Aunque los enemigos de la reforma sanitaria nunca lo van a admitir, la Ley de atención asequible tiene cada vez más el aspecto de un gran éxito. Se están registrando costos por debajo de los proyectados, mientras que la cantidad de estadounidenses no asegurados está cayendo rápido, en especial en los Estados que no han tratado de sabotear el programa. El Obamacare está funcionando.
¿Pero qué hay con el otro gran impulso del gobierno, el de la reforma financiera? La iniciativa de ley Dodd-Frank sobre la reforma, si acaso, ha recibido peor trato de la prensa que el Obamacare, la derecha la ha denigrado considerando que va en contra de los negocios y la izquierda que es totalmente insuficiente.
Y, como el Obamacare, desde luego que no es la reforma que se habría diseñado de no haber restricciones políticas.
Sin embargo, también como el Obamacare, la reforma financiera está funcionando muchísimo mejor de los que se habría imaginado cualquiera de los que escuchan a los medios informativos.
Hablemos, en particular, sobre dos importantes partes de la Dodd-Frank: la creación de un organismo que protege a los consumidores de ventas financieras fraudulentas o engañosas, y los esfuerzos para eliminar el dicho "demasiado grande para quebrar".
La decisión de crear la Oficina de Protección al Consumidor Financiero ha sido polémica, dado lo que sucedió durante el auge inmobiliario. Como preguntó Edward M. Gramlich, un funcionario de la Reserva Federal que advirtió, proféticamente, sobre los problemas en los préstamos de alto riesgo: "¿Por qué se venden los productos crediticios más riesgosos a los prestatarios menos sofisticados?" Continuó: "La pregunta se responde por sí sola; es probable que embauquen a los prestatarios menos sofisticados para que tomen estos productos". Era obvia la necesidad de mayor protección.
Claro que la necesidad obvia no evitó que la Cámara de Comercio de Estados Unidos, los cabildeadores del sector financiero y los grupos conservadores salieran todos en un esfuerzo por evitar la creación de la Oficina o, por lo menos, para evitar que hiciera su trabajo, gastando más de 1.300 millones de dólares en el proceso.
Los republicanos en el Congreso sirvieron obedientemente a los intereses de ese sector, en forma notable, al tratar de prevenir que el presidente Barack Obama nombrara a un director permanente.
Y la cuestión era si toda esa oposición limitaría a la oficina nueva para hacerla ineficaz.
En este momento, todas las versiones indican que, de hecho, la Oficina está haciendo su trabajo y bien; lo suficientemente bien como para inspirar una continua furia entre los banqueros y sus aliados políticos.
Un buen ejemplo reciente: la Oficina ejerce medidas enérgicas contra los miles de millones de dólares en comisiones excesivas por sobregiros.
Una mejor protección al consumidor significa menos créditos malos y, por lo tanto, un riesgo menor de una crisis financiera.
Sin embargo, ¿qué pasa si, de todas formas se presenta una crisis? La respuesta es que, como en 2008, el gobierno va a intervenir para mantener funcionando al sistema financiero; nadie quiere asumir el riesgo de que se repita la Gran Depresión.
Sin embargo, ¿cómo se rescata al sistema bancario sin recompensar el mal comportamiento? En particular, los rescates en momentos de crisis les dan a los grandes jugadores financieros una ventaja injusta: pueden pedir prestado barato porque todos saben que son "demasiado grandes para quebrar" y los rescatarán si las cosas salen mal.
La respuesta es que el gobierno debería apoderarse de las instituciones en problemas cuando las rescata, para que puedan seguir funcionando, sin recompensar a los accionistas o tenedores de bonos que no necesitan que se los rescate.
En 2008 y 2009, no obstante, no estaba claro que el Departamento del Tesoro estadounidense tuviera la necesaria autoridad legal para hacerlo.
Así es que la Dodd-Frank corrigió esa laguna dándoles a los reguladores la autoridad ordinaria para las liquidaciones, también conocida como autoridad de resolución para que podamos salvar a los bancos y otras instituciones "sistemáticamente importantes" sin rescatar a los banqueros en la siguiente crisis.
Claro que a los banqueros no les gusta esta idea; y dirigentes republicanos, como Mitch McConnell, trataron de ayudar a sus amigos con la afirmación orwelliana de que la autoridad de resolución es, de hecho, un regalo para Wall Street, una forma de bienestar corporativo porque engrasaría el mecanismo para futuros rescates.
Sin embargo, Wall Street tenía más conocimiento. Como señala Mike Konczal del Instituto Roosevelt, si ser etiquetado como sistemáticamente importante fuera, de hecho, bienestar corporativo, las instituciones recibirían bien esa designación; de hecho, la han combatido con uñas y dientes.
Y un nuevo estudio de la Oficina de la Contraloría de Estados Unidos muestra que, mientras que los grandes bancos pudieron recibir préstamos más baratos que los pequeños antes de la aprobación de la reforma financiera, ahora, en esencia, ya desapareció esa ventaja.
Hasta cierto punto, esto podría reflejar mercados más tranquilos, en lo general, pero, no obstante, el estudio sugiere que la reforma ha hecho, al menos en parte, que su suponía que haría.
¿La reforma fue lo suficientemente lejos? No. En especial, porque si bien se obliga a los bancos a tener más capital, que es la fuerza clave para la estabilidad, deberían tener mucho más, en realidad.
Sin embargo, Wall Street y sus aliados no estarían gritando tan alto y gastando tanto dinero en una campaña para quitarle lo esencial a la ley, si no fuera un paso importante en la dirección correcta. Con todo y sus limitaciones, la reforma financiera es una historia de éxito
Paul Krugman - Servicio de noticias The New York Times - © 2014