Pueblo al límite, borde de frontera, cuna del viento, boca de túnel. Villa de aventureros, de laburantes estacionales, de aves de paso, de las víctimas de la casualidad. Es Las Cuevas, puerta de entrada a Mendoza, punto de la última despedida.
Es una villa de montaña como tantas otras que existen en Argentina y al mismo tiempo posee características que la hacen única: por ejemplo, está al pie de uno de los cerros más altos del mundo: el Aconcagua.
Hay que decir que el 1 de noviembre fue declarado "Pueblo Auténtico" por el Ministerio de Turismo de la Nación, junto a otras 23 localidades del país. La idea es desarrollarlos turísticamente conservando su identidad, su patrimonio natural y cultural, su arquitectura, tradiciones, gastronomía, etc.
Para quienes viven en el lugar, el proyecto llega con augurios de nuevas oportunidades. De todas formas no se engañan: no es la primera vez que un gobierno quiere impulsar la renovación de este lugar y por eso son precavidos. Como dicen las voces populares: “ver para creer”.
Entre túneles
Entre el último túnel de la ruta nacional 7, denominado 14, y el del Cristo Redentor se encuentra la villa Las Cuevas. Es un pueblo peronista, no por su inclinación política sino porque nació en 1950 de la mano del por entonces presidente Juan Domingo Perón.
Por esta razón, en un principio llevó el nombre de Eva Perón quien, según fuentes históricas, se encontró con la lamentable situación en la que vivían los ferroviarios y se propuso construir allí un pueblo que reflejara la entrada al país de los visitantes.
En la obra, que duró unos 3 años, trabajaron más de 2.000 personas. Fue la época en la que más personas habitaron el lugar. De hecho, en este emprendimiento trabajó Fernando Grajales, uno de los próceres de la montaña mendocina, que acudió a este lugar como parte de su entrenamiento de cara al primer ascenso argentino al Daulaghiri, en el Himalaya.
Hasta 1984 pasó por allí el ferrocarril trasandino, estructura que aún hoy sobrevive en el paisaje de la montaña, como esqueletos de elefantes retorcidos al sol, que quedan ocultos por la nieve de cada invierno.
Hoy, de manera permanente, sólo viven 15 personas, aunque el número llega a duplicarse con los que suben y bajan desde Uspallata o la Ciudad de Mendoza para trabajar en los hostels o restaurantes apostados al costado de la ruta. Sólo hay dos niños, los únicos en la villa en 40 años según Ayelén Ramírez, su mamá.
Quienes más frecuentan Las Cuevas son montañistas, que se reparten entre los 4 hostels- el sitio es ideal para aclimatarse antes de subir el Aconcagua- aunque ocasionalmente algún turista extraviado, que sigue más allá de Puente del Inca, termina encontrándose con el pueblo.
También es frecuente ver, sobre todo en enero y febrero, micros y trafics que trepan hasta el monumento del Cristo Redentor, por encima del túnel, y que luego comen en alguno de los 4 restaurantes que abren todos los días del año.
Lo que hay, lo que falta
Lito Calabrese es un referente en la villa. Hace 16 años que trabaja en el lugar, en distintos restaurantes. Actualmente tiene uno de los establecimientos más cercanos a la boca del túnel 14, después del refugio de montaña del club Andinista de Mendoza.
“Hemos recibido esta noticia con alegría. Nos parece una muy buena propuesta. Necesitamos tener un rol preponderante en turismo y alta montaña.
Pero hace falta mucha inversión del Estado”, dice Lito, vestido con delantal ya que de un momento a otro llegará un contingente de turistas.
Entre olores a lentejas, mondongo y carne a la olla, Calabrese cuenta que hace falta la remodelación del sistema de cloacas, de agua y, sobre todo, que se mejore la conectividad: “No tenemos señal de internet y tampoco línea de teléfono fija. Eso hace que no tengamos servicio de posnet, que es una dificultad para el turista”.
Alejandro, que es guía de trekking y está apostado en el comedor de Lito esperando uno de los dos colectivos de corta distancia que pasan por allí, dice que Las Cuevas es un símbolo, pero del abandono.
“En los ‘80 hubo un gran incendio, en la hostería, y tuvieron que venir bomberos de Chile y de Uspallata. Ante una emergencia, no tenemos nada”, ejemplifica y pide que el camino al Cristo abra en diciembre, tal como sucede en el lado chileno: “Vialidad provincial espera hasta enero. El resto del tiempo está bastante abandonado”.
Dos turistas de Buenos Aires opinan que el camino para llegar está muy deteriorado y que tiene poca señalización. “Es un lugar hermoso, colorido, pero le faltan muchos servicios”, dice Fernando Castellón junto a su esposa Silvia Di Loreto, ambos oriundos de Lanús.
Según los pobladores, cuando una persona se enferma se la debe trasladar a Puente del Inca, a alguna dependencia militar o directamente a Uspallata.
Pueblo del viento
Algunas crónicas señalan que el pueblo parece fantasma. Y con razón: al llegar al lugar, los fierros retorcidos que se agitan por las ráfagas continuas dan la sensación de adentrarse en una típica película de terror. Se escucha, según el viento desplace el sonido, el trabajo de la central eléctrica de Edemsa, corazón indispensable de la villa.
Hay, además, edificios en ruinas que son utilizados por algunos viajeros como baños públicos, otra demanda de los pobladores.
Hay un esbozo de plaza, pues hay algunos canteros, y se divisa la figura de dos bustos (uno de San Martín y el otro una cabeza azul presuntamente de Las Heras, aunque alguien indica que puede ser Güemes) sobre sus pedestales. El piso está destruido debido a la falta de mantenimiento y no es un lugar que invite a quedarse.
Las banderas y sus mástiles se doblan en su indefensión, mientras unas figuras de hierro que representan al Padre de la Patria y a un soldado toman mate al resguardo de una gran roca desprendida hace miles de años de uno de los cerros centinelas.
“Hace diez años que vivimos acá, nos invitaron a hacer una inversión y vinimos”, cuenta Carlos Espina, propietario del restaurante “La Caballeriza”, el antiguo edificio de los años ‘50 donde los militares refugiaban caballos y mulas. De hecho, el sitio para recibir al turismo fue reciclado de lo que era el antiguo granero. Allí, al fondo, sobreviven algunas de las viejas estructuras de madera donde los equinos descansaban y pastaban.
“Me dijeron que nos iban a dar un montón de beneficios que nunca vinieron. Ojalá las inversiones lleguen porque hace falta iluminación, que remodelen la plaza y que mejore la limpieza”, remarca Espina. También dice que se deben reparar veredas y levantar la vieja estación del tren, para que sea un atractivo más para los turistas: “Es un pueblo de casualidad, porque el turista llega de esa manera. No hay carteles que indiquen, en Puente del Inca, que existimos. Pero hay mucho para hacer: están los Cerros Tolosa, Santa Elena y muchos otros para hacer trekking liviano”.
Resta decir que en el lugar los servicios médicos son básicos. Según los pobladores, cuando una persona se enferma se la debe trasladar a Puente del Inca, a alguna dependencia militar o directamente a Uspallata. "Siempre hay un vehículo a disposición. Todos acá tenemos remedios para cuando no hay forma de llegar por nieve o aludes", dice Don Contreras, un histórico del lugar, que tiene un restaurante al costado del peaje del túnel.
Señala que sería ideal que pusieran medios de elevación para el invierno y que se dieran facilidades a los habitantes para poder construir: “Si todo depende de nosotros es muy difícil. Al menos deberían construir refugios para cuando se inhabilita el tránsito a Chile. También hace falta cartelería que advierta sobre la extrema precaución que deben tener los conductores en el camino”.
Don Contreras, el "Iron Man"
Hace 57 años que Aníbal Contreras puso sus pies en Las Cuevas para no abandonar más el lugar. Tenía 20 años cuando comenzó a trabajar en la Hostería del lugar, donde ocupó el puesto de gerente. Hoy, a sus 77 años, sigue intacto, con una salud y un humor que son envidiables.
Más allá de la prosperidad de sus comercios (tiene tres en la zona, uno de ellos ubicado a un costado del peaje fronterizo), el hombre dice que lo importante es mantenerse activo. De hecho, al momento de ser entrevistado ya estaba listo para salir a correr, como lo hace todos los días.
“Hace 45 años empecé a hacer atletismo, cuando dejaron de ponerme en el equipo de fútbol. Pero también sucedió que una persona me hizo un daño muy grande. Lo que pasa es que si lo denunciaba se iba a quedar sin trabajo así que empecé a hacer ejercicio para que se me pasara el enojo”, cuenta Contreras agregando que en su infancia -humilde- llegó a cargar 300 tachos diarios de 25 kilos de uva: “Todo eso me fue fortaleciendo el espíritu, sumando al frío que hace acá”.
Más tarde, don Contreras -como es conocido en la zona- trabajaría en una exportadora como encargado de cuidar a los animales de las heladas. Paralelamente, comenzaron a llegar los reconocimientos deportivos.
“Fui campeón argentino en 400 metros llanos, en postas. También participé del Iron Man Ayelén que se hizo en 1988, cuando también me reconocieron como el segundo hombre más resistente del mundo”, rememora.
Por último, también recuerda que en 1966 participó del rescate de los heridos por la gran avalancha de Las Cuevas, que destruyó la hostería. “Me acuerdo que nos metíamos en todos lados como topos”, cuenta.