El problema de las crecidas repentinas de agua por intensas lluvias en Mendoza se reiteran inexorablemente año a año y nunca se consigue contrarrestar esa sucesión de daños, evacuados, zozobra en los hogares más humildes y cuantiosas pérdidas materiales.
En todo este ciclo de primavera-verano 2015-2016, las lluvias registradas en el Gran Mendoza y otras zonas de la provincia no hicieron otra cosa que repetir un panorama constante de desastre natural que castigó por todos lados.
La semana pasada, la ciudad de Mendoza y los alrededores se inundaron y hubo una cadena cíclica de perjuicios de menor a mayor intensidad: se cayeron árboles y tendidos eléctricos, se derrumbaron viviendas precarias, las calles quedaron intransitables, edificios públicos y privados se inundaron, al igual que comercios, y muchas escuelas, afortunadamente en receso escolar, resultaron afectadas.
Los pavimentos se deterioraron aun más y esfuerzos privados, como el piso sintético de un club de hockey de General Ortega (Maipú), quedaron arrasados por la correntada, el barro y las piedras.
Lo más penoso, por supuesto, es la zozobra que sufrieron los habitantes de conjuntos habitacionales muy desguarnecidos, verdaderos asentamientos degradados por la falta de servicios e higiene, nulas comodidades y con hacinamiento, que fueron desmembrados prácticamente por las aguas desmadradas. El resultado es que pobladores muy pobres, al borde de la miseria, resultan castigados en lo más elemental que tiene el ser humano: el techo donde cobijarse.
No fueron los efectos devastadores del aluvión del 4 de enero de 1970, un desastre natural que produjo 37 víctimas fatales y perjuicios económicos más altos que 2 o 3 presupuestos provinciales, pero la sucesión de grandes tormentas que venimos registrando acumulan penurias e ingentes pérdidas, sin que aparentemente haya reacciones para disminuir sus efectos.
Pasan estos fenómenos y se olvidan las consecuencias, ya no se habla más hasta que otra precipitación repite la sucesión de calamidades.
Faltan obras de protección y contención de aguas, limpieza y mantenimiento de cauces y otros trabajos que favorezcan la evacuación de correntadas. También conspira en este panorama la degradación de la vegetación en el pedemonte, zona que ha sufrido un crecimiento habitacional que resulta imparable y poco planificado, que en buena medida contribuyó a generar escorrentías peligrosas que se abaten sobre la ciudad y los departamentos vecinos.
El experto doctor en geografía Raúl Mikkan propone, desde hace tiempo, que el Estado, con el fin de disminuir las inundaciones dentro de la ciudad, proceda a impermeabilizar los zanjones, a construir rejillas evacuadoras o coladeras y desembancar periódicamente acequias, canales y colectores, además de abrir los desagües. El público, nos referimos al responsable, el que se interesa por la vida armónica y en progreso, puede hacer mucho cuidando esas estructuras.
Los daños que se han registrado en estas últimas precipitaciones han sido muy elevados y afortunadamente no hubo que lamentar la pérdida de vidas. La evaluación final de los perjuicios no está realizada, pero todos los días aparecen nuevos destrozos en los sectores públicos y privados. Por eso se impone iniciar el lento camino de las soluciones y los trabajos preventivos, que nunca serán definitivos, pero que irán aportando una mejor respuesta a un fenómeno que se repite cada año de manera constante.