Las esclavas sexuales de la II Guerra piden justicia a Japón

Volvieron a reclamar que se reconozca su sufrimiento coincidiendo con la histórica visita del primer ministro nipón a Estados Unidos.

Las esclavas sexuales de  la II Guerra piden justicia a Japón
Las esclavas sexuales de la II Guerra piden justicia a Japón

Algunas de las 200.000 mujeres todavía en vida obligadas por el ejército japonés a prostituirse durante la II Guerra Mundial volvieron a reclamar que se reconozca su sufrimiento coincidiendo con la histórica visita del primer ministro nipón a Estados Unidos. Conocidas en Japón con el eufemismo de “mujeres de confort” y a pesar de una disculpa oficial en 1993, estas mujeres consideran que políticos conservadores como el primer ministro actual Shinzo Abe menosprecian su sufrimiento y minimizan el papel del ejército en la esclavitud.

A Lee Yong-Soo, una surcoreana de 87 años, le gustaría estar cara a cara con Shinzo Abe cuando pronuncie en Washington un discurso histórico ante el congreso de Estados Unidos.

“Me gustaría poder sentarme en la primera fila para mirarle directamente a los ojos”, explica esta mujer desde la capital estadounidense, donde viajó pocos días antes del discurso para hacer oír su voz y las de cerca de 50 mujeres todavía en vida. Se trata de una de las últimas “mujeres de confort” que junto a otras miles fue obligada a “trabajar” en prostíbulos militares japoneses durante la guerra.

En 1944, a los 16 años, fue capturada por militares japoneses, sobrevivió a un viaje en barco hasta Taiwán y luego fue llevada a un prostíbulo donde fue violada numerosas veces y sometida a electroshocks. En su testimonio en 2007 ante el Congreso estadounidense, Lee explicó como fue “integrada” a una unidad militar y obligada a “servir” a cuatro o cinco hombres al día. “Cuando se detenían los bombardeos, los hombres ponían tiendas improvisadas y nos obligaban a servirles. Incluso si las tiendas volaban con el viento, los hombres terminaban haciendo lo que estaban haciendo”, explicó.

Lee Yong-Soo fue enviada a su casa al terminar la II Guerra pero igual que muchas otras víctimas sufrió un angustioso sentimiento de culpa y se calló, hasta que en 1991 un puñado de mujeres, alentadas por activistas de derechos humanos, empezaron a contar su experiencia.

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