Los personajes conflictivos existieron desde siempre en la política argentina. Pero en los últimos años, esencialmente durante la denominada “década ganada”, nacieron y crecieron algunos que sobresalieron no por sus ideas brillantes ni predicando con el ejemplo sino en base a la prepotencia, a la agresión y a la imposición de ideas. Pero lo más grave es que esos personajes, nefastos para una democracia, continúan ganando espacios aún después de un año de gestión de un nuevo gobierno.
Son numerosos los ejemplos que podríamos adoptar para hacer referencia al párrafo anterior. Pero haremos hincapié en tres de ellos.
En primer lugar, la señora Hebe de Bonafini, una incontinente verbal que no pierde oportunidad de agredir al Presidente con insultos inaceptables.
Luis D'Elía, dirigente piquetero de la denominada Federación Tierra, Vivienda y Hábitat es otro caso emblemático. No se trata de ningún improvisado sino de un hombre que supo filtrarse en los esquemas de poder. Profesor secundario, integró junto a Chacho Alvarez el gobierno de La Alianza y posteriormente fue convocado por Néstor Kirchner para ocupar la Secretaría de Vivienda y Hábitat. Siendo funcionario, ocupó una comisaría como consecuencia del crimen de un dirigente comunitario, causando destrozos y sustrayendo un cuadro de Quinquela Martín; encabezó una contramarcha a la organizada por Juan Carlos Blumberg y en el caso de la AMIA jugó abiertamente a favor de Irán, atacando a lo que calificó de “derecha judía”. Se aprovechó de las cercanías del poder para asegurar el futuro de sus hijos a través de cargos con jugosos salarios en la Anses.
Pero sin dudas el personaje más controvertido es el de Fernando Esteche, líder de la organización Quebracho, que se da el lujo de hacer y decir lo que quiere sin que nadie pueda ponerle límite alguno. Para reflejar la situación, sólo cabría tomar un ejemplo: ¿cuánto tiempo duraría una persona caminando por la calle San Martín con el rostro cubierto, con un palo en la mano y en actitud amenazante? No creemos que pueda superar los diez minutos antes de ser detenido. Pues bien, Esteche y su gente cortan calles, impiden el acceso a estaciones de servicios o a oficinas públicas, siempre con el rostro cubierto y con palos en las manos. Sin embargo, nadie hace nada y sólo se van cuando ellos quieren.
Esteche sabe perfectamente lo que hace. Es licenciado en comunicación social y profesor universitario y se da el lujo de hacer y decir lo que quiere. Como sucedió días pasados, cuando aseguró que si algún juez de la Nación decidiera ordenar la detención de la ex presidenta Cristina Kirchner podrían “sacarlo del juego. Podrían destituirlo, apartarlo de la causa, plantearle la incompetencia, podría aparecer muerto... Puede pasar cualquier cosa, porque la relación del poder es siniestra”. Hubo críticas de parte del resto de la dirigencia política, reacción de la gente a través de cadenas sociales pero Esteche sigue caminando por la calle como cualquier ciudadano común. ¿Cómo puede decir alegremente que un juez podría aparecer muerto cuando aún se está discutiendo la forma en que murió el ex fiscal Alberto Nisman un día antes de concurrir al Congreso para explicar la acusación contra Cristina Fernández en la causa AMIA.
Frente a ese inquietante panorama, es necesario que alguien -la Justicia o la política- tome cartas en el asunto y termine de una vez por todas con este tipo de impunidad que hace tanto mal al sistema democrático.