El duro momento que transitan las castigadas acciones de las empresas argentinas comenzó a transformarse en una oportunidad para los inversores más agresivos y pacientes, pero como sucede con el resto de las apuestas financieras, todo depende de un elemento clave e ineludible, como lo es la negociación de la deuda que Alberto Fernández deberá resolver en un máximo de tres meses.
Las compañías que operan en bolsa, con posiciones tanto en pesos como en dólares, afrontan una situación dramática que solamente es comparable con lo vivido en la crisis de 2001. El colapso de los últimos dos años provocó que 12 de las 20 empresas que conforman el índice Merval lleguen a cotizar por debajo de su valor contable.
Esa incoherencia no sólo motivó a muchas firmas a iniciar una frenética ola de recompra de acciones, sino que además abrió una ventana para que ingresen los operadores más osados. Es que nadie se anima a garantizar que lo peor ya pasó y el futuro inmediato está plagado de enormes desafíos para el sistema financiero argentino.
“El riesgo sigue totalmente presente y hasta que no haya una reactivación económica es complicado que volvamos a tener un mercado alcista”, alertó Daniel Osinaga, un inversor del mercado de capitales, ante la consulta de este diario.
Agregó que en esta instancia predomina la relevancia de las señales políticas y que en la plaza se esperan datos más precisos sobre cuál será el rumbo que emprenderá Alberto Fernández a partir de su asunción, el próximo 10 de diciembre.
“Lo que vemos es un punto de entrada, pero sigue siendo un negocio volátil, de alto riesgo. No es para cualquier inversor, es para un inversor agresivo y que está dispuesto a tolerar posibles pérdidas y, especialmente, a esperar. Porque, si esperas, vas a ganar seguro, no hay chance de que no ganes si esperas”, describió José Ignacio Bano, gerente de Asesoramiento Financiero de InvertirOnline.
Atrás quedaron aquellos niveles máximos históricos que se alcanzaron en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires en el inicio de 2018, poco antes de la crisis cambiaria que desató una furiosa debacle financiera y que empujó a la Argentina a una extensa recesión y a la posterior expulsión del mercado de crédito.
“Muchos papeles tienen el mismo valor que tuvieron en 2012, que representó la peor época kirchnerista; en 2019, cuando se produjo la crisis de las de las hipotecas suprime; y otros el mismo que en 2001”, comparó Osinaga.
Aunque nadie esquivó el camino cuesta abajo, hubo sectores que cayeron con mayor fuerza como los de las empresas energéticas asociadas con los servicios públicos y las peores sangrías las padecieron las compañías que con posiciones en Wall Street. Los papeles de Edenor en Nueva York acumularon en lo que va del año un retroceso de 80,5% y lideraron los derrapes generalizados.
Y los indicios que lanzó Alberto Fernández sobre su plan económico, que se basará en la reactivación del consumo, poco aliento genera en lo inmediato a los grandes jugadores en el sector bursátil, que representan a los sectores bancario y financiero, al energético y, en menor escala, al de la construcción.
Algunas de las grandes dudas vigentes son qué sucederá con la política monetaria y la reducción de la tasa de referencia que se les paga a los bancos mediante las Letras de Liquidez (Leliq), que terminarán la era de Mauricio Macri al 63%; cómo se materializará la desdolarización de las tarifas prometida por el presidente electo y cuál será el aumento de la presión impositiva, por ejemplo, mediante las retenciones al agro.
"El riesgo Latinoamericano va a influir claramente, estamos teniendo fuertes devaluaciones en toda la región. Chile casi un 20%, Brasil que está en una zona complicada, pero con el cepo, que no creo que Alberto Fernández vaya a sacarlo o a hacerlo más flexible, el dólar en la Argentina va a tener el mismo rumbo que tuvo en la época k, cuando no iba al ritmo de la inflación pero aumentaba un poquito día a día", agregó Osinaga.
Pero todos los actores del mundo económico descuentan que el gran obstáculo del próximo gobierno será resolver la discusión con los acreedores para evitar el default. Es una urgencia con escaso margen de acción, en la que impulsar un arreglo amigable para apurar la reapertura al crédito internacional puede resultar un arma de doble filo.
Sobre ese dilema, Bano rememoró lo que sucedió con el megacanje de 2001, cuando para postergar los vencimientos se ofrecieron mejoras en los intereses que aumentaron sustancialmente el nivel de deuda. “Esa negociación se resolvió en unos meses, pero tiempo después se declaró el default porque la deuda creció tanto que no se podía pagar”, remarcó.
Por su parte, Osinaga agregó que, a diferencia de las anteriores reestructuraciones, la actual deuda “está en manos de grupos grandes” y opinó que por ello podría “ser más fácil y tranquila”. “Pero se tendrá que patear mucho, para tener varios años sin pagar”, advirtió.
Además, el operador bursátil reconoció que es correcto lo que planteó Fernández cuando aclaró que no quiere más dólares del FMI y que pedirá empezar a pagar cuando la Argentina recupere el crecimiento. "Seguir tomando deuda para financiar déficit es totalmente ridículo", dijo.
Los frentes abiertos son los que aún limitan el ingreso a las posiciones más que atractivas que ofrecen las acciones de las empresas argentinas. “Si el mercado se cierra para la Argentina, se va a cerrar para todos, pero veremos cómo sale esa negociación porque, si se defaultea podemos estar cinco años negociando la deuda. La situación todavía es dramática”, remarcó Bano.