Adolf Hitler fue un drogadicto, "un adicto consumado cuyas venas estaban casi colapsadas para cuando se retiró al último de sus búnkers". Esto aseguró hace un par de años el historiador alemán Norman Ohler, en su libro "El Gran Delirio". Allí despliega de manera documentada la relación del dictador con diversas sustancias, entre ellas la cocaína, la heroína y la morfina.
El autor resalta a Julio de 1943 como fecha crucial en el camino de consumo hitleriano, cuando Benito Mussolini planteó a su par germano abandonar la guerra. Hitler se deprimió por lo que sus médicos le inyectaron Eukodal, un analgésico opioide que hoy se comercializa bajo receta con el nombre de oxicodona.
Según Ohler mejoró de inmediato y pronto “se sintió extremadamente bien y hay informes de que estaba tan eufórico y no paraba de hablar en esa reunión que logró convencer a Mussolini de que permaneciera apoyando a Alemania".
En ocasiones Adolf mezclaba esta droga con cocaína, de la que era un asiduo partidario.
Pero las drogas no solo fueron consumidas por el Furher, hubo un uso masivo de sustancias en la Alemania nazi. La metanfetamina "Pervitin" jugó un papel decisivo para el rápido y exitoso avance germano. Principalmente porque permitió a las tropas mantenerse en vilo durante días y acosar de manera permanente al enemigo. Se entregaron especialmente durante los ataques a Polonia, Francia y la URSS. Llegaron a repartirse 35 millones de pastillas entre los soldados.
La primera gran dificultad fue el fácil acostumbramiento del organismo a la misma, esto llevó a aumentar las dosis para obtener resultados similares. A raíz de ello comenzaron a generalizarse los efectos negativos, como visión doble, alucinaciones y delirios. Algunos murieron debido a fallos cardíacos relacionados con el consumo.
Pervitin se volvió muy popular y fue consumida en Berlín como una suerte de energizador, tan fácil de conseguir como un caramelo.
Debemos decir que los Aliados no se quedaron detrás y desarrollaron su propia droga, bautizada como "Benzedrina". Una anfetamina que se inhalaba y era considerablemente menos "potente" que la nazi, pero a su vez menos nociva.
El producto llegó a producirse en masa y comercializarse en todo el mundo. Algunos lo utilizaron para contrarrestar los síntomas del resfrío y se volvió muy popular entre los estudiantes para permanecer alertas en tiempos de exámenes. Hacia 1971 la "Conferencia de las Naciones Unidas sobre Sustancias Psicotrópicas" la catalogó como peligrosa y fue prohibida su venta.