Entre 2011 y 2017, 259 personas murieron tratando de tomarse una "selfie".
Las cifras fueron arrojadas por un estudio global, dado a conocer en 2018. No hay datos oficiales sobre este año, pero la tendencia parece ir en alza. Aunque nos parezca novedoso, este tipo de situaciones abundan. A lo largo de la historia las muertes consideradas "ridículas" son numerosas.
Según el historiador Gregorio Doval, la defunción del Papa Adriano IV en 1261 fue de lo más extraña. Mientras hablaba, una mosca ingresó a su boca y se atragantó. Aún más extraño es morir víctima de una tortuga, como sucedió al famoso Esquilo. Este dramaturgo griego vivió unos 500 años antes de Cristo y es considerado padre de la tragedia griega. Su muerte no dejó de hacerle honor. Mientras caminaba por las calles helenas un águila perdió a su presa, una tortuga que dio con su cabeza trágicamente.
La lista no termina allí. Muchos dejaron de existir tras dar rienda suelta a los pecados capitales. Este fue el caso de Maximiliano I de Austria, suegro de Juana la Loca, quien murió por comer demasiados melones. En 1771 la glotonería también acabó con el rey Adolfo Federíco de Suecia. Dejó de existir tras consumir una abundante cena, que incluyó 14 raciones de postre. Aparentemente, la lujuria privó al mundo de Fernando el Católico. Luego de quedar viudo, contrajo nupcias con la joven Germana de Foix. Buscando incrementar la familia hizo uso de una pócima medieval, cuya base eran escarabajos verdes. Aparentemente el "medicamento" le produjo una hemorragia cerebral.
La frase "morir de risa" no es simplemente un eufemismo. Se cree que el primero en partir entre carcajadas fue Calcante. Adivino griego del siglo XII a. C., famoso por predecir la Guerra de Troya. Todo comenzó cuando cierto oponente le señaló que no llegaría a probar el nuevo vino. Meses más tarde, Calcante estaba a punto de hacerlo, recordó aquella afirmación y murió ahogado por su propia risa.
Curiosamente Arnold Bennett si logró beber, siendo eso fatal. Este escritor inglés nació en el siglo XIX y destacó por las polémicas que protagonizó con sus colegas, entre ellos Virginia Woolf. Se encontraba en París a principios de 1931 cuando los lugareños afirmaban que el agua estaba contaminada por tifus. Arnold los trató de ignorantes y la probó para demostrar lo incultos que eran. Como se imaginan, a los pocos días murió de tifus en Londres.
Bennett pagó muy caro su actor descortés, pero ser un caballero no garantiza siempre la supervivencia. En la Argentina de 1910 se llevaron a cabo fastuosos festejos debido al centenario. Entre los asistentes de honor se halló el General José María Bustillo, veterano de las batallas de Pavón, Cepeda, Caseros, la Conquista del Desierto y la Guerra del Paraguay. Al acercarse la Infanta Isabel de España se quitó la gorra para saludarla. Lamentablemente fue un día muy frío, el acto le ganó verse afectado por una fuerte gripe y con casi cien años no logró sobrevivir.
Bustillo se tomó muy seriamente su papel galante, pero morir también puede ser fruto de un juego. En 1946 la actriz Primula Susan Rollo, esposa de David Niven, murió por jugar a la gallinita ciega. La fiesta se desarrolló en casa del mítico Clark Gable. Con sus ojos vendados, la mujer cayó por un hueco de las escaleras. El desenlace fue fatal. No se trató de la única muerte grotesca en Hollywood. Casi 40 años más tarde el mítico Tennessee Williams, autor de un "Tranvía llamado Deseo", sucumbió ahogado con un corcho.