Según estas investigaciones, al insultar el cerebro canaliza emociones negativas llevando una sensación de levedad y tranquilidad, además resulta una herramienta muy útil para apuntalar la autoestima y mejorar la sociabilización ya que en el contexto adecuado puede señalar honestidad, aceptación y capacidad para divertirse y tomarse las cosas con liviandad.
Amy Zile, la responsable del estudio en la Sociedad Inglesa de Psicología, afirma que "el estudio permitió ver que cuando se bucea en los diversos niveles de excitación emocional de las personas, éstas se vuelven más eficientes para decir groserías, así como también son capaces de producir un gran número de insultos y expresiones groseras en un minuto. Esto provee evidencia experimental a la teoría de que las groserías son un lenguaje emocional más que un índice de bajo IQ".
Entonces como siempre, el camino del medio suele ser el más saludable; insultar a tiempo completo y sin sentido común puede ser una gran muestra de mala educación y hasta herir a personas amadas, pero utilizadas de manera inteligente y en el contexto adecuado son un signo de buena salud.