La vida privada del genio del Renacimiento - Por Javier Firpo

Según Alberto Marengo, Leonardo era muy “coqueto, de buena madera y estaba siempre endeudado”.

La vida privada del genio del Renacimiento - Por Javier Firpo
La vida privada del genio del Renacimiento - Por Javier Firpo

Nacido en 1452 en la villa toscana de Vinci y fallecido en el castillo de Amboise, en el Valle del Loira, Francia, en 1519. Para conmemorar su prodigiosa vida, museos de todo el mundo (Louvre, Queen’s Gallery, Buckingham Palace, el Castillo Sforzesco, en Milan; la Galería de los Uffizzi, en Florencia, entre otros) organizan exposiciones especiales.

A las tres y media de la tarde del 2 de mayo de 1519, con el Rey Francisco I a su lado, su discípulo Francesco Melzi y Maturina, la ama de llaves, como testigos, Leonardo Da Vinci exhala su último suspiro, a consecuencia de un nuevo y último ataque de apoplejía. Los ojos abiertos se dirigen a ella, su Lisa. Colgando desde la pared opuesta al lecho, estaba La Gioconda.

Los detalles sobre los últimos instantes de vida provienen del cordobés Alberto Marengo, la persona que más sabe de Leonardo en el país, el único que recorre escuelas e instituciones argentinas para enseñar, gratis, sobre el genio del Renacimiento. “Leonardo no tiene marketing, sí es reconocido, pero nadie sabe de su vida. No entiendo cómo o por qué Da Vinci no es un tema recurrente en materias artísticas; los pibes no tienen idea de quién es. ¿A qué se debe? Probablemente a que Da Vinci no era querido por el Vaticano, que sin duda prefería a Miguel Angel”, se ofusca Marengo, natural de Villa General Belgrano, donde tiene una biblioteca de anticuarios. Apasionado de la vida del artista, Marengo tira munición pesada sobre Da Vinci. Dice que era disléxico, obsesivo, juguetón, pobre, zurdo, vegetariano y bisexual. “Habría sido moderno en estos tiempos, porque la Florencia del siglo XV era un lugar muy tolerante”, puntualiza y enfatiza en la sabiduría del autor de La Gioconda y La última cena, la cual lo dejaba insatisfecho. “Tenía un toc que era saberlo todo, y como no lo conseguía se frustraba. Tenía constantes cambios de humor”.

Leonardo no heredó el espíritu conquistador de su padre Piero Fruosino, probablemente porque él fue el fruto de “una aventura entre un pirata que nunca lo reconoció y una chiquilina de quince muy enamorada. A Piero, que era un notario millonario, padre de otros doce hijos, jamás le importó Leonardo. Quizás, la falta de un modelo, de un faro, lo llevó a Da Vinci a tener una vida sentimental desordenada... Ha tenido muchos amantes, entre ellos, dos de sus discípulos, Salai y Francesco Melzi”.

Para la época, repasa Marengo, “ser homosexual era algo terrible. La Ufficiali di Notte (Oficiales de la Noche), una corte especializada en juzgar delitos contra la moral, iba a la caza de los gays, que se veían forzados a reunirse en la clandestinidad”. Leonardo fue perseguido y detenido durante tres meses por la Santa Inquisición y acusado de sodomía y por practicar la prostitución. “Tenía veintipico de años, al muchacho le gustaba mucho la joda”, sonríe, y secretea: “Después de la denuncia que le hicieron por sodomía se hizo célibe. Nunca más practicó sexo con nadie. Ni hombre ni mujer”. ¿Padeció Da Vinci esa “abstinencia”? Esto escribió el propio Leonardo: “Los órganos que intervienen en la cópula son tan feos, que si no fuera por los impulsos y los rostros de quienes la practican, la humanidad se hubiera extinguido.”

Sin embargo, subraya Marengo, Da Vinci fue cautivado por una mujer: La Gioconda. “Un importante comerciante de sedas, Francesco Giocondo, le propone a Leonardo que retrate a su esposa Lisa Gerardini, una mujer hermosísima, de cuerpo exuberante, que posa para Leonardo, quien le pregunta a Francesco si la puede pintar desnuda, propuesta que ofusca a Giocondo. Entonces Da Vinci acepta pintarla vestida pero demora en terminarla, debido a que sentía un profundo sentimiento hacia ella y entendía que terminar el cuadro sería dejar de verla. Francesco Giocondo sospechó algo raro, le pidió a Leonardo que no continuara, se pelearon y Leonardo se quedó con ese cuadro hasta sus últimos días. La Gioconda fue la única mujer en los pensamientos de Leonardo”.

Medía 1.78, pesaba 82 kilos, cabello largo, enrulado y rubio, ojos celestes. “Leonardo era una rara avis para la época. Look aristocrático, bello, fino y sofisticado”. Como persona, Marengo remarca que Leonardo lo compartía todo, ayudaba a cualquier amigo, pobre o rico. “En sus cuadernos dejó entrever su crítica a los que sólo pretendían el enriquecimiento material por sobre el afán de estudiar y aprender, probablemente porque tenía serios problemas económicos. No terminaba los trabajos. No los cobraba y siempre le faltaba guita. Toda su vida vivió endeudado”.

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