Hoy por hoy es muy común escuchar por parte de los radicales críticos con la alianza que su partido constituyó con el PRO de Mauricio Macri y otros partidos más, que se trató, en el mejor de los casos de un acuerdo electoral pero que en los hechos nunca llegó a ser una coalición de gobierno donde hubiera igualdad de condiciones para ejercer el poder entre los socios.
Sea más o menos cierta esa opinión, lo que de verdad importa es que frente a la crisis de representatividad de los partidos políticos, cada día será más creciente la constitución de acuerdos para gobernar entre políticos que provienen de las más variadas concepciones para sumar voluntades e ideas frente a una ciudadanía decepcionada con casi todos sus dirigentes.
Que se sumen aportes a los partidos debilitados puede, claro, contribuir a su fortaleza sólo si ello forja nuevas propuestas que mejoren la calidad de la política, pero lamentablemente, lo que viene ocurriendo en la práctica es algo similar a lo que expresan esos radicales críticos más arriba citados. Que los distintos sectores partidarios conforman alianzas solamente para llegar al poder pero no para ejercerlo. Que si pierden las elecciones, la alianza se disuelve al día siguiente. Y que si ganan los comicios, el grupo político mayoritario decide sin consultar al resto, por lo que en un caso u otro las alianzas no funcionan.
Lo que en realidad debería ocurrir si se quiere mejorar a la política en serio es que las alianzas partidarias se vayan formando con el tiempo suficiente para madurar las ideas diferentes en un todo unificado a través de la práctica compartida. O sea, así como cada candidato debe prepararse todo lo posible antes de presentarse al cargo postulado para así poder gobernar cualificado para ello, del mismo modo los pactos entre políticos que buscan conformar alianzas deberían gestarse bastante antes de pelear por el poder y hacerlo en base a las coincidencias programáticas arribadas, en vez de limitarse solamente a una mera sumatoria electoral.
Cuando se habla de estas temáticas, suele venir a la memoria el caso de la Concertación chilena donde el partido Demócrata Cristiano y el partido Socialista, entre otros, se integraron de un modo igualitario pese a que el peso de uno y otro era muy diferente. De ambas estructuras políticas surgieron presidentes con similar poder y capacidad, y durante varias gestiones la Concertación llegó a ser mucho más importante que cada uno de los partidos individuales que la conformaban.
La Argentina necesita de este tipo de uniones para un buen gobierno, o al menos como el punto de partida para un buen gobierno. El ejemplo contrario al chileno lo tuvimos durante la presidencia de Fernando De la Rúa, donde la alianza entre el radicalismo y el Frepaso conducido por Carlos “Chacho” Alvarez nació mal consolidada y por ende terminó peor, pudiéndose decir que la fractura de esa alianza con la renuncia del vicepresidente fue el punto de partida de la caída del gobierno. Y si bien en la actualidad parece no correr peligro la finalización del gobierno compuesto por el PRO, el radicalismo y la Coalición Cívica, lo que sí puede correr riesgo es que los socios terminen la gestión separados ya que en la UCR hay voces disidentes que proponen pelear las elecciones con un candidato a presidente de la oposición.
Es por eso que, para no decepcionar a la ciudadanía, las alianzas políticas a constituirse de aquí en adelante deberían ser mucho más sólidas que las que nos han gobernado y para eso hay que pensar mucho más en las propuestas que en la toma del poder.