Ellos no saben si pertenecen al distrito de San José o al de Villa Bastías en Tupungato. No tienen en claro quién le puso el nombre a sus calles ni siquiera por qué su barrio se llama Las Acequias. Pero en un punto comparten una absoluta certeza: en el hecho de que "los vecinos son la primera familia".
Añoran los tiempos en que pasaban las tardes conversando y mateando en la vereda, mientras acompañaban con la vista a sus hijos -por entonces pequeños- que inventaban juegos en la calle y en los campitos cercanos. "Ahora sabemos más de la vida de nuestros vecinos por Facebook", se ríen. Pese a ello, reconocen que son los primeros en aparecer para ofrecer una ayuda o prestar un hombro en un momento de dolor.
Este clima de amistad es el que gobierna en el barrio Las Acequias, el tercero en construirse en el distrito San José, que funciona como la puerta de ingreso al departamento de Tupungato. A lo largo de tres cuadras, residen 48 familias, que supieron transformar estas hectáreas de chacras en un bello sitio para vivir.
El contexto ha cambiado mucho, desde que este complejo habitacional se levantó en medio del campo y con la única compañía de su colindante al oeste, el San José. Hoy rodeado de numerosas construcciones privadas y nuevos barrios, la dinámica cambió mucho. Sin embargo, todavía se cuelan por distintos rincones postales inigualables de la montaña.
Relatos comunes
La gente de la zona aún recuerda aquella fría mañana de 1986, cuando llegó gente del Instituto Provincial de la Vivienda a la escuela distrital Vicente Gil para inscribir a los interesados en tener una casa propia. Entonces, muchos de ellos anotaron como prioridad barrios de la villa cabecera, pero ahora piensan que el destino les jugó la "buena pasada" de destinarlos a este rincón de San José.
Pasaron dos años, hasta que salió la publicación en el periódico con la fecha de entrega. Nancy Baigorria conserva aquel recorte enmarcado en las paredes de su casa. "Todos los domingos, el canillita nos decía que iba a salir nuestra notificación. Fue una buena estrategia, porque así estuvimos varios meses comprando el diario", se ríen las vecinas.
El gran día llegó el 28 de agosto de 1988. En las calles del nuevo barrio se improvisó un acto con la entrega de llaves y la participación de autoridades departamentales.
"Algunos ya habían dejado un acoplado cargado con los muebles y apenas tuvieron las llaves, se fueron a engancharlo con el camión y durmieron aquí esa noche, por miedo a que otros ocuparan las viviendas", recuerda Lucía Osorio.
Según la realidad de cada familia, el complejo ofrecía tres estilos de casas diferentes. Unas tenían dos habitaciones, otras tres y las más grandes eran de dos plantas, con cuatro habitaciones. "Fue de los últimos barrios bien completos que entregó el IPV en la zona. Venía con piso de baldosas, cerámica, artefactos domésticos... y las casas eran tipo chalecito", cuenta Eva Molina.
Más allá de su entorno, ni las familias se han renovado ni el lugar ha cambiado mucho. Son contadas las que han modificado sus fachadas y, excepto por algunas ampliaciones, el barrio luce como en sus inicios. Claro que antes las calles eran de tierra, abundaban los "campitos para jugar al fútbol" y faltaban algunos servicios.
Lucía enumera los avances. "A los dos años, nos asfaltaron las calles. A los cinco, conseguimos colocar la red de gas, sacando un préstamo que pagamos en cuotas. Y hará tres años, tenemos las cloacas", apuntó la mujer. Además, con la llegada del barrio vecino, El Portal, ahora cuentan con una plaza amplia donde juegan sus nietos y a la cual cuidan entre todos.
Además de algunos hechos de inseguridad, lo único que les preocupa a los habitantes de Las Acequias es la presencia de muchos animales en el complejo. Como los lotes son amplios y están cerca del campo, algunos vecinos se permiten tener animales de granja o una gran cantidad de perros que terminan generando malos olores o riesgos para los niños en la vía pública.
Clima de fiesta y carnaval
Pese a que la vida comunitaria ha disminuido un poco con el nivel agitado de vida y los fríos, este barrio ha "tenido sus andanzas". Nunca tuvo Unión vecinal, pero no le hizo falta para organizar eventos. Concursos de bailes y juegos para los niños, el té del Día de la Madre, los asados en familia, los pesebres organizados en la calle y las bailantas de Año Nuevo que duraban hasta el amanecer.
"Siempre tuvimos buena relación entre nosotros. Siempre nos sentimos en familia con nuestros vecinos", apunta emmocionada Nancy. Los mejores recuerdos son de los carnavales de antaño, cuando aún no estaban las medianeras y todos corrían de patio en patio con baldes de agua y a cualquier hora del día. "Pero si bastaba dejar la ventana abierta, para que pasar alguien y te echara agua o puñados de harina", comentan entre risas.
Don Luna, el vecino con vocación de jardinero
La Capilla Sagrado Corazón de Jesús es uno de los hitos patrimoniales más importantes de Tupungato. En las últimas décadas, su parque ordenado, su pérgola y la belleza del lugar hacen que sea un sitio elegido para muchas bodas y bautismo. Los que pocos saben es que gran parte del mérito de tanta belleza es de Don Tránsito Toto Luna.
Este vecino del barrio Las Acequias hace 25 años que se ocupa del parque. Cuando adoptó el trabajo, entusiasmado tras haber realizado un cursillo de Cristiandad con su mujer, Lucía, nunca imaginó que abrazaría este servicio por 25 años.
A pesar de que se lo ofrecieron, nunca quiso cobrar un peso por esta tarea. Todos los días, cuando sale de la finca donde trabaja de tractorista desde hace décadas, se queda algunas horas limpiando el parque, sembrando árboles o cortando el pasto.
Juan Antonio Rocha
Juan Antonio Rocha fue quien atendió la primera y única estafeta postal que existió en el distrito de San José. La misma funcionaba en la casa de los padres de don Juan, sobre la ruta 86 que va a Los Cerrillos.
Tanta pasión ponía en su trabajo, que luego fue contratado por Correo Argentino y trabajó en ese ámbito 49 años, hasta que se jubiló con honores el año pasado. Incluso la estafeta funcionó un tiempo en el barrio Las Acequias, cuando la familia Rocha se trasladó allí el primer tiempo. "Fuimos el único barrio con oficina postal", se ríe su mujer.
Pero don Rocha no solo es recordado como el cartero de San José, sino también por su generosidad. Pues durante las décadas que viajó a trabajar a la Villa, realizaba los trámites que le encargaban sus vecinos. Llevar cartas, comprar estampillas y hasta averiguar si estaban depositados los sueldos eran encargos que don Rocha cumplía con alegría.
Desde que era una cancha de tierra hasta el hermoso parque actual donde todos se fotografían, ha pasado mucho tiempo y mucho esfuerzo de don Toto. "Lo hago porque me hace feliz, es mi servicio a Dios y lo hago con ganas", expresó el hombre.