Las confesiones de un Boudou boy - Por Carlos La Rosa

Las confesiones de un Boudou boy - Por Carlos La Rosa
Las confesiones de un Boudou boy - Por Carlos La Rosa

Venimos sosteniendo hace tiempo que lo primero que viene a cuento cuando se analizan las andanzas de Amado Boudou por las que hoy está siendo juzgado, es impresionante la semejanza con un personaje de ficción: Isidoro Cañones. Como si Boudou, para llevar a cabo sus trapisondas, hubiera leído a fondo la famosa historieta e interpretado cabalmente su sentido.

Sin embargo este parangón entre realidad y ficción no es más que una buena metáfora para mostrar la corrupción en el poder de ciertos personajes menores que en un momento dado de nuestra historia se creyeron investidos de un aura superior para ser impunes incluso a sus propias e increíbles torpezas. Pero la metáfora deviene algo mucho más concreto cuando es uno de los propios pandilleros de la banda de Boudou quien confiesa la verdadera historia frente a un juez, en calidad de arrepentido, porque, es bien sabido, estos personajes no suelen ser demasiado leales entre sí.

Y aquí todo se clarifica, Boudou ya no descripto en su auténtica entidad por comparación con una historieta, sino Boudou descripto por un cómplice. Que verifica la total similitud con Isidoro Cañones e incluso lo hace aún más ficcional. Porque así es la historia (no la historieta) que más que narrar, vomita Vandenbroele ante el juez, con tanta pasión verborrágica que hasta el mismo magistrado parece decirle: “Nadie te está pidiendo tanto”.

El relato comienza con el llamado a Vandenbroele que le hace un amigo íntimo de Boudou, Núñez Carmona. Le dice que el ministro de Economía los puede volver ricos a todos si lo ayudan en algunas tareas de Estado. La primera de ellas, tanto para ensayar otras mayores, es la de simular un trabajo de asesoramiento al gobierno de Formosa por el cual se cobrarán dos millones de dólares. Para ello sólo se necesita un recibo por ese importe. Vandenbroele corre volando a la imprenta de la esquina y compra el talonario. Los nervios hacen que se equivoque en el recibo número uno y entonces hace el número dos. Con eso solo, cobran el dinero, que se divide así: U$S 800.000 para los formoseños, U$S 800.000 para Boudou y Núñez, U$S 200.000 para Vandenbroele y el resto para gastos.

Ya definitivamente enviciados por lo fácil que resulta ganarse la vida cuando el amigo de uno es ministro de Economía (y según dice el ministro, la tiene tan hechizada a la presidenta reina que es muy posible que ésta lo nombre su vicepresidente), encaran una tarea mayor. Ésta aún más segura que la anterior, porque la orden de ejecutarla la reciben de los altos mandos imperiales: se trata de tomar por asalto una imprenta proveedora de billetes, propiedad de los Ciccone que, según dicen, es gente amiga del enemigo Duhalde.

Para ello el ex neoliberal de la UCD Amado Boudou, llama a otro ex neoliberal de la UCD, Ricardo Echegaray, a cargo de la AFIP (ahora ambos devenidos en peronistas revolucionarios), para que apriete impositivamente a los Ciccone hasta ponerlos al borde de la quiebra. Para que vendan regalado. Claro que Echegaray le pide a Boudou que ponga alguna firmita por las dudas, por si caen que caigan los dos.

Finalmente, Ciccone, desesperado, vende por dos pesos. Como ni esos dos pesos tienen los boudouistas, convocan a un par de banqueros amigos del poder a fin de que les presten los billetes para comprar la imprenta que figurará a nombre del testaferro Vandenbroele pero cuyo dueño será el Amado.

Con la imprenta ya en manos leales, los buenos muchachos le piden a Echegaray un plan de financiamiento para pagar las deudas de la imprenta en comodísimas cuotas, cosa a lo cual éste accede. Al poco tiempo, ya con Boudou en poder de la vicepresidencia (que según sigue sosteniendo obtuvo por la fascinación que siente la dama mayor) todo se destapa y los Boudou boys comienzan a desesperarse.

Logran zafar al principio cuando la reina presidenta les autoriza a echar a patadas al procurador, al juez y al fiscal que tienen en sus manos la causa Ciccone, pero la bola de nieve no se puede parar porque ya no hay nadie, ni en la Argentina ni en el mundo, que desconozca las andanzas del Isidorito redivivo. Sólo se hace la tonta la Justicia, pero ya cambiará cuando cambie el poder.

Y colorín colorado, el relato de Vandenbroele apenas ha comenzado.

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