Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
Para responder a la pregunta del título, es apropiado empezar con un diálogo que en estas columnas hemos reproducido varias veces pero que en cada oportunidad toma más vigencia, a pesar de que ya cuando surgió parecía históricamente superado. El pasado tiene mil formas de volver.
Es el que el escritor José Pablo Feinmann guionó para la película "Eva Perón" en 1996, en el que discuten Evita con el diputado peronista de izquierda John William Cooke en tiempos previos al cierre del diario La Prensa. El Cooke de Feinmann piensa igual a como luego pensarían los Kirchner sobre los medios de comunicación. Por eso dice a Evita: "La libertad de prensa invocada por los medios es la libertad del imperialismo y la oligarquía contra el pueblo. Nosotros estamos en contra del diario La Prensa, somos enemigos del diario La Prensa y el diario La Prensa es nuestro enemigo". Pero Evita, que no era tan ideologista como Cooke, le pregunta: "¿No será de una dictadura cerrarlo y yo no seré una dictadora? Cooke le responde: "Si una dictadura es una revolución, se justifica que usted sea una dictadora. Pero si no es una revolución es una dictadura y nada más. Apenas eso, lamentablemente".
La que le falta a esta respuesta es que Cooke no define qué cosa tan importante es una revolución como para que justifique hacer lo mismo que una dictadura, pero sin merecer las reprobaciones que merece ésta.
Sin embargo, ese mismo argumento es lo que hoy, retrocediendo décadas en la historia, adopta la izquierda que defiende a Maduro.
Desde esa perspectiva, si Venezuela mata a los opositores o cierra el Parlamento o reprime al pueblo, eso -aunque no sea deseable- no debe ser criticado porque son los costos inevitables -o cuando menos los daños colaterales- de un bien superior como es la revolución.
En cambio, en una democracia burguesa, la mera dispersión de un piquete mediante la policía, es indicio de que esa democracia está haciéndose una dictadura.
Por eso son las mismas personas las que dicen que hoy Argentina está entrando en una dictadura mientras rechazan absolutamente aplicar ese término a Venezuela. Y no es porque Venezuela sea una democracia sino porque, para ellos, es una revolución.
Al principio la izquierda dudó. Acostumbrada a vivir en un mundo sin muro de Berlín y con la democracia creciendo en todos lados, supuso que Maduro se estaba excediendo o desviando del camino trazado por Chávez, ya que ahora busca seguir gobernando en minoría, por lo cual es inevitable reprimir. Lamentablemente, al final, esta izquierda, en vez de animarse a decir que hoy Venezuela ya no es más de izquierda, decidió jugarse el todo por el todo para justificar que sigue siendo una revolución aunque debería ir contra toda lógica y todo sentido común.
Para ello, en vez de criticar sus excesos o errores, decidieron interpretarlos desde la lógica revolucionaria. En esta interpretación, Venezuela ya superó la etapa democrática burguesa progresista (de la cual, aunque lo intentaron, nunca pudieron salir los Kirchner), puesto que han subido a una etapa superior, la revolucionaria. Y si se está peor es porque se está mejor, porque el sistema es el mejor. El desabastecimiento, la represión, y todo lo malo es porque al ser el mejor de todos, la derecha interna y el imperialismo externo lo enfrentan con mayor fuerza. Lo agreden y lo critican porque quieren destruir al máximo experimento revolucionario del siglo XXI en América Latina. Los enemigos de la revolución se dieron cuenta de quién la expresa hoy. Y van por ella.
Ese razonamiento, que hoy choca contra el sentido común, era muy común antes de la caída del muro pero luego entró en desuso (salvo en películas como la de Feinmann). Aunque hoy se lo pretende revivir diciendo que la democracia revolucionaria es más perfecta que la burguesa porque logra lo que la burguesa no puede lograr: la unanimidad popular. Eso es Cuba y ahora, con su Asamblea Constituyente, Venezuela va por el mismo camino. Ya no habrá más votaciones con votos a favor y en contra. Desde ahora votarán sólo los que votan a favor. Esos serán los únicos políticamente existentes; el resto será el enemigo. Aunque suene absurdo o gracioso, eso es estrictamente lo que hoy se debate en Venezuela: si una Asamblea Constituyente donde sólo votaron los que estaban a favor, tiene legalidad y legitimidad.
Así piensan los que hoy defienden al gobierno venezolano. Como para Cooke con Evita, para ellos Maduro no es un dictador aunque sus políticas se parezcan mucho a las de una dictadura. No son de una dictadura porque:
1) La dictadura es una élite que asaltó violentamente el poder en contra de todo el pueblo, mientras que acá es una parte del pueblo, supuestamente la más “popular” (la no infiltrada ideológicamente por el enemigo a través de la prensa) que asume la representación del todo.
2) En una dictadura nadie vota, ésa es su unanimidad. En una revolución la unanimidad se logra votando únicamente por la revolución, porque hacerlo en contra es votar por la contrarrevolución.
3) Para un revolucionario de este tipo, la democracia burguesa es mejor que una dictadura porque, al menos, aunque en ella de hecho siga gobernando la oligarquía, hay libertad de expresión en parte, con lo cual el revolucionario tiene un espacio para expresarse. Pero eso no sirve en una revolución porque en una revolución sólo habla el pueblo, no el enemigo. Una extraña revolución donde se permite hacer a los demás lo que no se quiere que le hagan a uno.
4) A la democracia de fondo (ésa que defiende los intereses del pueblo) se le permite suprimir, si es necesario, la democracia de forma, del mismo modo en que es más importante el sustantivo que el adjetivo. En una democracia burguesa hay que exigir que se cumpla hasta el último atisbo de legalidad para que ella no se vuelva una dictadura, pero en una democracia revolucionaria lo importante son los objetivos, no la legalidad formal. O sea, una revolución puede ser democrática o dictatorial, lo mismo da, mientras sea una revolución. A ella se le puede perdonar cualquier desviación, mientras que a la democracia burguesa, ninguna.
Así, aunque adopte métodos dictatoriales, la revolución es casi lo opuesto a una dictadura porque está a favor de los más y más pobres, mientras que la dictadura está al servicio de los menos y más ricos. En todo caso, es una dictadura del pueblo. Algo que hoy suena demodé, pero que tuvo muchos seguidores en el siglo XX.
Hasta aquí todo bien, pero seguimos sin contestar lo central del argumento de Cooke. ¿Quién define quién representa a los más por sobre los menos, a los pobres por sobre los ricos? Pues lo define la revolución. Pero ¿quién define la revolución? La define la teoría revolucionaria. Pero entonces, ¿quién interpreta la teoría revolucionaria? Pues, los revolucionarios. Con lo cual todo es como dice Cooke: la revolución es un acto de fe de los revolucionarios en que se está viviendo una revolución. Aún así, para que su definición no sea tan endogámica, hay algunas cosas que la identifican para todos los mortales:
1) La democracia es una forma de gobierno mientras que la revolución es una forma de vida. La revolución inglesa, norteamericana, francesa o argentina de los siglos XVIII y XIX implicaban cambiar un sistema por otro de acuerdo a las exigencias de la evolución. O sea, en esos casos, la revolución era la etapa de tránsito de un sistema con una legalidad a otro con otra legalidad. Pero en el siglo XX la idea de revolución sufrió un cambio radical, tanto en Rusia como en China: la revolución ya no fue el tránsito que puede justificar excepcionalidades por un breve tiempo, sino que la revolución devino per se el nuevo sistema que justifica la excepcionalidad como parte esencial del mismo. Vivir en un régimen revolucionario de este tipo es vivir siempre en estado de excepción. Con ese viejo argumento de la vieja izquierda se busca justificar y defender a Venezuela.
2) La democracia busca normas de comportamiento legales y poner límites al poder. No se mete en la vida privada de las personas salvo para inculcarles, mediante la educación, el respeto por lo público, o sea lo que es de todos. Mientras, la revolución lo que quiere es crear un hombre nuevo y se mete muchísimo en la vida privada de los hombres, porque necesita modelarlos. No educarlos a partir de lo que son para que puedan vivir en sociedad, sino a partir de lo que la revolución ha decidido que deben ser.
3) El “relato” en una democracia republicana es la Constitución, o sea la memoria histórica institucionalmente establecida de todas las generaciones anteriores desde la fundación de la patria. La revolución, en cambio, tiene una memoria histórica propia, facciosa basada en la doctrina o ideología con que se impuso, no en la acumulación generacional. Por eso viven inventando relatos e incluso contradiciendo unos contra otros. El relato se hace y se rehace de acuerdo a las necesidades circunstanciales de la élite dominante, como si fuera de plástico.
Aun así, aunque uno no esté de acuerdo con esta idea de revolución y aunque históricamente hayan fracasado los que la adoptaron, las revoluciones fueron una cosa seria como lo demostró, en el siglo XX, un verdadero revolucionario como León Trotsky quien -en su utopía- creía que la revolución es permanente o no puede ser nada. Por eso acusó a Stalin como desviacionista, como alguien que había transformado la revolución en dictadura, ya ni siquiera del proletariado sino del partido. Eran otros tiempos.
Hoy, en esta caricatura de revolución con la que alguna izquierda retrógrada quiere justificar al caos venezolano (porque eso es lo de Maduro, ni dictadura ni democracia ni revolución, sino puro caos) ni siquiera aparecen los revolucionarios que acusen la desviación de la revolución de Maduro con respecto a Chávez, ya que este señor que hoy comanda Venezuela acaba de hacer trizas la propia Constitución chavista que consideraba sagrado el voto popular. Y la acaba de destrozar mediante una Asamblea Constituyente en la que el voto deja de ser universal para devenir corporativo o partidario. Un voto al que sólo acceden los que están a favor del gobierno. Una auténtica farsa como lo son todas las segundas partes de las tragedias cuando quieren revivir el pasado y sólo logran transformarse en muertos vivos.