La vida en modo berrinche

Colegios secundarios de Capital Federal llevan más de dos semanas sin clase y 29 están tomados por sus alumnos. Los centros de estudiantes están en contra de la reforma que impulsa el gobierno porteño cuya aplicación total se concretará en 2022. Es decir,

La vida en modo berrinche

Por Néstor Sampirisi - nsampirisi @losandes.com.ar

Mientras leés estas líneas varias escuelas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) llevan más de dos semanas sin clase y 29 están tomadas por sus alumnos. Los centros de estudiantes de esos colegios están en contra de la reforma educativa que impulsa el gobierno de la ciudad cuya aplicación completa recién se concretará en 2022. Es decir, cuando ninguno de quienes realizan las tomas esté ya en las escuelas.

Se oponen, por ejemplo, a que los alumnos de los últimos años realicen pasantías en empresas. Para los voceros de los estudiantes se avanza no sólo hacia la puesta de las escuelas al servicio de las necesidades del "mercado" sino hacia la explotación laboral infantil. Para las autoridades educativas, en cambio, es una oportunidad de conexión real y concreta con el mundo del trabajo y de aplicación e incorporación de conocimientos.

Mientras leés estas líneas las dependencias del Conicet en el país exhiben carteles en los que se reclama la reincorporación de 500 científicos que habrían sido "despedidos" del organismo en un supuesto "plan de ajuste" que busca debilitar la ciencia y la investigación nacional. Por eso, en la semana un grupo tomó el hall del Ministerio de Ciencia y Tecnología que conduce Lino Barañao, el único ministro que trascendió la grieta: ocupa el cargo desde la gestión de Cristina Kirchner.

El propio Barañao, encumbrado en el cargo luego de liderar por años el principal gremio que agrupa a los investigadores del país, se encargó de aclarar que se dialoga con esos 500 científicos para reubicarlos en universidades y otros centros de investigación del interior del país: "No irán a manejar taxis", dijo y rechazó los métodos violentos de los representantes gremiales más radicalizados. Hay siete agrupaciones que se arrogan la representación del sector y en la toma del edificio ministerial hubo vidrios y mobiliario roto y agresiones a personas.

Mientras leés estas líneas ya sabrás que el Juzgado Federal de Esquel, donde se investiga la desaparición de Santiago Maldonado, estuvo ocupado el miércoles por unos 20 integrantes de la comunidad mapuche Vuelta del Río, del Pu Lof en Resistencia, que reclamaban la renuncia del juez Guido Otranto, quien llevaba adelante la compleja investigación. Aseguraban que permanecerían en el lugar hasta lograr la renuncia del magistrado. Horas después levantaron la toma y el viernes Otranto fue apartado de la causa.

Temas muy importantes, trascendentes. Unos merecen que se brinde la suficiente información, que se promueva la participación, que se escuche y dialogue hasta encontrar el mayor nivel de consenso posible. Otro, tiene que ser esclarecido sin chicanas políticas. Pero los modos que se adoptan los convierten en postales de un país que vive en perpetuo modo berrinche. Muestras de una sociedad que no acepta límite ni autoridad alguna, que se maneja al filo de la ley, que vive y ejerce la autoridad con complejo de culpa.

Quizás deviene del estrés post traumático que dejó la última dictadura militar que tan bien caracterizó María Elena Walsh en "Desventuras en el país jardín de infantes". La pacatería, censura e hipocresía que denunciaba en el artículo que publicó diario Clarín el 16 de agosto de 1979 eran la forma en que el régimen militar trataba a la sociedad: como si fuera un conjunto de párvulos que no diferenciaba el bien del mal y merecía ser dirigido con mano dura y castigado tanta veces como fuera necesario

De aquel país jardín de infantes emergimos como una suerte de niños malcriados que con la excusa de "visibilizar" (esa es la palabra de moda) cualquier reclamo, por sectorial y minúsculo que sea, se expresa provocando las mayores molestias posibles al resto, sin reparar en los derechos de los demás ni en las consecuencias. Todo vale en el paisaje de nuestras relaciones cotidianas.

Con la democracia, la gran mayoría de quienes vivían en aquel país jardín de infantes descubrió las atrocidades cometidas por las fuerzas armadas en la represión y el descrédito arrastró al resto de las fuerzas de seguridad. Se generaron allí anticuerpos contra el autoritarismo que fueron transmitiéndose y mutando con características propias de la Argentina. Aquí las nociones de autoridad, orden y respeto de las normas básicas de convivencia pasaron a ser políticamente incorrectas.

La Justicia y los organismos del Estado fueron esenciales para llegar a esta situación. La falta de respuesta y resolución en tiempo y forma han dejado un sedimento imperceptible, pero se deposita en lo más profundo de nuestra conciencia ciudadana. Una encuesta del Observatorio de Capital Social de abril de 2016 lo corrobora: las Fuerzas Armadas (21%), la Policía (20%), el Poder Judicial (17%), los Sindicatos (16%) y los Partidos Políticos (13%) están en los peores lugares del ranking de credibilidad social. Un nivel de desconfianza nocivo para la democracia.

Como si fuera aquella letra escarlata de la novela, en la Argentina contemporánea ser tildado de facho es el estigma con el que nadie quiere cargar. Para peor, la "fachitud" es administrada con una liviandad tal que el mayor esfuerzo está puesto en no ser expulsado del paraíso progre.

Por eso, aunque hay casi 10% de desempleo, casi 34% de empleados en negro y 15 millones de personas sumidas en la pobreza, hablar de reforma laboral es pecado mortal. Por eso, aunque los resultados de las pruebas de calidad educativa son malos y sólo la mitad de los alumnos termina la secundaria, hablar de reforma educativa es mala palabra. Somos los progres más conservadores.

El tiempo convirtió a Tato Bores y Enrique Santos Discépolo en una suerte de profetas que vieron el futuro. Con una característica adicional: parece que siempre hablan de la actualidad. Los monólogos de Tato y los tangos de Discepolín están escritos en tiempo presente. Eso no es lo genial, eso es lo patético.

Ellos describieron las sociedades de su tiempo, lo terrible es que sigamos en la misma noria decadente y frustrante desde hace medio siglo. Un tiempo que consumió vidas e ilusiones por repetir idénticos vicios, por aplicar las mismas recetas, por responder siempre igual, como si la historia no cambiara.

Transformados en una sociedad de ceño fruncido. Siempre lista para la próxima batalla que, dramáticamente, siempre sigue siendo la misma.

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