La vuelta al mundo en Netflix - Por Marcelo Zentil

Ver una serie muchas veces es también conocer un país y hasta una cultura. Es cierto, no es lo mismo que estar allí, pero cuesta menos.

La vuelta al mundo en Netflix - Por Marcelo Zentil
La vuelta al mundo en Netflix - Por Marcelo Zentil

Andri Ólafsson camina sobre la calle congelada y bordeada por nieve. De un lado, las casas. Del otro, el mar. No hay nadie más a la vista, sólo él, con su cuerpo macizo y pesado, y el frío que traspasa la pantalla. Así concluye la primera temporada de Trapped (Atrapado), que cuenta las desventuras de un jefe policial muy particular en Islandia. 
Ólafur Darri Ólafsson, tal el nombre real de Andri, encabeza la cartelera, pero en la serie que puede verse por Netflix el protagonista real es el paisaje gélido y hostil de ese país enclavado en el Atlántico, entre Noruega y Groenlandia.

Lejos de los primeros planos, la isla fue noticia hace una década por su crisis financiera, hace tres años porque su primer ministro renunció tras aparecer en el informe de los Panamá Papers y hace un año, porque su selección de fútbol empató con Argentina al debutar en el Mundial.

En la primera temporada, las montañas están siempre rebosantes de nieve, los lagos congelados, las rutas listas para derrapar con el auto y los temporales, a la vuelta de la esquina. En la segunda, es verano, pero allí nadie anda de mangas cortas por la calle. Las montañas, los lagos y el campo islandés muestran otra cara, pero igual de cautivante.

Ese clima es el  que moldea el carácter hosco y silencioso de cada uno de los que allí viven. Las historias transcurren en dos pueblos costeros pequeños, en el norte y el este islandés, pero también, cada tanto, la acción se traslada a Reikiavik, la capital, una ciudad baja y pintoresca que tiene tantos habitantes como nuestro Guaymallén (350 mil).

Mi primera aproximación a Islandia fue a través de “Viaje al centro de la Tierra”. Apenas despuntaban los ´80 y me atrapó la descripción que Julio Verne hacía de esa tierra lejana, desconocida, casi inverosímil para un niño de 10 años cuando Google y Youtube ni siquiera habían sido soñados.

“Recorrí las únicas dos calles de la pequeña ciudad, que se extiende en un llano pantanoso entre dos colinas. Vi pobres huertos, jardines marchitos, una iglesia de piedra y la escuela, donde enseñan cuatro idiomas”, cuenta sobre Reikiavik Axel, el personaje que tiene a su cargo el relato de la historia.

“Los hombres se afanan en secar, salar y cargar bacalao, principal producto local. Son robustos, macizos, con rasgos germánicos. Ensimismados, nunca sonríen, a veces sueltan una risa seca y vuelven a quedar serios”, describe Verne a los pobladores de la capital, el punto de partida de su aventura literaria.

Esa descripción de los islandeses encaja sin fisuras con la de Andri, el personaje principal de Trapped. Corpulento y de movimientos lentos, de pocas palabras y menos sonrisas. El verbo gritar no existe en su léxico, aún cuando a su alrededor  todo parece naufragar. Si se enoja, nadie se entera.

Pese a que ya pasaron más de 150 años desde que se publicó el libro, la pesca sigue siendo la principal actividad económica, aunque ya no en la capital sino en los pueblos, como esos en los que transcurren los 20 capítulos.

La literatura fue la primera forma que encontraron de viajar los que no podían hacerlo. Los buenos escritores transportaron a los lectores al otro lado de su mundo, a ciudades inalcanzables, a países imposibles.

Luego vino el cine, que explotó la fuerza de la imagen, y nos mostró lo que antes leíamos.  De allí se nutrió la televisión: las series norteamericanas de los ‘70 y ‘80, que veíamos por la noche en los canales locales, nos hicieron conocer San Francisco, Los Ángeles y Nueva York.

Ahora, llegó Netflix y nos puso al alcance de un dedo la posibilidad de recorrer el mundo, sin salir de nuestra casa. Así, en The Killing podemos aproximarnos al espíritu de Seattle, la cuna del grunge y de Nirvana y también la sede central de Microsoft, Boeing y Starbucks, por ejemplo.

En The Fall, algo de Belfast e Irlanda del Norte podremos captar. Marsella, con Gerard Depardieu, nos transporta a esa ciudad de doble cara del sur francés, donde el lujo convive con las miserias. Suburra nos muestra la Roma del Coliseo, el Vaticano y los palazzos, pero también la más oscura, esa donde quedan expuestas la corrupción en la Iglesia y el gobierno, y la pelea entre familias ligadas a la mafia.

Ver Fauda es acercarnos a la difusa frontera entre Israel y Palestina, donde todo pasa y puede pasar, y a las operaciones encubiertas del ejército israelí. Y la croata The Paper, aunque a cuentagotas, algo muestra de Rijeka, la ciudad portuaria que sirve de escenario a una puja entre el poder político y económico, las presiones para ocultar la verdad detrás de una noticia y las internas dentro de la propia redacción del diario Novine.

Como también pasa en el cine, no siempre las series se filman donde las sitúa la historia. Ver House of Cards, por ejemplo, no va a servir para conocer mucho más de Washington que la hipervista fachada de la Casa Blanca.

La casa de los Underwood, el departamento de Zoe Barnes, el restaurante de Freddy y el edificio del The Washington Herald sólo las van a encontrar si viajan a la cercana Baltimore. Era más barato filmarla allí por los beneficios impositivos.

Vikingos tampoco es garantía de ver paisajes de la península escandinava: la serie se filmó principalmente en Irlanda, incluso las imágenes del pueblo de su protagonista, Ragnar Lothbrock.

Es cierto, una serie, aunque permita un acercamiento a un país soñado, no es lo mismo que estar en cada lugar ni por asomo, pero bastan 220 pesos por mes. Sólo el pasaje a Islandia cuesta más de 100 mil pesos y para llegar a esa tierra de volcanes y frío rodeada por el mar se necesitan 27 horas entre vuelos y esperas en aeropuertos. Alguna vez será.

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