Las divisiones de la oposición

Las críticas políticas al gobierno nacional están en manos de una oposición que, desde que obtuvo el triunfo legislativo de 2012, no hace más que dividirse aun cuando intente unirse más allá de sus reales posibilidades. Eso le agrega incertidumbre institu

Las divisiones de la oposición

El problema político de la Argentina actual es que tanto los roles del oficialismo como de la oposición se encuentran trastocados. Los encargados de conducir los destinos de la Nación no respetan debidamente la división de poderes y procuran eternizarse en sus cargos sin preparar las condiciones razonables para la transición, ya sea como continuidad o disrupción.

Pero, por su parte, las distintas oposiciones no cumplen con su papel de ponerle límites a los excesos ejecutivos y de representar sensatamente a las minorías a las que el presente oficialismo suele excluir de sus decisiones más importantes.

Hoy, luego de doce años de un mismo régimen de gobierno, la pelota se encuentra ubicada del lado de la oposición, ya que ellos deben construir una alternativa creíble en medio de la inevitable decadencia que todo proyecto de más de una década arrastra consigo.

Pero lo único que se verifica todos los días es una batalla encarnizada entre los opositores que en vez de gestar opciones se ocupan de cerrarlas al subordinar cualquier proyecto de conjunto a los intereses individuales de sus principales dirigentes.

Lo mismo ocurrió luego de 2009 cuando en las legislativas de ese año las oposiciones se impusieron decididamente sobre el oficialismo kirchnerista en lo que apareció como un fin de ciclo.

Sin embargo a poco de andar, y a pesar de contar con mayoría legislativa, las disidencias hicieron que esa mayoría transitoria condujera al más espectacular triunfo de Cristina Fernández en su reelección, ante una sociedad defraudada por haber depositado su voto crítico en quienes no supieron honrarlo, dedicándose a pelearse entre sí.

Ahora ese mismo esquema se repite como si no se hubiera aprendido nada de la anterior experiencia. Y si por un lado surgen dudas por esas diferencias frenéticas de todos contra todos en la oposición, los intentos de unidad suenan a veces tan disparatados que nos hacen acordar a la fatídica y fallida apuesta de la Alianza entre el radicalismo y el Frepaso a fines del siglo pasado.

Es que falta la suficiente grandeza tanto para saber cuándo unirse como para encontrar los límites que hacen irrazonable los acuerdos forzados sólo por el temor a perder.

El sectarismo es mal consejero, ya que cuando los desacuerdos programáticos son escasos hay que esforzarse con denuedo para construir las listas de unidad posibles, que hoy se facilitan al tener la posibilidad de dirimir las candidaturas en las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias. Por eso es un error ir solo cuando se puede ir acompañado.

Pero eso no debe hacer caer a los protagonistas políticos de la oposición en el otro exceso: el de la unidad contra natura mediante la cual personas y partidos con más diferencias que coincidencias, tanto programática como ideológicamente, buscan confluir en un mismo espacio sabedores que aún en el caso de triunfar electoralmente, no están dadas las mínimas garantías para gobernar como una coalición unificada.

El peor de los mundos aparece, sin embargo, cuando ocurre lo que hoy aparece con la alianza FAUNEN, donde cinco o seis candidatos viven peleándose entre sí mientras que los jefes de otras fuerzas opositoras aprovechan el río revuelto para quedarse con lo más posible de los restos que va dejando la lucha de todos contra todos en una interna que ni siquiera mantiene la más mínima reserva ya que se libra casi absolutamente por los medios de comunicación.

Es necesario entonces que los que quieren suceder al oficialismo actual encuentren la sensatez y el equilibrio que hace años no vienen demostrando, a fin de que la ciudadanía tenga verdaderas opciones para elegir en vez de simplemente conformarse con lo que supone el mal menor.

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