Zubiak, en vasco, quiere decir puentes. “Zubiak, ETA el final del silencio” es un documental de una hora y media que se presentó en el Festival de San Sebastián y puede ser sintetizado como el registro de la charla entre una viuda y un asesino.
La viuda es Maixabel Lasa y el asesino, Ibon Etxezarreta. Pero no son una víctima y un victimario cualesquiera. Maixabel era la mujer del político socialista Juan Mari Jauregui, ex gobernador de Guipuzcoa, e Ibon un etarra que integraba el comando Buruntza y manejaba el automóvil en el que escaparon cuando lo mataron de dos tiros en la nuca el 29 de julio de 2000 en el restaurante Frontón de Tolosa.
Los propios responsables del documental Jon Sistiaga y Alfonso Cortés-Cavanillas admiten que es polémico (”Nos van a caer palos de todos lados”, dice Sistiaga) pero a la vez terapéutico: “El hecho de que se vea esta conversación va a hacer que la gente perciba el potencial simbólico que tienen el arrepentimiento y la comprensión”. Durante una hora el filme explora la biografía de Jauregui, militante del Partido Comunista y luego miembro de ETA, que pasó casi dos años en prisión durante el franquismo. Luego viene la escena crucial.
La charla entre Maixabel e Ibon es dura, pero afectuosa. Humana, dolorosa. Vista de lejos podría ser la conversación de una madre con su hijo. Maixabel lo esperó cocinando en la sociedad gastronómica que ocupa el bar restaurante que la familia Jauregui administró durante algún tiempo. Se sentaron junto a un ventanal grande, con vista a una ligustrina, en un mediodía otoñal. Las palabras son fuertes, frontales.
Maixabel e Ibon se conocían desde hace cinco años como parte del programa “Vía Nanclares”, un protocolo de acercamiento entre las familias de víctimas de ETA y los presos de la organización terrorista vasca. “Vosotros sois, hoy, los mayores deslegitimadores del uso de la violencia” le reconoce Maixabel.
“Prefiero ser la viuda de Juan Mari que tu madre”, le había dicho a Ibon en una de sus primeras charlas, antes de que este documental estuviera siquiera en los planes. Ahora, ante las cámaras, las recuerda Ibon. Y agrega: “Al final hubiera preferido ser Juan Mari que Ibon”. “Tu eres una persona muy valiente”, devuelve Maixabel, lo que este niega con su cabeza gacha
“Mi nombre está ligado al sufrimiento de sus familias de por vida” admite Ibon y Maixabel completa: “No puedo decir que somos grandes amigos. Pero hasta que desaparezca alguno de los dos, entre tú y yo habrá un lazo”
“Yo nunca te he pedido perdón porque lo que hice es imperdonable” arroja Ibon. “No te voy a decir si te perdono o no. Lo único que te voy a decir es que quiero darte una segunda oportunidad”, concluye la mujer.
“Pedir perdón exige más valentía que disparar un arma, que accionar una bomba. Eso lo hace cualquiera. Basta con ser joven, crédulo y tener sangre caliente” escribe Fernando Aramburu en “Patria”. Es un libro difícil de leer. Difícil de leer sin pensar en nosotros. La novela de este escritor y filólogo vasco fue uno de los mejores libros de 2018 y relata la grieta sangrienta de esa región española. Esa que separó a amigos y familias, como las que retrata Aramburu a medio camino entre la ficción y el relato de época. “¿Qué pasó entre esas dos mujeres? ¿Qué ha envenenado las vidas de sus hijos y sus maridos tan unidos en el pasado?” se pregunta.
“Siempre pensé que Juan Mari era una persona que no gustaba a la organización (ETA). No porque había sido gobernador civil de Guipuzcoa. Eso es una excusa. Para mi fue porque era una persona que quería tender puentes entre distintos, quería terminar con esta historia. Entonces él era un estorbo. La pena es que no le disteis oportunidad a Juan Mari” había dicho Maixabel en aquella mesa.
Parece lejano. No lo es tanto. Hace unos días, Horacio González, titular de la Biblioteca Nacional durante las gestiones de Néstor y Cristina Kirchner, sociólogo de fuste e integrante de Carta Abierta, numen de la intelectualidad K, dijo que habría que hacer una “valoración positiva de la guerrilla” de los años ‘70 “que escape un poco de los estudios sociales que hoy la ven como una elección desviada, peligrosa e inaceptable”. Lo cruzo con datos de diversas fuentes (Marcelo Larraquy, Hugo Gambini, Alicia Servetto): las víctimas de acciones de la guerrilla (Montoneros y ERP, fundamentalmente) fueron casi 800 personas, entre militares y civiles. Las que causó la Triple A, que los combatía, entre 400 y 900. “El mejor enemigo es el enemigo muerto” era una de las frases de cabecera de aquellos años. Fanatismo político, violencia metódica, autoritarismo sectario ¿qué valoración positiva puede hacerse de eso?
Como contracara, este viernes el presidente Mauricio Macri realizó un homenaje a los doce oficiales, suboficiales y conscriptos asesinados por Montoneros en el intento de copamiento del Regimiento de Infantería Monte 29, en Formosa, en 1975. En ese ataque también murieron un policía y nueve integrantes de la organización guerrillera. El anterior gobierno había suspendido esta conmemoración que arrancó en 2002. El aniversario del año pasado fue el primero en que un Gobierno nacional participó activamente. Esta vez lo hace en medio de una campaña electoral.
Zubiak y Patria son alegatos contra la violencia, tienden a cerrar grietas, a empatizar. Mientras España busca caminos, tiende puentes hacia la reconciliación entre víctimas y victimarios, nosotros insistimos en mirar el futuro con los ojos del pasado. ¿En qué puede ayudarnos a resolver los acuciantes desafíos económicos y sociales que persisten en la Argentina? O acaso, como no somos capaces de hacerlo seguimos dirimiendo disputas de ese pasado. Más aún, ¿será que de tanto insistir en esa tragedia no encontramos la manera de imaginar un futuro de prosperidad?
A horas de ser electo gobernador de Mendoza, Rodolfo Suárez, aseguró que se viene una etapa de consensos, de mucho diálogo. Da ganas de creerle. Ojalá que no sea sólo para lograr reformar la constitución provincial y habilitar la reelección del gobernador. Ojalá que sea el camino, por ejemplo, para que cada vez naufraguen menos grupos de Whats App de amigos y familiares porque unos no toleran las opiniones de otros. Sería un buen síntoma.