Décadas atrás, Juana Flores recibió a un Papa como una joven monja. Hoy, esposa y madre, marchó a Washington con más de cien mujeres, muchas indocumentadas, para pedir a otro Pontífice que eleve ante los políticos los abusos que sufren los inmigrantes.
“Es un peregrinaje de fe y esperanza para que todos nuestros compañeros inmigrantes de veras podamos seguir viviendo en este país pero con dignidad, paz y seguridad, y sentirnos libres”, dice Flores.
Al ritmo de canciones religiosas y en cómodas zapatillas deportivas, el organizado grupo de mujeres, de mediana edad y de hasta 27 nacionalidades -aunque preponderantemente latinoamericanas-, se dirigió a una sesión de oración en la Basílica de la Inmaculada Concepción, donde el pontífice oficiará una misa hoy.
Cerrarán la jornada con una vigilia cerca de la Casa Blanca.
En sus remeras piden “dignidad para los migrantes” y sus pancartas replican el mensaje del primer Papa latinoamericano a favor de una “globalización de la caridad” para responder al fenómeno mundial de la migración.
Esperan que el Papa escuche sus historias pero, sobre todo, que las propague en su periplo de alto contenido político por la capital estadounidense, donde se reunirá con el presidente Barack Obama hoy y se dirigirá al Congreso mañana.
“Estoy caminando 100 millas (160 km) para pedir al Papa que sea abogado de los inmigrantes en el Congreso”, señala Elvira Díaz, una activista migratoria católica de 54 años.
Tras varios días caminando, las mujeres intercambian sus historias y algunas reflexionan sobre las otras marchas, más peligrosas, que las llevaron a Estados Unidos. “Ahora nos tratan bien”, dice Flores.
Pero en el nuevo país muchas de ellas trabajan de manera precaria de mucamas, cuidadoras o limpiadoras.