Ninguna etapa del peronismo es igual, ni siquiera parecida a la otra. Ahora pasa lo mismo, este gobierno no es una continuación del anterior de Cristina, es estructuralmente otra cosa, no muy sencillo de interpretar ni de entender.
Esta semana comenzó a perfilarse el nuevo poder con el debate sobre los presos políticos: Alberto no puede aceptar que en su gobierno (democrático, peronista y popular) haya presos políticos y para peor peronistas. Con lo cual no le quedan más que dos alternativas: o liberarlos, con lo que se va a enfrentar a todos menos a los K, o decir que no son presos políticos con lo que se va a enfrentar a los K. Esta semana afirmando la existencia de presos políticos habló un ministro, Wado de Pedro, contradiciendo a su presidente, y el senador Parrilli que no es más que el chirolita de Cristina. O sea, habló Cristina.
“Presos políticos” o “lawfare” no son realidades, son figuras retóricas que se usan como metáforas, igual que decir que Macri era la dictadura. Pero los K los buscan transformar en realidad, les desean dar efectos jurídicos, por eso quieren liberar a los presos o crear un comité del lawfare con peso de ley. Alberto no puede seguirlos en eso, pero tampoco puede decirles que no. Y eso es porque el poder hoy en la Argentina está muy dividido, casi fracturado.
En lo de Nisman o en lo de Venezuela el presidente aceptó dar marcha atrás, contradecirse con lo que hasta hace poco sostuvo, pero en presos políticos o lawfare no puede hacer lo mismo porque para eso debe alterar todo el orden jurídico que el kirchnerismo quiere cambiar y él no. Por eso está entre la espada y la pared.
Sergio Massa sale siempre que puede en ayuda de Alberto: si éste ya no puede decir que Venezuela es una dictadura o que a Nisman lo asesinaron, lo dice Massa como buscando crear un espacio albertista o libre de Cristina. Pero es muy poca la credibilidad de alguien que para estar donde está hoy, dejó de lado todo lo que dijo antes y volvió con una Cristina que no dejó de lado nada de lo que dijo antes.
O sea, en este extraño nuevo poder peronista, Alberto cumple el papel que Cristina no podía cumplir (el de ser el presidente) y Massa dice lo que Alberto no puede decir.
Es cierto que Cristina no es la conductora de la nación pero su sola existencia impide que Alberto pueda serlo. Y dos conductores no es posible. Por ende hay problemas de conducción en el gobierno, falta quien indique hacia donde se quiere ir. Sea a través de un relato falso o de un proyecto real, pero faltan ambas cosas.
Alberto es presidente en aquellas cosas que a Cristina no le preocupan hoy, pero en otras no puede hacer nada que no le autorice Cristina, como en lo judicial. Cristina deja hacer en temas como la economía donde si a Alberto le va bien el beneficio será compartido pero si le va mal el único responsable será Alberto.
Los organismos de control son todos de Cristina. Colonizar el Poder Judicial con gente de Justicia Legítima es todo de Cristina. Las áreas de gobierno donde se quiere librar el combate ideológico (Seguridad y Cultura) son todas de Cristina. También sueña que la provincia de Buenos Aires sea el soporte de otro proyecto por si falla el actual.
El poder de Cristina es en parte herencia de su esposo (por eso ganó en 2011) y en parte suyo porque con su talento político ganó en 2019. Lo cierto es que el poder que tiene lo construyó o lo heredó pero es suyo, mientras que Alberto jamás construyó poder propio y entonces tiene que construirlo desde la presidencia, apoyado en un montón de camaleones que se cuelgan de él diciendo que hay que aceptar a Cristina pero cuando se pueda, terminar con ella. Aunque los que volvieron con la cabeza gacha fueron ellos. Por eso Cristina se ríe de ellos.
Cristina sumó a casi todo el peronismo, sólo ella pudo hacer tal proeza y eso le da un enorme poder. Afuera solo quedan algunos como De Vido porque son necesarios para el nuevo relato que se está comenzando a gestar: si no se puede zafar de todos los juicios por corrupción, pues que todo termine en De Vido como cabeza del mal. Al fin y al cabo Cristina nunca lo quiso y De Vido sólo hablaba de esas cuestiones non sanctas con Néstor. Un chivo expiatorio ideal; es creíble que Cristina no supiera de los bolsos de López pero es imposible que De Vido no. Así de fácil es crear un gran chivo expiatorio. Por eso De Vido está que trina.
En suma, en este nuevo poder peronista, Alberto es abogado y presidente a la vez. En algunos temas donde manda indiscutiblemente Cristina, ella quiere que él la defienda como su abogado y punto. En otras es presidente en serio. No es Héctor Cámpora que jamás fue nadie por sí mismo, ni Néstor porque no puede permitirse el lujo de sacarse de encima a Cristina como éste se sacó de encima a Duhalde.
No es que Alberto y Cristina sean imprescindibles como explica Alberto: “Sin Cristina no se puede, sólo con Cristina no alcanza”, buscando igualar el poder de ambos. Porque con Cristina no hubiera alcanzado pero ella es lo único imposible de cambiar en la ecuación. En cambio Alberto podría haber sido cualquier otro que se enfrentó antes a Cristina y después volvió: como Randazzo, o Solá, incluso Beliz. O sea, se necesitaba alguien más que Cristina pero ella es el sustantivo, los demás son adjetivos, no tienen poder propio. El poder no es compartible porque en política nadie regala nada: ella lo inventó, ella creó la creatura y puede hacerla fracasar, del mismo modo que su sostén es imprescindible para que no fracase.
Es cierto que no hay indicio alguno de que Cristina hoy quiera limitar, boicotear o competir con el poder que le prestó a Alberto, o con el que pueda tener por ser presidente, pero cada uno es cada cual. Y eso lo define Cristina: en lo que es presidente es presidente y en lo que es abogado es abogado. No es lo que dice la Constitución sino lo que dice Cristina, quien perfectamente podría afirmar en la conformación de este nuevo poder peronista, que “la Constitución soy yo”.