Por Maxi Salgado - Editor de Más Deportes msalgado@losandes.com.ar
“Eran otros tiempos, era otra la historia. No había medalla, solo hambre de gloria”, así decía una famosa publicidad de una cervecera que marcó una época.
Qué actual son esos versos hoy. Qué lejos han quedado esas épocas en las que los jugadores entendían lo que es valentía en el fútbol y decían, con razón, lo que pasa en la cancha, muere en la cancha.
“Se juega como se vive”, decía un locutor de Fútbol Para Todos, y qué cierto y gráfico es esto hoy en Argentina. En una sociedad en la que la violencia es moneda corriente, el fútbol no puede estar ajeno, claro que en este caso lo que preocupa es que, como en la política, quienes la producen no son los fanáticos o militantes, sino los propios protagonistas.
Si uno hoy escucha a cualquier candidato, solamente se enterará de lo malo que es el contrincante y nunca de lo bueno que ellos ofrecen o pueden dar. Aníbal Fernández diciéndole “Gato Negro” (ni los magos lo hacen trabajar) a Mauricio Macri y los dardos que de ambos lados se tiran en nuestra provincia el gobernador y el candidato a sucederlo por el radicalismo, son claros ejemplos de lo que afirmo.
En un país en el que el fútbol se toma como una situación de vida o muerte, sin darnos cuenta de que sólo es una competencia deportiva, no debería sorprendernos. Es más, tanto se parecen el fútbol con la política que cuando se gana es por méritos propios y cuando se pierde siempre es por culpa de otros: Clarín o el árbitro.
Cuando hace diez días, Daniel Osvaldo y Leo Ponzio salieron a dar una conferencia de prensa juntos y hablaron de “no a la violencia”, intuía que eso no serviría para nada. Sencillamente porque los jugadores han perdido los famosos códigos de los que tanto se ha hablado en el fútbol, simplemente porque la incontinencia de fama que tienen los muchachos hace que ello sea imposible.
Las selfies en el vestuario, las patadas descalificadoras, los escupitajos, son situaciones que no colaboran para nada. Entonces, uno se da cuenta qué poco sirve gastar tiempo en criticar a los barras. Al menos hasta que alguien ponga orden y les muestre a los futbolistas que ellos están para jugar y no para denigrar a los rivales. Un resultado favorable no hace que nadie sea más o menos que otro.
El River-Boca estuvo enmarcado en este contexto. La publicación en las redes sociales de los festejos de los Xeneizes en el vestuario tras el primer partido fue la primera gran provocación. Los jugadores, malentendiendo lo que es tener hombría, fue otra. Los futbolistas deben entender que, en el deporte, tener actitud no es ir a pegar patadas descalificadoras o escupir a los rivales.
En el fútbol, el coraje es pedir la pelota siempre, no esconderse y encarar hacia adelante. Tampoco están bien los gestos de Agustín Orión moviendo los brazos en clara señal de que “suben y bajan” o de Fernando Gago haciendo el gesto de que tenía frío.
Creo que llegó la hora de que las autoridades se pongan los pantalones. Si un tipo mata a otro y la policía (o el árbitro) no lo ve, pero sí están las pruebas, hay un tribunal que puede castigarlo. Lo mismo debería pasar en este caso. La Confederación Sudamericana debería suspender, de oficio, a Ramiro Funes Mori, Lionel Vangioni y Pablo Pérez por sus actitudes. Sólo así se podría poner fin al viva la Pepa.
También los clubes podrían colaborar controlando los mensajes que se hacen a través de las redes sociales. Los muchachos tienen que entender que son personajes públicos en todos lados y por ello ganan fortunas.
Y lo peor es que la tendencia se va extendiendo a toda Sudamérica. El más claro ejemplo es el del arquero de Montevideo Wanderers de Uruguay, quien publicó una foto con la cicatriz que le dejó una patada del racinguista Leonardo Grimi.
La pregunta es, ¿qué buscó eso?
Esta tendencia también nos ha llevado a que habláramos si un delantero había salido con la mujer de un volante, cuando en verdad la intimidad de cada uno no debería importarnos. Todos queremos a Maradona y sabemos que su vida privada tiene situaciones cotidianas por doquier.