Es una especie muy difundida, que florece por doquier, que no está en peligro de extinción y que, como ciertos virus, aparecen cada tanto cepas nuevas. Hay algo, sin embargo, que las distingue y caracteriza: todas terminaron muy mal. Las que tuvieron más suerte, huyeron al exilio, otras cumplen largas condenas en la cárcel y las más desafortunadas, fueron ajusticiadas y terminaron sus días pendiendo de una soga o fusilados. Todos sin embargo repudiados y despreciados por sus pueblos, que los echó mediante elecciones o simplemente a patadas. Otros signos que los caracterizan son el mesianismo -encargados de una misión trascendente y sagrada- y un inveterado nacionalismo. Sus deportes favoritos: silenciar las voces opositoras conculcando la libertad de prensa, encarcelando o haciendo “desaparecer” al que piensa distinto.
En todos los continentes hubo dictadores pero sólo voy a referirme a algunos. Por ejemplo, Muammar Kadafi, que llegó al poder a través de un golpe de Estado. Los placeres y prebendas de palacio le entusiasmaron tanto que su estadía se prolongó durante 42 años. En ocasiones fue paño de lágrimas de nacionalistas argentinos, que buscaron su ayuda material y hasta espiritual.
Saddam Hussein gobernó con puño de hierro en Irak. Se creía invencible, mesiánico y bendecido por Alá. Quiso apropiarse de Kuwait, no pudo. EEUU no iba a permitir que el gran reservorio de petróleo cayera en sus manos. También peleó con su vecino Irán, en una guerra que terminó empatada. Cuando fue derrotado corrió a su pueblo natal y se escondió en un agujero. Sacado por los norteamericanos, fue juzgado y condenado en Bagdad y su cuerpo colgó de una cuerda.
Adolf Hitler y José Stalin, por harto conocidos y por encabezar, sin lugar a dudas, el ranking de millones de muertos, por su morbosa criminalidad y complicidad en el inicio de la Segunda Guerra Mundial, a través del pacto Ribbentrop-Molotov.
Del Duce, más italiano que los tallarines, con su figura casi histriónica fue primer ministro de Italia desde 1922 hasta que su cuerpo colgó de un árbol de la plaza de Loreto en Milán.
Dictaduras de derecha, izquierda; de blancos, negros y amarillos
Los dictadores no provienen sólo de la pródiga derecha; también podemos hallar distinguidas figuras en la izquierda más furibunda, como el endemoniado Pol Pot, autor del más atroz genocidio de Camboya, con una cifra que ronda 1.700.000 personas.
Entre los más acérrimos dictadores, hay para todos los gustos, rubios amarillos, como Mao Tse Tung, que tiene un muy buen lugar en el ranking de dictadores asesinos, pero también hay de raza negra, y en abundancia; Idi Amín, presidente de Uganda. Este morocho superó a muchos blancos en cuanto a número de víctimas: entre 100.000 y 500.000. No pudo ser juzgado porque huyó a Arabia Saudita, donde entregó su alma tan negra como su piel al señor de los avernos.
Nicolás Ceaucescu, Rumania comunista, desde 1967 hasta que fue ejecutado en 1989. Su régimen, a medida que avanzaba, aumentaba en crueldad. Instaló un severo culto a su personalidad, a falta de otros dioses a los que había expulsado de Rumania. Aparece aquí, junto a su crueldad, un convincente culto por el nacionalismo. El 25 de diciembre de 1989, él y su esposa fueron condenados a muerte, acusados de genocidas, enriquecimiento ilícito (ojo muchachos) y uso de las fuerzas armadas en acciones en contra de los opositores (ojo Milani). Por lo menos fue valiente en su última hora. Vivó a la República Socialista y cantó “La Internacional”. En el proceso de desintegración de la ex Unión Soviética, fue el único caso que se produjo en forma violenta.
Otra figura de relieve en esta maratón de totalitarismos fue el presidente de Serbia y Yugoslavia. Un nacionalista que fue artífice de la “limpieza étnica” en los Balcanes europeos, como así de las violaciones de mujeres como arma de guerra y de la muerte de miles de civiles inocentes. Slobodan Milosevic murió en la cárcel.
No podemos olvidar a Jean Claude Duvalier. Su padre también vivió como él, con lujo en un Haití macilento y pobre. Ejerció una represión feroz; en 1985 se calculaba en 40.000 los asesinatos cometidos por Baby Doc. Aún vive ese país en la mayor pobreza, contando con la ayuda de organismos internacionales y fuerzas de paz. Haití constituye una vergüenza para toda América.
En Filipinas, Ferdinand Marcos, en un gesto pleno de libertad y democracia, clausuró la prensa opositora (dicen que comenzó rompiendo diarios por televisión), detuvo a varios de sus opositores y (¡qué casualidad!), gobernó con y para el amiguismo. Tuvo que exiliarse y eligió la paradisíaca Hawai. Su esposa, hijos y algunos seguidores, se quedaron en Filipinas ejerciendo una fuerte influencia en la política de su país. Murió en el exilio.
Osni Mubarak se creyó un faraón (aunque para tal cargo reúne mejores condiciones que alguien nacido en La Plata, por ejemplo). Duró en el cargo más que algunas pirámides egipcias. El pueblo reunido en la plaza Tahrir y marchas que superaron el millón de personas le obligaron a renunciar. Fue encarcelado, enjuiciado y condenado a prisión perpetua. Muchos países y organismos internacionales se pronunciaron. La Argentina, no. Quizá se alentaba temor por una reacción semejante, parecida a la extraordinaria marcha de cerca de medio millón que el 18 de febrero caminó en silencio, con mucho dolor y bronca bajo una intensa lluvia. Esa enorme multitud tenía mucho que decir, pero marchó callada por respeto a la memoria de un héroe civil, muerto porque también tenía mucho que decir.
El "califato" islámico, nueva y sanguinaria dictadura
Aparte de las dictaduras mencionadas, ha aparecido una nueva modalidad, la fundación de un pretendido Estado Islámico en territorio usurpado a Irak y Siria, y quieren hacer lo mismo en Libia. Allí, y en todas partes donde ejercen dominio, aplican la más cruel dictadura con la población local, de manera que han generado grandes éxodos hacia Estados vecinos. La violencia desatada, su exacerbada crueldad, incluso contra pueblos árabes y de religión musulmana, puede categorizarse como una dictadura más, de allí que lo tratemos juntos.
Los países que han sufrido la ocupación de parte de su territorio como Irak y Siria luchan para recuperarlo. Una coalición de naciones ha acudido en su ayuda para evitar que se extienda como ya lo han hecho en el norte de África. Diríase que ésta no es una causa panarábiga ni islámica pues son árabes y chiítas los principales damnificados. Egipto, a su vez, también le ha declarado la guerra y ataca con sus poderosos F-16 el territorio de Libia donde se ha infiltrado este grupo terrorista insurgente, que decapitó a 21 sacerdotes cristianos coptos egipcios.
Este conjunto de forajidos está comandado por el peligroso, Abu Bkr al-Baghdadi, escindido de Al Qaeda. Jordania, otro país árabe, también ha jurado vengarse porque quemaron vivo dentro de una jaula al piloto de ese país, Musa Kasasbeh, quien tuvo la desgracia de caer en manos de este grupo de criminales inmisericordes cuando atacaba con su avión a los yihadistas. Otro grupo de 40 personas, la mayoría policías y miembros de milicias que luchaban contra los invasores, igualmente fueron cocinados vivos en jaulas.Veintiún kurdos también sufrirán la misma pena.
Como pretendidos titulares de un Estado Islámico constituyen la más atroz dictadura de que se tenga memoria; como miembros de un grupo armado han puesto en pie de combate a los países árabes de Oriente Medio y Norte del África. Junto a ellos, una coalición de países encabezados por los EEUU, Europa y varios de nacionalidad árabe luchan o se preparan para intervenir y detener este tenebroso cuadro que en pleno siglo XXI amenaza extenderse, distinto de Al Qaeda, que daba golpes aislados, a punto tal que el especialista Pedro Brieger, en su libro “Qué es Al Qaeda”, se plantea si realmente “¿existe Al Qaeda?”.
Este grupo, una minoría fanatizada fundada en una religión que abusa de los numerosos pasajes y versículos del Corán que incitan a la violencia contra los infieles, que aplica la sharía -una justicia extremadamente cruel derivada también de aquel libro sagrado para más de mil millones de acólitos-, que también predica la yihad o guerra santa contra quienes no comulgan con sus principios, busca imponer por la fuerza el fundamentalismo islámico en el mundo entero y someter al odiado Occidente, a su omnímoda y despótica voluntad, por supuesto arrancando de raíz la libertad y la democracia, lapidando mujeres adúlteras o privándolas de la plenitud de su vida sexual; en definitiva un mundo cruel y triste, con esclavitud y servidumbre. Creen que Occidente ha perdido sus grandes valores y ha caído en la corrupción y en la inmoralidad. Por ello arremeten. Lamentablemente algo de razón hay en esto. Sin embargo, la cultura, la sabiduría y el coraje que heredamos de Grecia, de Roma y del cristianismo constituye una firme valla, y reserva de valores que impedirán su avance. ¡Pero estemos alerta!