Todo empezó en 2011, cuando Martín Rumbo quiso investigar un mítico boliche del este que olía a pacto oscuro, pues se decía que su dueño había vendido el alma al diablo a cambio de éxito.
“El boliche explotaba, el éxito crecía... Luego fallecieron en confusos accidentes de tránsito sus dos hijos varones. Y el mito se hizo leyenda”, cuenta Rumbo.
Novato como detective paranormal, Rumbo se puso en marcha.
- ¿Y qué descubriste?
- Busqué y no encontré nada. Entonces decidí escribirla. Me llegó mucha data. Entrevisté a ex empleados y habitués y saqué la nota.
Explotó. A raíz de esa publicación me comenzaron a llegar muchos mails sobre otras leyendas. E investigué lo que más me atrapaba. Así fueron surgiendo los distintos relatos. Cinco años después me decidí a eternizarlos en papel.
Rumbo define los textos de “Mendoza tiembla” como historias de terror psicológico, relatos paranormales, páginas de suspenso y misterio.
“Para mí un relato es de terror, o aterroriza, cuando podés realmente imaginar la situación que estás leyendo. Como que la sentís tangible, palpable, algo que te puede pasar en cualquier momento”, eriza.
- ¿Hay un terror cuyano?
- No, hay un terror urbano y un terror rural, pero son historias propias de los pueblos o las ciudades, no de un pueblo o una ciudad en particular. Salvo algunos casos como el Futre..., aunque pensándolo bien es el mismo “Jinete sin Cabeza” de Inglaterra.
Desde niño, a Martín lo sedujo todo lo relacionado con el misterio, las miserias humanas, la muerte. “Nací en Mendoza; mi vieja es maestra y mi viejo empresario. De mi papá, heredé el gusto por el hacer; de mi mamá, la pasión por las letras. Ella me hacía leer de chico. También escribió un libro de poesía y relatos para los primarios, ‘Sentires de Mendoza’”.
No extraña, pues, que el joven que estudió licenciatura en administración de empresas se haya interesado, además, por la literatura.
Trabajé en administración hasta que, con mi socio Pablo Ponce, fundamos El Mendolotudo y ahí explotó mi pasión por las letras. Aunque escribí desde siempre, en cadenas de emails, foros, blogs, diarios, etc, fue 'el Mendo' el que me ayudó a ejercitar las letras. En el medio también descubrí mi amor por la política, cosa que también disfruto hacer". Sin ocupar ningún cargo, aclara.
Trabaja, escribe y milita. También está casado con Yemina y es papá de una hermosa Sofía de 1 año y cuatro meses.
- ¿Cuál es la anécdota terrorífica que se te quedó grabada?
- Una noche me quedé a dormir en una finca de unos primos. Ellos decían que habían fantasmas, pero que eran buenos y que ya estaban acostumbrados. Esa noche pasó de todo en la casa, desde platos que se cayeron de las estanterías, hasta puertas que se abrían a lo lejos y se cerraban de golpe. Jamás volví a esa finca.
Fantasmas y monstruos en Internet
Más allá del formato libro, ¿cómo se publican relatos de terror en estos días? En la red, desde hace unos años, circulan las llamadas “creepypastas”. Son nuevas leyendas urbanas creadas originalmente para formato digital. Esto no es nuevo, claro, sólo que más que nunca, en lugar de que los relatos escalofriantes surjan alrededor del fogón o salgan de la TV, son los usuarios los que los suben a la red, a veces con videos caseros inquietantes. Por lo general, una creepypasta influencia y es influenciada por los videojuegos. Y desencadena foros.
“No puedes esconderte de ti mismo”, es el inquietante mensaje que acompaña las páginas de las creepypastas. Y hay de todo: novias de ultratumba, maniquíes diabólicos, extrañas cintas de video, espejos abismales, monstruos internos. En la búsqueda se marcan palabras-clave como “cementerio” y “locura”, pero también aparece “padres”.
El término viene de “creepy” y “paste” que significan espeluznante y pegar (guiño a copiar y pegar).
Algunos sostienen que el mito de terror es aquel que, justo después del remate, genera un silencio: uno de esos silencios que se sienten en el espinazo.
“¿Alguna vez has tenido una experiencia que sugirió que alguien más estaba en tu casa, y solo pensaste ‘no quiero saber’, haciéndolo a un lado?”. Así empieza, por ejemplo, una creepy llamada “Teoría de las cuerdas”, que arroja un tiempo de lectura aproximado de 8 minutos y un rating de 9.66.
El sitio, incluso, tiene un salón de la fama, con las mejores historias calificadas por votación con estrellas. En muchos casos, los textos incluyen una imagen que se supone perseguirá y atormentará al lector. Este suele quedar perturbado por los “episodios perdidos”, curiosos desprendimientos de las series de televisión.
Una de las creepypastas más famosas es “1999”. Y de las pocas que se va actualizando con el tiempo.
De esto se trata: Elliot es un chico canadiense criado en Brampton, cerca de Toronto (Canadá) en 1999. Debido a su fanatismo por Pokémon su padre le compra un viejo televisor. En él descubre un canal llamado Caledon Local 21, que se transmite en Caledon, otro pueblo cerca de Ontario.
Los programas de Caledon son bizarros, muy bajo presupuesto. Están conducidos por un tal “Señor Oso”, que vive en las afueras, cerca de los bosques. Una especie de Krusty pero más freak.
Al parecer, Señor Oso secuestra niños y se los llevaba a su bodega, para usarlos en el programa "La Bodega del Señor Oso".
"¡Hola Niños! ¿Quieren visitar mi bodega? Si quieren, por favor, ¡escríbanme una carta a esta dirección!".
En agosto de 1999, Elliot decide escribirle. Mientras se obsesiona mirando series del antiguo canal, recibe la respuesta del extraño Señor Oso.
Y no vamos a contar más porque, a partir de allí, la historia se ramifica en varias versiones según el usuario que decide continuarla.
Fuera de la red, hay brujas del terror nacional (Mariana Enríquez, Samanta Schewlin), hay colecciones (Pelos de Punta) y hay un boom (escritores del género desparramados en todo el país con el fanatismo a flor de piel de obras de Lovecraft, Stephen King, Horacio Quiroga y demás. Así, los nuevos autores del terror, conscientes de este mundo amenazante, replantean el fantástico hacia niveles nuevos de humana perturbación.
Un cuento: "La leyenda del bosque susurrante de Tunuyán"
“En Tunuyán hay un bosque extraño... donde pasan cosas”. Éste fue el comentario que disparó mi curiosidad. El bosque estaba cercano a la Ruta Nacional 40. Un fin de semana le pedí a un amigo que me acompañe a conocer el lugar para saber qué pasaba, si realmente eran ciertos los rumores. Recorrimos los casi 100 kilómetros que separan la ciudad del pueblo y nos paramos en un pequeño restaurante para almorzar. Mientras pedía la cuenta le pregunté a la dueña sobre el bosque. Llevábamos la dirección con nosotros. La mujer era anciana, de unos ochenta años, con ojos muy verdes, la piel rojiza y rostro alegre. En el instante que le pregunté, su semblante se tornó taciturno y su mirada errática. Tardó en responder. Me dijo que mejor no me metiera en temas del pasado, que disfrute de la ciudad o del río, pero que olvide de recabar en asuntos escabrosos. Esto, más que espantarme, sedujo aún más mi atención.
La seguridad con la que me habló la señora bastó para apurar el almuerzo y dirigirnos al lugar.
Manejamos un largo rato hasta que llegamos al punto señalado, estacionamos el auto al costado de la ruta y sin siquiera titubear supimos cuál era el sendero que nos habían marcado como referencia, un pasaje lúgubre y claroscuro. Nos adentramos caminando callados un kilómetro, aproximadamente. Las nubes negras de la siesta, que proclamaban una tormenta inminente, y el follaje de los árboles habían transformado aquel paisaje en un bosque sombrío y húmedo. El silencio al caminar, la sugestión y el ambiente permitían que solamente escuchemos nuestros corazones latir.
Los árboles se cerraban ante nosotros a cada paso, como una especie de manos que nos quisiesen atrapar. Más caminábamos, más se nublaba, más se obstruía el sendero, más denso se ponía el aire. De pronto llegamos a una pequeña casa abandonada. Estaba completamente destruida, solamente seguían en pie sus paredes devastadas. El techo estaba destrozado, no tenía puerta y algunas de sus ventanas se hallaban tapiadas con maderas. Los muros habían sido víctimas del fuego y los escombros del otrora techo y galería estaban desparramados por todo el lugar. Decidimos acercarnos y fue entonces cuando mi amigo y yo escuchamos algo. Hasta el día de hoy no podemos definir con certeza qué fue lo que oímos, pero los dos concordamos en que el sonido fue de un segundo, emitido por varias voces, voces susurrantes, voces suplicantes, entrecortadas, similar a una canción reproducida de atrás hacia adelante, muy nítido.
Venía de todas partes, ni de arriba ni de abajo, sino desde todos los costados. Suspiros agitados, lamentos...
En ese momento nos miramos, nuestras caras eran mitad de susto, mitad de incredulidad. Lo primero que hicimos fue quedarnos inmóviles, tratando de concentrar todos nuestros sentidos en lo que oíamos, pero no se escuchó más nada. Preguntamos si había alguien escondido pero lógicamente no recibimos respuesta. De pronto un trueno azotó el cielo e instantáneamente comenzó a llover suave, esto nos sirvió de excusa para irnos. Durante el camino de vuelta sentíamos que alguien nos seguía, como que nos miraban de atrás.
Yo iba detrás de mi amigo y podía ver cómo a cada instante giraba, le pasaba igual que a mí. Sinceramente no me animaba a darme vuelta, pero les aseguro que detrás sentía otros pasos quebrar las hojas del suelo al caminar. El bosque se había tornado más oscuro y el camino de regreso mucho más largo. El ruido de follaje contra el viento se mezclaba con nuestra respiración y el agua que caía nos hacía caminar más rápido. Luego otro trueno y otro. El cielo se volvió negro y entonces, después de un relámpago, nuevamente nos envolvieron los susurros. Mi amigo me preguntó si lo había oído, y le bastó mi rostro espantado afirmando para que comenzáramos a correr desesperados hacia el auto, sin saber a qué le temíamos, pero con la mayor sensación de horror que sentimos en nuestras vidas. Un viento nos seguía... algo se levantaba, se aproximaba imparable, la adrenalina del miedo nos hacía correr desenfrenados.
Llegamos al auto, arrancamos y manejé de vuelta al restaurante. Ya era casi la hora de la cena. La señora de ojos claros nos miró con sorpresa, debió haber percibido por nuestras caras lo acontecido. “¿Vienen del bosque?”, preguntó sin titubear. Nos sentamos y le pedimos por favor que nos cuente la historia, que algo sabíamos, pero que queríamos cotejar si lo que nos habían contado era cierto.
Se arrimó a la puerta del local, puso una traba y se sentó en nuestra mesa. Miró por la ventana que ya comenzaba a oscurecerse por completo, respiró hondo y comenzó a contarnos...
A principios del siglo pasado llegó a Tunuyán un extranjero con tres hijos pequeños, su esposa murió en el viaje de una extraña enfermedad que la consumió en menos de cuarenta días. Compraron las tierras donde ahora estaba “el bosque susurrante”, como lo llamaban los lugareños, y cultivaron la tierra. Rara vez se veía a los muchachos en el pueblo sino era más que para hacer algunas compras, y muchas menos veces a su padre, aunque los testimonios de la época coinciden en que los tres jóvenes tenían algo extraño en la vista, como perdida, como muerta.
A finales de los años ‘20 hubo un pequeño brote de cólera en la zona. Algunos casos fueron asentados en el hospital del pueblo, aunque no fue relevante, salvo por el fallecimiento de los tres hijos del extranjero. En toda la zona culpaban al cólera, pero los médicos que atendieron a los muchachos dijeron que jamás habían visto un desenlace tan horroroso, que no era cólera ni nada conocido y que en menos de cuarenta días los tres se fueron consumiendo de una manera brutal. El rumor fue creciendo rápidamente debido a que los cuerpos jamás aparecieron. Ni se velaron, ni se enterraron. Cuando la situación se hizo insostenible la policía interrogó al padre de los muchachos sin encontrar nada. Entonces decidieron buscar a los médicos que habían realizado la autopsia. Jamás dieron con ellos ni nadie supo el paradero, aunque todos juraban haberlos visto en la posada del pueblo un domingo contando sobre la cruel enfermedad.
No había respuestas, las hipótesis comenzaron a fluir. Se dijo que el propio Hermes, padre de los muchachos, enterró en el medio de sus cultivos a sus tres hijos y luego arrojó un puñado de semillas de álamo en cada una de sus tumbas, con el fin de que nadie profanase sus restos. Cuentan que el hombre pensaba que el crecimiento de esos árboles prolongaría la vida de sus hijos ante él. Al poco tiempo todos los cultivos se perdieron y solo quedaron tres álamos que crecían a una velocidad sorprendente alrededor de la casa de la familia.
La historia hasta ahí sería triste... e incluso hermosa, pero con el tiempo cobró un matiz macabro. Mucha gente del pueblo contaba que en realidad Hermes era nigromante y había practicado magia negra con su familia. Sus conjuros asesinaron a su esposa en el pasado y eso mismo había provocado la muerte de sus tres hijos. Plantó los álamos sobre ellos para que jamás pudiesen conocer lo que había hecho con sus cuerpos. Esta versión del mito le llamó mucho la atención a los jóvenes del pueblo de Tunuyán. Y fue entonces cuando comenzaron las desapariciones.
Primero fueron dos primos de apellido López. Luego un grupo de cinco amigos. La policía rastrillaba toda la zona y los vecinos temían que hubiese un asesino serial en el pueblo. Lo que nadie se daba cuenta era que ya no había tres álamos, sino diez.
El temor sumió a Tunuyán en la desesperación. La gente se encerró en sus casas y no dejaban deambular a sus hijos por las calles. Los rastros del último de los desaparecidos llegaba hasta el bosque de Hermes, este fue el detonante para que todo el yugo de la ley cayera sobre él. El pueblo pedía justicia, culpaban a Hermes y solicitaban su encarcelamiento. Este fue el chivo expiatorio perfecto para la deficiente policía zonal. Luego de un breve juicio, Hermes fue confinado a una cárcel al sur del país, aunque jamás llegó ya que se suicidó en la seccional un día antes de su traslado.
La leyenda llegó a la ciudad de Mendoza y despertó la duda en varias personas. Se cree que hay más de catorce casos de desapariciones de personas que tenían como destino Tunuyán y jamás volvieron, aunque a mediados de los ochenta el pueblo hablaba de cientos... como cientos de álamos han crecido en el bosque de Hermes, el bosque susurrante de Tunuyán.