La economía que ni carretea, sin perspectivas ciertas de despegue, ante la proximidad de las elecciones legislativas clave de medio término, por un lado. Y, en paralelo, los traspiés legislativos a manos de una oposición que le había sido condescendiente, pero que ahora afila colmillos ante el olor de las urnas. Ambas circunstancias han hecho que las tensiones y las diferencias al interior de la heterogénea coalición gubernamental Cambiemos salgan a la luz como nunca antes.
Las primeras expresiones públicas de estas disidencias internas sucedieron el fin de semana pasado, y aunque a lo largo de los últimos días hubo intentos por morigerarlas, lo cierto es que ninguno de los protagonistas terminó por desdecirse de sus dichos ni de bajar los decibeles; se trate de los “acusadores” (el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, y la diputada de la Coalición Cívica-ARI Elisa Carrió) como de alguno de los “acusados” (el jefe de Gabinete, Marcos Peña), si bien no lo fue con todas las letras.
Al punto que por primera vez, trascendió, el presidente Mauricio Macri pidió evaluar la labor de sus ministros a fin de hacer cambios, si fueran necesarios (Francisco Cabrera, en Producción; Jorge Lemus, en Salud, y Sergio Bergman, en Medio Ambiente, estarían entre los primeros). Posibles relevos que el jefe de Gabinete desechó en declaraciones de este fin de semana (“no vemos razón para cambios”, dijo) y que otro alto funcionario macrista descartó: “Nunca Mauricio hizo cambios como jefe de Gobierno”. Una constatación que, en cambio, uno de los dirigentes radicales más próximos a la Rosada minimizó: “No es lo mismo que gobernar la Capital, donde es fácil por los recursos que tenés”.
La particularidad de estas críticas que expresan tensiones internas es que provienen de aliados del Pro, no del propio Pro, y que están dirigidas a funcionarios del núcleo duro del macrismo. Por caso, Monzó, figura clave en el marco de los acuerdos legislativos de Diputados, se permitió sostener que Cambiemos es un esquema exitoso “en lo electoral”, pero no en lo gubernamental; criticó al “monje sagrado” macrista Jaime Durán Barba, y se permitió, en nombre de su lealtad con el Presidente, proponer incorporar al Gobierno a dirigentes peronistas que estuvieron hasta último momento en la administración de Cristina Fernández, como el ex ministro del Interior Florencio Randazzo.
“Un revulsivo”, el de Monzó, para los oídos de aliados al macrismo, al decir de la UCR, que le salió al cruce con el argumento de que fueron aquellos peronistas hoy propuestos para ampliar Cambiemos, corresponsables de la “pesada herencia”. La relación de Monzó con el bloque radical en Diputados no es la mejor, a pesar de las apariencias. Desde el seno de la bancada UCR hay una interpretación dominante sobre la irrupción de Monzó, que abreva en su condición de peronista: “Hace esas propuestas para que le digan que no. En realidad está pidiendo pista para irse (con Sergio Massa y su eventual aliado, Randazzo)”.
Distinto es el caso de Carrió, constructora mayor de la coalición que llevó a Macri a la Rosada, junto al radical Ernesto Sanz. La líder de la CC-ARI se permite licencias propias de quien llegó a Cambiemos con “beneficio de inventario”: planteó sus disidencias durante un año y medio hasta que en marzo de 2001 tomó distancia de la Alianza que había integrado y en agosto de 2010 rompió el Acuerdo Cívico y Social que el año anterior había ayudado a armar. Desde su condición de fiscal político de su propio gobierno, juega un papel de utilidad para Macri, en tanto una voz crítica interna que tienen credibilidad ante la opinión pública. Así lo hizo tanto hacia figuras cercanísimas a Macri (Daniel Angelici), como a otras con las que el Gobierno requiere tener buenas relaciones (el titular de la Corte, Ricardo Lorenzetti) y hasta con secretarios del Ministerio de Energía. En todos los casos, en más o en menos, por supuesta corrupción en distintas formas.
El retiro “espiritual” del jueves y viernes próximos en Chapadmalal, a días del primer año de gobierno, servirá para ventilar a puertas cerradas estas internas. También las que hacen al parate de la economía, al que contribuye la multicefalea de ministerios. Y el pase de facturas al ministro del Interior, Rogelio Frigerio, cuya presunción de tener aceitadas las relaciones con los gobernadores, demostró no ser tal con la derrota legislativa de la reforma electoral, símbolo en la político del cambio prometido con el que Macri ganó la Presidencia.