Es raro ver al Barcelona jugar sin Messi. Es como ver a una familia intentar ser feliz tan huérfana de padre que parece una artificialidad. Hasta sentado en el banco Leo lo condiciona todo. Porque el juego del Barça cuenta con esa figura que no solo asiste y mata, sino que también trastoca claramente el planteamiento rival. Berizzo siempre dijo que Leo es el más grande de la historia, y Valverde no tuvo mejor idea que elegir este partido para darle descanso al 10 y a Busquets el mismo día. Tal vez no era la mejor idea, viniendo de empatar y perder los dos últimos partidos. Pero como siempre las decisiones de los técnicos se miden por los resultados. Así que el público escucho la alineación, suspiró y se sentó expectante a ver cómo es la vida sin Messi.
Se notaba en los dos equipos las ganas de redimirse. Los dos venían de perder y necesitaban recuperar sensaciones. El Barcelona quería dominar desde el minuto uno pero ninguno de los discípulos de Bielsa nunca se lo puso fácil. Luis Suárez tuvo una ocasión y media antes de empezar a desaparecer, claramente condicionado por la ausencia de su gran socio. El Athletic estaba bien posicionado y se defendía bien mientras buscaba las internadas de Iñaki Williams como único recurso a la contra. El juego de los dos equipos era irregular y las ocasiones se alternaban difusas. Dembelé y Arturo Vidal tomaron entonces la iniciativa. El primero intentaba crear y el otro destruir. Ninguno lo lograba con claridad, pero los dos tenían claro que eso es lo que se espera de ellos. Irónicamente fue el chileno el que creó la primera gran ocasión del Barça, cuando se la puso perfecta a Luisito para que este la malgastara contra el arquero vasco Unai Simón. Rakitic y Sergi Roberto parecían menos sin Busquets. Dembelé y Luis Suárez hacían su propia guerra sin Messi.
En una jugada tonta, Dembelé y Raúl García se pegaron entre ellos en lugar de a la pelota y se cayeron al suelo doloridos. El árbitro pudo detener el juego pero no lo hizo, y la defensa culé se desorientó. La pelota le llegó a Susaeta, que centró perfecto para De Marcos cruzara el remate lejos de Ter Stegen. 0-1 y los peores presagios se cumplían justo cinco minutos antes del descanso. Todos los fantasmas de la messidependencia empezaron a sobrevolar el Camp Nou. Coutinho remató dos veces a puerta sin peligro antes de que los jugadores enfilaran el túnel de vestuarios y el público empezara a silbar con fuerza.
En la media parte la gente se comió el sándwich preocupada. En una semana de tres jornadas, su equipo ofrecía la peor imagen desde que Valverde es entrenador del primer equipo. Pasara lo que pasara en la segunda parte, las criticas le iban a llover al míster. Tocaba empezar a rezar y a pedir a gritos que Messi saltara al campo cuanto antes para solucionarlo todo.
Pero arrancó la segunda parte y Messi y Busquets seguían serios, ahí sentaditos junto al resto de suplentes. Valverde pretendía remontarle el partido a Berizzo sin brújula y sin estrella. El run run del graderío iba claramente in crescendo. Los locales empezaron a empujar con más fuerza que orden y los visitantes empezaron a defenderse con más patadas que colocación. A los cinco minutos Valverde metió a Busquets y poco después a la figura. La gente coreó el nombre de su salvador con especial estruendo. Ni la había tocado Lionel y el Barça ya estaba jugando mejor. Parecía que todos corrían más, que ahora sí se lo creían en serio. Ahora le tocaba al cordobés ex de River Plate y a los suyos aguantar la respiración.
Y Leo empezó a jugar. A tocarla y a asociarse con cuanto uruguayo, francés y brasilero se le acercase. Y el Athletic empezó a encerrarse, a perder tiempo y a agarrar de la camiseta. Así de diferente es la vida con y sin Lionel Messi. Coutinho mandó una pelota al palo y los cerca de 80.000 espectadores empezaron a creer y a animar con fuerza. Busquets tenía el timón bien sujeto atrás y solo quedaba esperar los milagros habituales. Berizzo ya no se sentó hasta el final del partido, y les gritó a todos y cada uno de los suyos para que no bajaran la intensidad ni un instante.
Las ocasiones se sucedían, pero el empate no llegaba y Messi se inventó una falta al borde del área de esas que le gustan. Perfectas para otro zurdazo al ángulo. De esas que tiradas por él parecen más peligrosas que un penal. Tal es la fe que le tienen los catalanes que se hizo el silencio dispuesto para la explosión. La pelota superó la barrera, pero la sacó un defensa bajo palos. A esas alturas la gente ya estaba tan descontrolada como el partido. Messi la volvió a tener en otro remate que sacó la defensa vasca de milagro y Williams también pudo meter el 0 a 2 en una contra. Partido apasionante de esos que no les gustan a los técnicos obsesionados con el control, y en el campo habían dos. Los nervios estaban a flor de piel y la gente enloquecía con las ocasiones que se inventaba Messi. Todas las pelotas pasaban por él y todas tenían peligro. Estrelló una pelota en el palo que hizo gritar gol a más de medio estadio. Pero el tiempo volaba y el milagro no se materializaba. Hacía mucho que no se sentía tanto al público en Barcelona.
La pelota no le duraba nada a los vascos para desesperación del bueno de Eduardo. No iba a ser fácil aguantar el resultado los quince minutos que quedaban. Y cuando faltaban siete minutos para el final apareció el genio rosarino para rescatar una pelota horrible que le había mandado Luis Suárez para devolvérsela al pie y que Munir empatara por fin ante el mayor clamor popular en lo que va de año. Éxtasis local total ante una evidencia más de que solo hay un dios y es argentino y juega en el Barça.
Los cinco últimos minutos fueron una locura. Las pizarras de los entrenadores ya no pintaban nada y la tensión de los jugadores se palpaba en el desconcierto y desorden generalizados. Piqué subía a rematar cada jugada, Messi estaba en todas partes y el Athletic parecía que defendía con catorce jugadores. La tensión hizo que los vascos se pusieran ásperos en serio. No podían dejar que la pelota llegara a Messi porque se les escapaba el partido seguro.
Acabó el encuentro en su punto álgido, inmenso en competitividad y con el público volcado. Espectáculo espléndido que no le sirve al Barça para nada más que para demostrarse a sí mismo que hay una vida sin Messi, pero no parece vida. Y al Athletic sí le sirve, al menos para empezar a creer que con Berizzo se puede empezar a soñar, como lo hicieron no hace tanto con el locura original de Marcelo Bielsa.