No hay duda: somos de barro y a medida que pasa el tiempo nos disolvemos en el polvo. Esta certeza pertenece a una cierta humanidad que piensa con criterio. Sabe que con la progresión de su propio reloj (de duración desconocida) se le escapa el mayor tesoro: las horas. Es la humanidad que procura trabajar, con igual fervor, tanto para sí misma como con solidaridad para beneficio de sus congéneres. Se relaciona en cada una de sus tareas con valores de paz, justicia, equidad, progreso, entendimiento, tolerancia, respeto, verdad, prudencia, templanza, caridad. Una humanidad que potencia sus esfuerzos para conseguir un mundo mejor, igualitario en condiciones de vida y en oportunidades. Sobre todo, es una humanidad que se sacrifica en sus tareas: no hace paros, no se presenta en disturbios y piquetes, no lanza piedras, no rompe, no incendia.
Mantiene sus horas ocupadas en labores productivas para lograr frutos de la técnica y superaciones en aspectos humanísticos. En ambos campos obtiene o trata de obtener lo que es favorable al desarrollo de nuestros pueblos, de nuestras ciudades y de nuestro planeta. Entonces, si el tiempo de la vida humana es breve lo mejor es aprovechar nuestro lapso para proporcionar el mayor bien a nuestro prójimo: el bien común.
Pero hay un número muy importante de seres que componen nuestra sociedad a los que se les puede calificar de “mutantes”. No son los mutantes de las películas; esos héroes extraordinarios que tratan de salvar la tierra. No. Es una calidad de ciertos individuos que sufren una transformación virósica en su estructura mental, en su conformación espiritual o en la composición de su conducta diaria. Su transformación se produce por el contagio de la mala educación y de los malos ejemplos recibidos en el seno de sus familias -o seudo-familias-, en las instituciones de la sociedad (escuelas, colegios, universidades, iglesias, clubes, asociaciones diversas, grupos sectarios altamente dogmáticos, barras bravas y también en la común unión de delincuentes). Sí, una unión común de forajidos que se esconde entre guantes blancos y manos negras, permisivas y/o guardianas de la maldad y de la impunidad en la transgresión.
Dado que los mutantes transgresores componen una minoría amenazadora que cre-ce velozmente, avasalladores que provienen por igual de altos estratos como de bajos niveles sociales, económicos y culturales, la violencia se ha adueñado de nuestras vidas.
Como una paradoja, que ya adelantara hace muchos años Tato Bores, los que trabajan y cumplen como buenos ciudadanos se encierran en sus casas tras rejas, candados, alarmas, cámaras, guardias y vigilancias mientras los bandoleros transitan en todo ámbito, ya sea a plena luz o en la oscuridad, portando navajas, cuchillos, revólveres, armas sofisticadas y ejercitan con soltura estafas y mentiras variadas. Violan, liquidan, torturan, amedrentan, roban. No importa la hora, el lugar o la persona. Todo hombre o, mujer, adolescente, niño/a, anciano/a, constituye bocado apetecido para los maleantes que se quedan, en muchas ocasiones, con el mejor bien de cualquier ser humano: la vida.
Urge, ante todo, establecer sistemas de enseñanzas en la que prime el concepto del respeto y de la tolerancia hacia el otro, como asimismo el consecuente control de las propias emociones. Urge establecer una metódica y precisa lucha contra el narcotráfico, para evitar la comercialización de drogas que perturban la mente y descontrolan en sus acciones a los consumidores. La droga aniquila, come el cerebro, estupidiza, pone en pe-ligro a los demás y enriquece a facinerosos. Urge, en estos trances, darle seguridad a la comunidad indefensa.
Todos somos buenas presas para los perversos y codiciosos. Los malhechores no tienen límites. Utilizan a las criaturas en su quehacer pernicioso. Los niños son introducidos en la droga desde que se gestan en el vientre de la madre, porque la madre también está narcotizada. Los adolescentes son víctimas en los colegios de los “dealers” entrenados, segundones que encaminan hacia el abismo a quienes recién empiezan a degustar ese deleite de “un mentido e inexistente paraíso”.
La ignorancia, junto con la droga y el alcohol favorecen la dejadez, la vagancia y las agresiones. No es casualidad la existencia de femicidios, las ejecuciones a tiros realizadas contra desprotegidos a los que matan para robarles un celular, un par de zapatillas o un automotor. Las heridas fatales provocan la muerte o discapacidades permanentes. ¿Eso vale una vida? ¿Un par de zapatillas, un celular, una bicicleta? ¿Se justifica que se viole y se mate a las mujeres a golpes y a cuchillazos? “Me volví loco” o “No sabía lo que hacía”, ¿son justificativos suficientes para explicar los motivos de un asesinato?
Unos pocos hechos paradigmáticos bastan para demostrar el aire envenenado que respiramos: todavía no se dilucida, en la justicia, qué pasó con la muerte del Fiscal Alberto Nisman. Tampoco se clarificó lo que él investigaba. No hay conocimientos precisos sobre los atentados terroristas a la Embajada de Israel ni a la AMIA. De esos silencios, de esas inacciones provienen, se reproducen y contaminan los mutantes violentos. De esos pestíferos malos ejemplos nace una violencia espuria. ¿O no?
Hay otra duda que carcome. Cuando se realizaron los actos en conmemoración de la muerte de Nisman, Mendoza exhibió un conjunto pequeño de personas que decidieron unir sus protestas. Cuando se analizaron las razones de estas mínimas presencias se dijo que “hacía calor” y que “la gente estaba de vacaciones”. Ante estas excusas, resulta ne-cesario saber ¿sólo los que aguantan un poco de calor se manifiestan?, ¿sólo los que no vacacionan están interesados en Nisman? Los que salieron de vacaciones ¿no pudieron hacer un alto en su descanso y protestar por una injusticia tan grotesca? Por otra parte, los humildes que piden beneficios para vivir dignamente y que están tan expuestos a la violencia en barrios en los cuales no puede entrar la policía ¿hay que ponerles micros y prometerles choripanes y Coca-Cola para que protesten por el asesinato de un funcionario de la República? ¿No piensan que también ellos sufren el asesinato de sus padres, madres, hijo/as y que esos delitos quedan disueltos en la nada por los pasillos de expedientes perdidos y de bandidos que nadie castiga? Esos necesitados de protección también deben ser informados de sus derechos y de que las protestas no son sólo de amores políticos-gremiales sino que, en forma respetuosa y educada, tienen que inter-venir con sus voces para que la sociedad se organice con criterios democráticos de verdad, seguridad y justicia.
Estamos rodeados de mutantes con violencia. Este virus nacional es tan peligroso como el coronavirus chino. La violencia rutinaria, la que nos espera a la vuelta de la esquina, se ha vuelto el pan nuestro de cada día con un sabor muy amargo. ¿Qué espera el pueblo?
¿Qué esperan los comprometidos que han accedido a puestos importantes conforme a elecciones democráticas? El virus de la violencia tiene soluciones. En nuestro sistema de gobierno representativo, republicano y federal, los tres poderes de nuestro país son legalmente responsables de la progresiva violencia. A los funcionarios públicos, por deberes juramentados, les toca actuar en forma eficiente y evitar la protección que se les otorga a determinados individuos, a los mafiosos y corruptos que contagian las enfermedades de la maldad. Sus indiferencias e ineficacias alimentan la sospechosa idea de que no quieren o no les conviene utilizar oportunos antídotos. Pensemos.