Más allá de algunas cuestiones relacionadas con el márketing, muy propias de la actividad vitivinícola, muy pocos pueden discutir la capacidad, el conocimiento y el respeto que se ha ganado Michel Rolland y que lo ha llevado a ser considerado el winemaker más influyente del mundo en el negocio del vino. Asesor de las principales bodegas en diferentes países, se considera un admirador del malbec, el cepaje emblemático argentino, aspecto que lo llevó a realizar una inversión millonaria en el Valle de Uco. De allí también que su opinión merezca ser escuchada.
Rolland considera que la Argentina puede hacer muy buenos cabernet sauvignón, terreno en el que tiene que competir con Francia y Estados Unidos, pero advierte que el malbec argentino "no tiene rival". Se refirió al gran cambio producido en la actividad, al indicar que llegó al país en 1988 y que en ese momento la Argentina era un productor muy grande de vinos, pero enfocado exclusivamente en el mercado doméstico. "Hoy es al revés, desapareció prácticamente el vino de mala calidad y tenemos productos muy buenos, aún en los vinos de entrada de gama, que mejoraron muchísimo", aseguró. Dijo que hoy no se crece tan rápido en lo que a exportaciones se refiere, recordando la crisis que se vivió en 2008, que afectó a todos los mercados internacionales. "Lo importante es que como quinto productor del mundo, la Argentina tiene su espacio y una imagen muy bien lograda a nivel internacional", considerando también que nuestro país superó en imagen al vino chileno.
Sin embargo, el profesional hizo hincapié en los problemas económicos, indicando que "a los inversores nos castigaron demasiado en los últimos diez años. Hoy está andando un poco mejor, pero no es tan fácil", destacó, para agregar que el país tiene un potencial enorme, pero hay que aplicar a nivel nacional las políticas para ayudar a los inversores. Es un país fenomenal para invertir y hay mucha gente afuera que quiere hacerlo".
En los hechos, Rolland no hizo más que ratificar lo que la industria denunció durante los últimos años respecto de la caída de la competitividad de los vinos argentinos, como consecuencia de la existencia de un dólar desfasado y una inflación interna que elevó los costos de los insumos, a lo que se suma la carencia de un sistema ferroviario que obliga a los industriales a abonar costos más altos para el transporte.
Cabe señalar también que los aspectos mencionados no tienen injerencia sólo en el plano vitivinícola, sino que se amplía hacia todo el espectro agrícola local e inclusive trasciende hacia otras economías regionales con problemas similares a nuestra provincia.
Planteos equivalentes han surgido, por ejemplo, de parte de los productores olivícolas de La Rioja y Catamarca y de los fruticultores del Alto Valle del Río Negro, por señalar sólo dos ejemplos.
Debería destacarse también que, a nivel nacional, el campo está dando señales más optimistas respecto de lo que sucedió durante la anterior gestión gubernamental pero habría que advertir que ese cambio favorable se ha dado, salvo excepciones, en la Pampa Húmeda.
Con un agravante, mientras en las economías regionales la producción surge de la mano de obra intensiva, en los granos se necesitan pocos obreros para trabajar grandes extensiones. Situación que deberían abordar especialmente los representantes locales en el Congreso, junto a sus pares de otras provincias alejadas del puerto. Un compromiso que deberían asumir aquellos que se postulan para representar al pueblo en las próximas elecciones legislativas.