La vida (y el ejemplo) de Brian

La vida (y el ejemplo) de Brian

“Estuve muy jodido”, dice Brian, y el tiempo pasado le queda bien a su frase. Brian es Brian Alanís, un chico de 17 años que prefiere olvidar un pasado al que no quiere volver. Como tampoco quiere regresar a su barrio, el Soberanía, enclavado en la denominada “triple frontera”, ahí donde confluyen Luján, Maipú y Godoy Cruz.

Es que el lugar le recuerda esas amistades de la calle que lo llevaron a delinquir y a drogarse. “Salía a meter caño y consumía todo lo que te puedas imaginar”, se sincera en una nota que Los Andes publicó el miércoles pasado.

Pero esos días quedaron atrás: desde el viernes, Brian es el abanderado del Cebja 3-241, de Maipú. “Se rescató”, como dicen en la jerga, y está terminando la secundaria con honores.

Para eso tuvo un apoyo fundamental, Marcelino Altamirano, otro “rescatado” de la vida que hace muchos años dejó atrás la delincuencia y la cárcel para dedicarse a ayudar. Desde la casita Puente Afectivo comenzó a albergar a chicos que vivían en la calle o estaban en situación muy vulnerable para darles algo muy parecido a un hogar. Allí vive ahora Brian y desde ese lugar sueña.

Quiere terminar la secundaria e ir a la universidad. Se entusiasma pensando en ser científico, trabajar en un laboratorio, hacer experimentos. ¿Será posible que Brian haga realidad ese sueño? ¿La política educativa será capaz de dar una respuesta a todos los Brianes de Mendoza y de la Argentina?

El Ministerio de Educación de la Nación y la Dirección General de Escuelas (DGE) destinan millones de pesos a “retener” a los chicos en la escuela primaria y la secundaria, en asegurar la “terminalidad” de los estudios.

Pese a esto, 2% de los niños no concluye el nivel primario (el doble que hace una década) y cerca de 50% abandona la secundaria. Según datos de la Unesco, del 50% que sí termina, 40% lo hace en tiempo y forma y 10% después de repetir al menos una vez de año.

Es un esfuerzo que hay que hacer, aunque no a cualquier precio. Disminuir la calidad educativa y soslayar las pautas de conducta no parece ser el camino más adecuado. Tampoco promover a alumnos que faltan a clase sistemáticamente. Por caso, hay secundarias en Mendoza con chicos que tienen hasta 60 ó 70 inasistencias y no se los puede dejar libres porque la escuela es obligatoria.

Hay docentes y directivos de escuelas mendocinas ubicadas en sectores urbano-marginales que cuidan como joyas a los alumnos que no faltan tanto, que no se llevan materias y que tienen buena conducta. Sólo así podrán aspirar a llevar la bandera nacional y la provincial y la escuela podrá tener abanderados.

Ahora, ¿cuánto invierten el Ministerio y la DGE en sostener a los que sí quieren estudiar? ¿Cuánto se hace para premiar a los que realmente se esfuerzan, a los que quieren progresar?

Un paso en esa línea lo dio la semana pasada la Municipalidad de Las Heras. Becó con 800 pesos a 73 abanderados de 26 colegios secundarios y 14 CENS del departamento para que puedan seguir carreras universitarias o terciarias. La ayuda será por diez meses y, obviamente, sólo si se mantiene el cursado.

Una decisión digna de mencionarse, aunque, desde mi punto de vista, acotada. Un paso en la dirección correcta. Cuando pasen esos diez meses, ¿cuántos de estos chicos que se lo merecen podrán seguir estudiando?

Sería bueno que la DGE tomara nota de esta iniciativa municipal. Para extenderla a nivel provincial, para llegar a esos chicos que de verdad quieren estudiar pero por sus situaciones familiares, económicas, sociales o geográficas no pueden. Sería una buena forma de premiar los ejemplos, como el de Brian, y dar sentido al esfuerzo por superarse.

El ex rector de la UBA, Guillermo Jaim Etcheverry, resalta que el resultado de pruebas internacionales de calidad educativa (como PISA) tiene un rasgo similar para todos los países del mundo que participan: los chicos que mejores resultados obtienen pertenecen a familias de los sectores de población con mejor nivel socio-económico y formación académica. Eso también sucede en la Argentina.

Con una salvedad: nuestro alumnos con mejor rendimiento tienen peores resultados que los de peor rendimiento de unos treinta países del mundo, incluidos algunos de América Latina. Es decir que los alumnos de nuestras élites son menos inteligentes que los menos inteligentes de naciones que realmente apuestan a la calidad educativa.

Es un problema que llevará décadas revertir, si es que alguna vez nos decidimos a comenzar a hacerlo, y que puede condicionar seriamente nuestro futuro.

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