“En sus clases nos instaba a asomarnos a algo oscuro que hay en la literatura, nos exigía que nos entreguemos a ella, que hagamos de nuestros temores o vacilaciones instrumentos para leer: ¿Se puede pensar esto? ¿Se puede decir? ¿Hasta dónde se puede hablar en literatura? Nos exigía una entrega zen (o psico-analítica, o narcótica) a esa experiencia. Porque para Josefina la literatura nunca fue ni objeto, ni sujeto; sino experiencia, desafío; la posibilidad de que existieran mundos”, contaba Ariel Schettini.
Josefina Ludmer fue la profesora. No sólo por la cátedra de Literatura Latinoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA sino por las clases “clandestinas” que supo dar en su casa tras el golpe militar.
A su modo, formó una escuela paralela a la que llamaron, entonces, la “Universidad de las Catacumbas”. Volvió a la UBA recién en el ‘84, tras el retorno de la democracia. Para entonces ya había recibido una beca de la Universidad de Princeton y la prestigiosa beca Guggenheim en la categoría Teoría Literaria.
Ludmer integró la nueva corriente de críticos que planteó nuevos objetivos y modos de lectura.
Algunos de sus libros son “El género gauchesco. Un tratado sobre la patria” (1988), “El cuerpo del delito. Un manual” (1999), y “Aquí América latina. Una especulación” (2010) y el volumen “Clases 1985. Algunos problemas de teoría literaria”.