Los recientes conflictos entre dos partidos de la alianza gobernante a nivel nacional, Cambiemos, merecen una reflexión para discernir entre el pluralismo que mejora la participación democrática y el divisionismo que le suma ineficacia a la acción de gobierno.
Hasta entonces, los últimos tres años fueron positivos en la relación institucional de Cambiemos entre el Pro de Mauricio Macri, la Coalición Cívica de Elisa Carrió y el radicalismo hoy presidido por Alfredo Cornejo, como los tres más importantes partidos de la coalición gobernante.
No fue nunca un lecho de rosas la dialéctica entre los tres, pero eso permitió que los debates, la mayoría de los cuales se dio bajo la luz pública, contribuyeran a superar errores. Evitando de ese modo lo que había ocurrido en el gobierno anterior donde la presidenta de aquel entonces, Cristina Fernández de Kirchner, no permitía jamás ninguna disidencia, ni siquiera entre los más íntimos y cercanos a su poder. De ese modo jamás se corregía ningún error y se insistía en él bajo toda la medida de lo posible y quizá más aún.
El reconocimiento de los errores cometidos en la presidencia Macri en gran medida se aceptaron porque tanto Carrió como la UCR no dejaron nunca de señalarlos. Y desde el principal sector oficialista casi siempre se tuvo la inteligencia de tomar las propuestas y corregir rumbos.
No obstante, en los últimos tiempos y con la profundización de la crisis económica, esa sana política institucional quizá ha avanzado un tanto peligrosamente en el sentido contrario, aquel que pone en riesgo la gobernabilidad al amenazar con la división, porque las propuestas se van tornando demasiado opuestas.
En las últimas semanas, Carrió solicitó (aunque luego se desdijo a medias) la renuncia de nada menos que del ministro de Justicia de Cambiemos. Luego acusó de corrupción a una parte significativa del gobierno del cual forma parte y, por su fuera poco, señaló que las políticas seguidas en el área de seguridad corren el riesgo de conducir al fascismo.
Ya no se trata de propuestas para aportar correcciones, sino más bien de diferencias de fondo. Y aunque la temperamental jefa de la Coalición Cívica asegure que no tiene pensado romper con Cambiemos (aunque sí tal vez jubilarse o retirarse, expresó) lo cierto es que luego de sus fogosas declaraciones, una brecha importante parece haberse abierto en la coalición gobernante, porque sus palabras no cayeron nada bien en los círculos más cercanos al presidente.
Con el radicalismo las cosas son diferentes porque con Alfredo Cornejo hay muchas coincidencias conceptuales, reduciéndose las diferencias (que aun así no son pocas) a las cuestiones de implementación. Sin embargo, un sector de figuras representativas del radicalismo tradicional, entre las que se cuentan Ricardo Alfonsín, Federico Storani y Juan Manuel Casella, entre otros, ya hace tiempo que vienen expresando disidencias de fondo con los contenidos políticos del Pro, tanto que varios de ellos están pensando en separarse de la alianza oficial y formar otra con partidos que consideran más afín a su ideario radical.
Quizá este sea el momento de encontrar las síntesis posibles que impidan caer tanto en el autoritarismo como en la falta de gobernabilidad. Para eso es necesario que aquellos que piensen igual en lo esencial, fortalezcan su alianza pero que aquellos que creen tener diferencias de fondo, vayan pensando en separarse razonablemente de lo que no sienten como afín.
Porque lo peor de todo sería que ocurra lo que se vivió durante la Alianza entre Fernando De la Rúa y Chacho Álvarez, donde la ruptura entre ambos señaló el principio del fin de ese gobierno y, mucho peor, el inicio de una anarquía de la cual aún no hemos salido del todo.
Porque lo importante es que más allá de una circunstancial alianza política, tanto en las alianzas gobernantes como en aquellas que desde la oposición se van construyendo para disputar el poder, se unan aquellos cuyas coincidencias son más significativas que sus discrepancias, a fin de asegurar un buen gobierno.
Porque un buen gobierno, como dijimos al principio, debe incluir el principio de la autocrítica pero también el de la efectividad.
Y para ello lo mejor es el equilibrio donde la corrección de errores y la ejecución de políticas se complementen. Donde a la soberbia de los que quieren gobernar solos, se le oponga algo mejor que la irresponsabilidad de la división extrema.
En ese difícil equilibrio está el camino para que se sigan fortaleciendo las alianzas políticas.