Un Mercedes negro circula veloz en medio de la noche parisina. En el túnel del Puente del Alma, cerca del Sena, la limusina choca contra un pilar. En el lugar hay paparazzi que toman las primeras fotos. "La princesa Diana está dentro", dice uno de los presentes. Es la madrugada del 31 de agosto de 1997 y comienza el drama de París, la muerte de Lady Di, de la que hoy se cumplen 20 años.
Diana de Gales, de 36 años, y su novio Dodi Al Fayed, de 42, habían salido de cenar del hotel Ritz, en la Place Vendôme, seguidos por fotógrafos de la farándula. Ninguno de los cuatro ocupantes de la limusina en la que iban llevaba puesto el cinturón de seguridad.
Diana, gravemente herida, fue trasladada a un hospital donde murió poco después. Sólo sobrevivió el guardaespaldas, que viajaba en el asiento del copiloto.
Las investigaciones revelaron que el chofer conducía demasiado rápido al intentar escapar de los reporteros y que había ingerido alcohol y medicamentos.
"Ella tenía heridas muy graves en la cabeza pero todavía vivía. Pero precisamente las personas que habían ocasionado el accidente no ayudaron, sino que fotografiaron cómo murió en el asiento trasero", lamentó su hijo menor, el príncipe Harry, en un documental realizado por la BBC con motivo del aniversario.
La tragedia sacudió profundamente hace dos décadas a los británicos y a millones de personas en todo el mundo. Diana era la "reina de corazones", capaz de consolar a personas afligidas o de dar la mano a un enfermo de sida, algo desacostumbrado entonces para un miembro de la familia real británica. Su naturalidad entusiasmaba a la gente, tan diferente al comportamiento del príncipe Carlos, que muchos consideraban excéntrico y poco accesible.
Su matrimonio no empezó bien. Antes de la boda apenas se había visto en 13 ocasiones con el príncipe heredero, contó Diana en una grabación de video que salió a la luz recientemente. Ya poco después del compromiso, el príncipe Carlos la traumatizó. Cuando un periodista les preguntó si estaban enamorados, Diana contestó: “¡Sí, por supuesto!”. Pero Carlos añadió: “Lo que sea que signifique estar enamorado”.
A pesar de todo, la boda entre Diana, que entonces tenía 20 años, y Carlos -13 mayor que ella- se celebró con toda la pompa, con vestidos espectaculares y retransmisión televisiva que siguieron millones de personas en todo el mundo. Para muchos fue una boda de cuento.
Sin embargo, poco después Carlos engañó a Diana con su amor de juventud, Camila Parker Bowles. El matrimonio se convirtió en una pesadilla, Diana sufrió bulimia, se sentía sola y se refugió en aventuras sentimentales.
En 1996, poco antes de su muerte, la pareja se separó. Al contrario que al príncipe Carlos, a menudo se la veía triste y pensativa. Pero nunca cuando estaba con sus hijos Guillermo y Harry.
"Era como una niña grande", asegura Harry, de 32 años, en el reciente documental de televisión. "Nos cubría de amor", aseguran él y su hermano mayor, el príncipe Guillermo (35), en una grabación con la que quieren mostrar a la opinión pública cómo era su madre. "Pueden ser tan traviesos como quieran, pero nunca dejen que los descubran", les recomendaba.
La última vez que hablaron con ella fue por teléfono, en una llamada muy corta porque los dos hermanos (entonces de 12 y 15 años) tenían apuro por volver a jugar.
La sociedad británica mostró un inmenso dolor por la muerte de Diana. Pero la Casa Real, en especial la reina Isabel, se mostró en un primer momento distante. La opinión pública lo interpretó como una muestra de frialdad y la popularidad de la familia real cayó.
En tanto, el príncipe Carlos lleva 12 años casado con su gran amor, Camila, a la que al principio muchos apodaban como “la rottweiler”. Los dos han conseguido recuperar el respeto del pueblo gracias a su empeño y comparecencias serias y profesionales.
¿Podría decirse que todo está bien? En realidad no. Todos los implicados guardan profundas cicatrices y en Gran Bretaña siguen corriendo ríos de tinta sobre el tortuoso matrimonio.
La increíble historia de su tumba falsa en Althorp
Durante 20 años el mundo creyó que Diana, la princesa de Gales, descansa en una isla florida de su mansión en la isla de Althorp, en el norte de Inglaterra. Miles de turistas visitan su tumba, pagan la entrada en el castillo familiar, miran su vestido de novia y leen el libro de condolencias en la casa de los Spencer, la familia más aristocrática de Gran Bretaña. Pero Lady Di no está ni estuvo enterrada en la isla.
Diana descansa en paz junto a su padre en la cripta familiar de los Spencer, en el pueblito de Great Brington, cerca de Althorp, en una iglesia sajona del año 1200. La enterraron secretamente durante la madrugada, la noche antes de su funeral oficial y fue una exigencia de la Familia Real, después de tres días de negociaciones y con el cuerpo de Diana en la morgue, mientras se ponían de acuerdo.
El diseñador argentino Roberto Devorik fue uno de los grandes amigos de la princesa y uno de los pocos que puede reconstruir esta macabra tragedia real hasta el final. Tres días después de su funeral y cuando almorzaba con una de las personas más cercanas a la princesa en la casa de Lady Bocker, una madrina informal de Diana, le reveló la verdad: "Diana no está en la isla. Está enterrada junto a su padre en la iglesia del pueblo".
La razón fue que la familia real y la maquinaria del palacio no querían que la tumba de Diana se convirtiera en un lugar de peregrinación, tras la explosión de emoción y furia contra la Corona, cuando la Casa de Windsor estaba desestabilizada por su muerte.
Durante 20 años Devorik guardó el secreto. Sólo se lo contó a Scotland Yard, la policía británica, que le pidió no revelarlo. Ahora, cree que llegó el momento de contar lo que consta en su declaración.
Un capitán argentino la llevó a ver ballenas en Península Valdés
“Cuando bajó de la lancha prometió volver con sus hijos. Pero no pudo cumplir su sueño”.
Jorge Schmid recuerda cada detalle de aquel 25 de noviembre de 1995, por la mañana, cuando en su lancha “Berretín” la princesa de Gales Lady Di realizó el avistaje de ballenas. Era el capitán de aquella pequeña embarcación que después se convirtió en emblema.
Ese día, el camino de llegada a Puerto Pirámides estaba blindado, el sol pegaba como nunca y no había viento. Además, las ballenas rindieron su propio homenaje a la princesa: hicieron de todo y una se acercó tanto a la lancha que si hubiese querido, Lady Di podría haberla tocado.
Schmid recuerda todo con absoluta claridad como si no hubieran pasado 22 años de aquel día.
-¿Por qué lo eligieron entre los seis prestadores de avistaje?
-Porque en el ránking de seguridad de las embarcaciones la mía era la más segura. De todas maneras, un día antes prácticamente desarmaron la lancha. Diría que la “destriparon”. Revisaron la pirotecnia que llevamos para las emergencias y hasta pasaron por rayos X los salvavidas. Hubo gente de Scotland Yard desde mucho antes realizando filmaciones y recorridas.
-¿Cómo la recuerda?
-Una mujer sencilla, muy linda. Con ojos claros y mirada profunda. Me dio la mano cuando subió a la lancha. Me habían prohibido que le hable si ella no lo hacía. Pero apenas subió se puso a hablar con todos en inglés. La seguridad era tal que en el momento que ella pisó el escalón de la lancha había un buzo abajo por si tenía algún inconveniente. Se ubicó sola y pudo ver perfectamente cuando levantó la vista que la “Berretín” llevaba una bandera Argentina. Sólo sonrió. Hay que recordar que todavía estaba latente la guerra de Malvinas. Era todo muy sensible. Pero ella navegó así, con un pabellón argentino a sus espaldas.