El fin de semana pasado quedaron todas las cartas sobre la mesa. La artillería pesada con la que el kirchnerismo jugará a nivel nacional no incluye un rol protagónico para Cristina Fernández de Kirchner, tal como todo el mundo podía imaginarse. La tranquilidad que le da, al peronismo gobernante, el entramado electoral que construyó en torno de la figura de Daniel Scioli, permitió a la Presidenta darse el lujo de no postularse para ningún cargo (pese a haber hecho reformar las leyes electorales para que este año se vote, por primera vez, los candidatos a diputados del Mercosur -algo que la Argentina tenía tiempo de hacer hasta 2020- a fin de contar con la posibilidad de jugar con una boleta que lleve su nombre y apellido).
Ni siquiera una derrota sonora como la que el peronismo oficialista sufrió el domingo en Mendoza preocupa al kirchnerismo nacional. Todo el mundo preveía que una cosa así podía ocurrir, aunque quizás nadie imaginaba la dimensión que terminó teniendo. La visita de la Presidenta a Mendoza no le sirvió a Adolfo Bermejo para ganar unas elecciones que probablemente hayan estado definidas mucho antes, cuando los intendentes justicialistas decidieron desdoblar los comicios departamentales movidos por el miedo al voto castigo al gobierno nacional y provincial. Ese clima que los dueños del territorio percibieron a fin de diciembre jamás se modificó, sencillamente porque los problemas que tenía entonces Mendoza siguen siendo exactamente los mismos que tiene hoy y que deberá enfrentar el gobernador electo, Alfredo Cornejo.
La estrategia del peronismo de municipalizar los comicios para alambrar sus bastiones fracasó porque la ciudadanía entendió que lo que está fallando en Mendoza son las políticas provinciales, es decir la visión que los gobernantes tienen sobre el conjunto de situaciones que determinan el aquí y el ahora de la población. El peronismo, preso del pánico a perder el poder, realizó maniobras desafortunadas. Primero desdoblaron los intendentes y luego lo hizo el gobernador Francisco Pérez para obligarlos a jugar en bloque y para que no le dejaran a él solo la responsabilidad de dar pelea a la oposición en las urnas. Luego vino la enemistad con la Casa Rosada que duró tres meses tortuosos y posteriormente sobrevino un acuerdo sobre la hora con Cristina Fernández a cambio de cederle la lapicera para armar las listas nacionales. Obsesionada por el 10 de diciembre, la Presidenta no tuvo inconvenientes en venir a Mendoza luego de dos años. Pero su presencia mágica no surtió el efecto esperado.
Tampoco le alcanzó al PJ el apoyo de Scioli, pese a que éste es el candidato presidencial con mayor intención de voto en la provincia. El sector más mimetizado con el bonaerense, el que lideraba el vicegobernador Carlos Ciurca, recibió la lección más dura en las pasadas elecciones. La Corriente, que surgió como contrapeso del poderoso sector “Azul”, perdió en Guaymallén, Las Heras y Luján, sus tres bastiones. En cambio los seguidores del “Chueco” Mazzón salvaron la ropa en Maipú y San Martín, y los hermanos Emir y Omar Félix ganaron en San Rafael. El peronismo tiene hoy una fractura múltiple. Arriesgó y perdió demasiado.
Aun con todo esto, el 40% que obtuvo Bermejo entusiasma a Scioli y a Cristina Fernández. Con ese número en el quinto distrito electoral del país, donde supuestamente hay un clima “anti” gobierno nacional, el oficialismo proyecta un triunfo en primera vuelta. Santa Fe, otra provincia difícil para el kirchnerismo, también devolvió al PJ grandes expectativas. El peronismo santafesino rompió definitivamente con Carlos Reutemann, quien se pasó a las filas del macrismo, y así elevó su piso electoral 8%. La provincia de Buenos Aires, donde el kirchnerismo se mueve como pez en el agua, será determinante para el oficialismo nacional a la hora de garantizar un triunfo en octubre: cristinistas y sciolistas se tienen fe.
Pero lo que más tranquiliza a la Casa Rosada es que el escenario que se configuró a nivel nacional dista mucho de ser idéntico al que le permitió a Cornejo ganar en Mendoza. La oposición no sólo no se unió sino que irá a las urnas con más ofertas electorales que en 2011. Con ello el kirchnerismo tiene asegurado que Scioli será el candidato más votado en las PASO y espera aprovechar ese golpe de efecto para terminar de cerrar la elección dos meses después.
Julio Cobos y Sergio Massa se lamentan por estas horas de que Mauricio Macri no haya querido abrir al tigrense la puerta del frente Cambiemos. El mendocino pronostica una debacle de su partido en las primarias, ya que la candidatura de Ernesto Sanz -su verdugo en la interna radical- no hace olas de ningún tipo. Pero además avizora un triunfo del oficialismo nacional, aunque esto se cuida de decirlo en público. Estos dos escenarios podrían dejarlo mejor posicionado dentro del panorama opositor, donde Cobos se está moviendo con un pragmatismo ideológico casi peronista: negocia con Margarita Stolbizer, con Hermes Binner y con Massa el mismo día, a la vista de todos.
El cierre de listas que ofició el pasado sábado a la medianoche también sirve para analizar los escenarios de gobernabilidad futura. Por primera vez en quince años este tema afectará al peronismo y no exclusivamente a la oposición. Desde que el país explotó en 2001 y el radicalismo debió conformarse con ser un partido de contrapeso pero no de alternancia, la principal certeza que le quedó al electorado es que sólo el justicialismo, con sus aciertos y sus gruesos errores, es capaz de conducir la Argentina. Pero ahora la obsesión por conservar el poder que tiene Cristina Fernández proyecta una sombra sobre el candidato del Frente para la Victoria. ¿Será Daniel Scioli un presidente débil? De acceder al sillón de Rivadavia, llegará con un vicepresidente nombrado por la Presidenta saliente y deberá lidiar con un Congreso nacional cuyas bancadas estarán pobladas por leales a la jefa de Estado (empezando por su hijo Máximo). Antes de fin de año, el cristinismo podría reducir todavía más el margen de maniobra a Scioli. En un vuelco al institucionalismo republicano, analiza votar el fin de las leyes de Emergencia Económica que, pese a la bonanza, se usaron durante 14 años y podría eliminar los súper-poderes que tiene el Ejecutivo para flexibilizar a su antojo el Presupuesto que aprueba el Congreso. Desde el Parlamento, que durante una década fue sólo una escribanía, el cristinismo podría ejercer una presión coercitiva sobre el titular del Ejecutivo.
Scioli prefirió aceptar las reglas de juego impuestas por Cristina con tal de llegar. Sólo pudo nombrar a su ministra Cristina Álvarez Rodríguez en la lista de diputados nacionales del FpV de la provincia de Buenos Aires. El resto de los candidatos con posibilidades de entrar a la Cámara baja fueron designados por la Casa Rosada. La apuesta de Scioli es legitimarse como líder político en el ejercicio cotidiano del poder. No están en su mente grandes jugadas como las que hizo Néstor Kirchner porque el contexto económico y político cambió radicalmente en la última década. Lo suyo -lo dice todo el tiempo- es la previsibilidad. Scioli cree que con sólo dar certidumbres a la economía y a la población le alcanzará para sortear las trampas que le tiene preparado el kirchnerismo puro. Cuenta, hay que decirlo, con el respaldo de los gobernadores, de aquellos que durante doce años padecieron la mano dura del matrimonio Kirchner. Pero son estos mismos líderes regionales los que sin embargo esperan que el próximo gobierno, sea éste conducido por Scioli o por un opositor, acceda a un replanteo profundo de la relación de la Nación con las provincias. Esto implica, nada más ni nada menos, un giro dramático: arrebatar a la Casa Rosada la discrecionalidad en el manejo de los recursos que le sirvió al actual gobierno para disciplinar a las provincias hasta convertirlas en sucursales del poder central.