La vitivinicultura está fundida”, dice un comunicado de entidades vitivinícolas que detalla causas y responsables, todas originadas en el sector público y ninguna en el propio accionar de las mismas entidades, de la corporación que las agrupa o de las empresas individuales que conforman el sector.
Curioso el razonamiento, y más aún la lapidaria sentencia, libre de responsabilidad privada. Sobre todo viniendo de un sector que exige un porcentaje de mosto que después no cumple, que plantea excedentes de vinos que después no aparecen, que defiende a pequeños productores obligándolos a hacer un producto por el cual le pagan centavos, que ha invertido millones en conocer el mercado interno y promocionar en él pero que sigue ofreciendo lo mismo de siempre, que un consumidor atestado de otras propuestas ya no elige.
Lo primero a observar es que claramente no están fundidas las bodegas, las cuales colocan anualmente 250 millones de litros de vinos varietales y espumosos en las góndolas locales y otros 200 en el exterior. Obviamente, las cosas cambiaron en los últimos 2 o 3 años y los márgenes cayeron. Pero de ahí a fundirse hay un paso largo. Sin embargo, esas bodegas integran entidades que anuncian la quiebra productiva local.
Es casi imposible creer que ese volumen, un tercio de la producción anual, se elabore y venda a pérdida. Como sí producen a pérdida muchos productores que proveen a varias de esas mismas bodegas, indispuestas a compartir los beneficios del negocio.
Hablemos entonces del resto, de 800 millones de litros que se comercializan casi exclusivamente en el mercado interno en tetra brik, damajuana o botella, que prácticamente no se exportan envasados, y que cuando van al exterior a granel es por grandes excedentes y bajísimos precios.
También podemos hablar de los cientos de millones de kilos de uva que van obligadamente a mosto, que salvo cataclismos internacionales tiene valores muy bajos. Las penas, como siempre, las soportan los más chicos, pero el esquema no se toca.
Difícil entender que este volumen, entre 70% y 80% de la cosecha anual y que involucra a miles de familias, esté afectado sólo por el tipo de cambio y la inflación y no por la calidad de los productos que elaboran las bodegas. Por la falta de innovación. Por olvidarse del consumidor.
Por directivos que desaprovechan los ciclos positivos para transformar empresas medianas o enormes, cargando luego los ciclos negativos en las espaldas y los bolsillos de sus productores.
Hace 30 o 40 años, a pesar de la continua caída del consumo, de numerosos estudios de mercado que dijeron que el consumidor dejó de elegir este tipo de vinos, de contratar a los mejores especialistas del país en mercados y consumo, se sigue haciendo lo mismo y se esperan diferentes resultados. Difícil que se logren.
Peor aún: se concentró la distribución y venta en grandes superficies y mayoristas, que manejan los valores a su antojo. Ante los cuales las bodegas, grandes y chicas, parecen no tener un mínimo poder de negociación.
Que trabajan con márgenes del 70 u 80% o que repentinamente ofrecen vinos a precios irrisorios, como ahora, alimentando el círculo vicioso que terminará golpeando al pequeño productor. Eso sí: cuando se plantea la aplicación de medidas que atenúen ese enorme poder comercial, la negativa por parte de dirigentes y empresarios es rotunda.
El tipo de cambio podría duplicarse mañana y reducir algo los volúmenes excedentes, pero los precios difícilmente se modificarán. Como ha ocurrido estos últimos cuatro años, sin que hubieran protestas grandilocuentes, las que vimos recién este año.
Porque se insiste con lo mismo, desaprovechando ciclos favorables para reconvertirse, no tanto en variedades como en tipos de producto, en posicionamiento, en ofrecer algo que seduzca al mercado, o para desarrollar nuevas formas y canales de venta que recompusieran la posición negociadora de las bodegas dejando de estar a expensas de los que quieren quedarse con todo.
Nadie puede negar que entre 2003 y 2012 hubo un tipo de cambio más que favorable, con baja inflación. Las exportaciones vitivinícolas crecieron de manera impresionante: 60% en volumen (de 510 a 823 millones de litros) y 410% en monto (de 219 millones de dólares a 1.115 millones de dólares).
Los precios promedio crecieron 215%. Nada de esto se transfirió al sector productor que hoy se dice defender, nada. El Programa de Integración de Pequeños Productores de Coviar comenzó a entregar subsidios en 2010, en medio de esos tiempos virtuosos, y los 50 millones de dólares que recibieron miles de productores en subsidios fueron aplicados casi el 90% a cambiar palos y alambres, porque los viñedos se venían abajo.
En un mercado de bebidas de 12 mil millones de litros anuales, repleto de productos que innovan a cada rato conquistando a los nuevos y tradicionales consumidores, el 80% de la uva se utiliza para hacer mosto o vino genérico con demanda en picada. Aplicando la “enología del límite”, productos con características analíticas y organolépticas a los que no le sobra nada.
Los tres grandes (y varios chicos) siguen vendiendo tetra, damajuana y vinos embotellados de calidad “no aceptada”, a juzgar por la pérdida de consumo y a través de las grandes bocas.
Dos grandes aprovechan este segmento para vender en los mismos canales otros vinos, bebidas y hasta productos alimenticios de mayor precio y utilidad. Les cierra. El otro no, está entrampado y no plantea un trabajo conjunto para encontrar salidas hacia el futuro, sólo parece buscar culpables. Quien sino, ¡el Gobierno! Nunca una responsabilidad es propia, aunque repitan invariablemente la fórmula agotada hace mucho tiempo.
Sumas millonarias de los recursos de todos asisten al sector cada año: cientos de millones de pesos en créditos a tasas recontra subsidiadas o avales para que las empresas tomen créditos, subsidios para cosecha y acarreo, operativos de compra de millones de litros vinos y mostos a precios por encima del mercado, entrega de maquinaria agrícola, asociación de bodegas para exportar, exención de impuestos internos a espumantes, 50 millones de dólares para pequeños productores y otros 80 millones de dólares que vienen, financiamiento para innovación tecnológica, obras de infraestructura que benefician directamente el sector, sin hablar del sostenimiento del mercado interno, principal consumidor, a pesar de las crisis internacionales.
El 25% de la industria aprovechó los beneficios y hoy tiene un presente distinto, más difícil que hace dos o tres años pero distinto. El resto de la industria no lo hace y endosa las culpas.
La gran pregunta es si esa falta de innovación y de adaptación al mercado, decidida por directivos y sufrida por productores, tiene que seguir siendo financiada, como sea, por los recursos públicos, así como por el quiebre de los pequeños productores. Mi opinión es que hay modelos necesarios pero conducciones agotadas, sin ideas, obstinadas en hacer lo mismo para lograr resultados distintos.
Indudablemente, la asistencia pública nacional y provincial debe seguir y profundizarse, pero ya no para seguir repitiéndose sino para adecuarse a las demandas. Innovando. Abriendo la mente. Pensando en el mercado. Imaginando desde la uva el desarrollo de nuevos productos, vinícolas o no, que seduzcan a los consumidores.
Aprovechando el fuerte mercado interno, pero también agrandando el exterior, a pesar de la macro. Generando y agregando valor. Vaya si la uva y el vino, bebida nacional, lo tienen.
Los tiempos por venir nos darán esa respuesta.