirativa del PRO, el oficialismo estaría elevando su cuota de perversidad política por encima de los niveles habituales que, como sabemos, ya son bastante altos. Porque justo cuando Massa estaba entusiasmándose con una proeza electoral, una nueva ola de dirigentes de su sector decidieron pintarse de anaranjado. Todos al mismo tiempo, en una coreografía perfectamente cronometrada. Del otro lado, con gesto benefactor los esperaba agradecido Scioli para sumar firmas a su libro de pases. Movida por el resentimiento, la anti-sciolista Mónica López, que hasta junio era precandidata a gobernadora del Frente Renovador y una furiosa crítica de la administración bonaerense, desnudó la debilidad política de Massa. Pero no fue la única. Sus socios, como el cordobés Juan Manuel de la Sota, también lo están lastimando. Uno de los principales legisladores del "Gallego", Carlos Alessandri, también se hizo una "selfie" con el candidato presidencial oficialista y dejó instalada la "sensación" de que incluso De la Sota juega en su propia tierra a dos puntas y se prepara así para recalar en el peronismo "amplio, horizontal y tradicional" que promete Scioli a quien quiera escucharlo.
Macri ve en estas urgidas fotos de peronistas no K con Scioli, señales positivas para sus ambiciones. En los campamentos del PRO dicen que como el candidato oficialista sigue sin poder superar los requisitos que la Constitución exige para que no haya segunda vuelta electoral, Scioli se ve obligado a seducir a los votantes peronistas que nunca simpatizaron con el kirchnerismo. "Un objetivo imposible", dicen. Tanto Scioli como Macri están hoy atados al resultado electoral que el otro tenga el 25, a tal punto es así que ambos ambicionan el mismo perfil de votante y propician el voto útil. Enterado del esmerado trabajo que está haciendo en Córdoba el sciolismo para "robar" votos al delasotismo -que por lógica deberían ir a Massa-, el comando de Cambiemos decidió que el gran acto de cierre de campaña sea justamente en esa provincia.
Esta capacidad del gobernador bonaerense de sumar apoyos del peronismo anti-kirchnerista alarma no sólo a Macri sino también a todos aquellos dirigentes leales a Cristina Fernández -empezando por Carlos Zannini- que necesitan todavía de la vitalidad de la mandataria saliente para sobrevivir políticamente. El cristinismo, es decir la versión más radical del kirchnerismo, ya inició una guerra -por ahora silenciosa- con los sectores más ortodoxos del peronismo nacional sobre los que se recuesta Scioli y que encarnan los gobernadores. La difícil convivencia entre quienes están acostumbrados a mandar y a ser obedecidos pero van despidiéndose del poder y quienes buscan dar vuelta la tortilla luego de 12 años de mano dura K, promete marcar el pulso político de la Argentina que viene si triunfa el actual oficialismo.
Scioli, consciente de que Cristina Fernández no le cederá espacios, se prepara para esta batalla. Su estrategia es abrir las puertas a todos los peronistas, incluso a los más díscolos, y dejar atrás, reducidos a una minoría, a los más enfervorizados cristinistas. En las últimas horas, debió defender al salteño Juan Manuel Urtubey del fuego cruzado de la Casa Rosada, todo porque el joven gobernador del norte prometió en Estados Unidos que Scioli llegará a un acuerdo con los fondos buitre a fin de que lluevan dólares en "la Argentina del desarrollo" que él quiere liderar. Aunque para no avivar la pelea interna en medio de la campaña afirmó que el acuerdo con los holdouts no es una prioridad, Scioli sabe que será imposible conseguir 30.000 millones de dólares por año -como él se ha propuesto- si no se destraba la pelea con los buitres.
El mismo dilema tendrá Macri si llega a la Presidencia pero su propuesta económica es más jugada (riesgosa) que la de Scioli ya que, en pos de atraer inversiones, el líder del PRO pretende levantar el cepo cambiario el primer día de su gobierno, para dar señales de confiabilidad al mercado y a la población. Scioli, en cambio, cree que una medida así podría devorar rápidamente las reservas del Banco Central, que esta semana quedaron alicaídas tras el pago del Boden 2015. Esta macroeconomía torturada espera ser saneada. Por eso la fortaleza con la que el triunfador de estas elecciones presidenciales llegue al poder será determinante para el éxito económico y político del post-kirchnerismo.