¡Las acequias…! bien gracias

¡Las acequias…! bien gracias
¡Las acequias…! bien gracias

Hace diez años, en abril de 2010, este diario editorializaba sobre el cuidado de las cunetas de la ciudad y el Gran Mendoza, en un texto titulado “Las acequias y la cultura”. Y por supuesto muchas otras veces, a partir de entonces, el matutino se ocupó de esas venas abiertas para que circule el benefactor líquido que riega o debería regar nuestros protectores árboles.

En una palabra, siempre se ha insistido sobre la necesidad (¡imperiosa!) de cuidar las acequias, que es lo mismo que decir, cuidar nuestro oro líquido, el agua.

Pero, lamentablemente poco se ha logrado en el mandato imprescindible de recuperar la cultura del cuidado de las acequias por parte de los mendocinos.

Alguien que periódicamente insiste en este tema es el arquitecto y urbanista Jorge Ricardo Ponte, quien el lunes 2 de marzo, en ocasión de los 459 años de fundación de la capital mendocina, publicó en Los Andes un artículo titulado, “Por qué Mendoza es la ‘ciudad de las acequias’”. En esa nota el investigador señalaba: “Al ser Mendoza una de las ‘Ocho capitales Internacionales del Vino’ no se contrapone con su identificación con las acequias que dan sustento y expresión al paisaje cultural vitivinícola. Al contrario, lo singulariza. Por todo lo expuesto, sugiero adoptar con fines turístico-culturales y como eslogan oficial de la Ciudad Capital, un lema que sintetice su valor y trascendencia: ‘Mendoza, la ciudad de las acequias’”.

Sostenemos que el entusiasmo y fervor de Ponte por esta causa es digna de los mejores encomios, pero lamentablemente la realidad nos arroja a un presente de quebranto y abandono.

Las acequias están mal, embancadas, sucias, desamparadas. En la ciudad, en Luján de Cuyo, en Las Heras y en cualquier lugar por donde circulen.

La tarea ímproba pero sencilla a la vez sería que los vecinos mantuvieran limpio el pequeño espacio de la acequia que está frente a su hogar.

Que no se barriera nada a su interior, ni hojas ni basura.

Qué existiera una sanción moral para aquellos que ensucian las acequias y hacerles ver, dentro de las normas de la cortesía y la urbanidad, lo inadecuado de su proceder.

Muchos recordarán que antaño nosotros mismos limpiábamos la acequias propia y la municipalidad de jurisdicción recogía los desperdicios y el embanque y se lo llevaba.

Asimismo hay que instar a vecinos y usuarios en general a que no se tapen las acequias para que sea fácil limpiarlas, tarea en la que se ocupan –justo es reconocerlo- los troceros que todavía hay en algunos municipios.

Más difícil sería que las municipalidades obliguen a destapar acequias tapadas innecesariamente a los frentistas, pero no estamos seguros que se pudiese hacer esta tarea.

Debemos tener siempre presente que acequias y árboles callejeros están íntimamente unidos. La vida de los forestales depende del líquido que pueda circular por las cunetas.

Igualmente serviría que los vecinos destapen las pozas de los árboles tapadas injustificadamente.

En la calle Boulogne sur Mer, por ejemplo, muchos de los frentistas han tapado ilegalmente el canal Tajamar para ampliar sus veredas o para tener más estacionamientos para sus vehículos. Esos espacios no son propios. Pero se adueñan de los mismos; incluso los han cercado con rejas.

Las acciones para tener en buen estado las acequias son sencillas, fáciles de cumplir, pero de tan asequibles que son, nadie los cumple y las acequias, bien gracias.

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