La Universidad de la falsa conciencia - Por Héctor Ghiretti

La Universidad de la falsa conciencia - Por Héctor Ghiretti
La Universidad de la falsa conciencia - Por Héctor Ghiretti

Hoy se realizan elecciones en la Universidad Nacional de Cuyo, coincidiendo con el centenario de la Reforma de 1918, acontecimiento tutelar que supuso la refundación de la universidad pública.

La Reforma es un hecho lo suficientemente controvertido como para asumirlo en un sentido puramente celebratorio. Sin embargo no parece haber en el país autoridad universitaria dispuesta a revisar críticamente sus postulados.

Las autoridades de la UNCuyo decidieron conmemorar el aniversario con un lema que resume los principios reformistas: "Cien años de universidad pública, gratuita y de calidad". Adicionalmente está siendo aprovechado por los candidatos en pugna como motivo de campaña. ¿Acaso se trata de principios realmente encarnados en la Universidad? ¿Son ideales que buscan realización? Quizá sea un buen momento para analizarlos.

Pública

Se dice que un bien o servicio es público cuando está abierto al uso y disfrute de todos. En ocasiones existe algún requisito para acceder a ellos. En el caso de la Universidad es necesario poseer un nivel determinado de conocimientos y hábitos, usualmente validados por instituciones correspondientes.

Si el acceso al bien es bloqueado por razones que no corresponden a la índole del mismo, deja de ser público. Es lo que sucede en la Universidad pública argentina: el criterio real de acceso no es el saber sino el nivel socioeconómico.

Si tomamos los datos más optimistas (los hay bastante peores, con razones atendibles), sólo el 19% de la población universitaria pertenece al quintil socioeconómico más bajo.

La Universidad argentina dejó hace tiempo de ser factor de movilidad social ascendente. Una afirmación cautelosa sería decir que reproduce en su seno la exclusión social reinante: en lo personal creo que la potencia.

El progresismo se ilusiona con una Universidad que integra minorías o género, pero se olvida de la exclusión fundante. Cuando se dice "Universidad pública" lo que se está diciendo en realidad es "Universidad estatal". Lo estatal usualmente es parte de lo público. A veces no. Este es un caso.

Gratuita

Lo anterior revela que la educación universitaria tiene su costo. No es gratuita. No lo es para los alumnos, que tienen que disponer de materiales, transporte, manutención, además del tiempo necesario que se escatima a realizar actividades remuneradas. Se denomina costo de oportunidad. Para alumnos de clase media-alta es irrelevante. Para los de clase baja se vuelve crítico.

Tampoco es gratuita para quienes financian con impuestos regresivos la educación superior pero no pueden -ni ellos ni sus hijos- acceder a un grado universitario.

En la Argentina los pobres financian la educación a los ricos. "Gratis" en este contexto quiere decir que unos usan y disfrutan, mientras que otros pagan.

El principio de gratuidad aplicado a las instituciones públicas dispara conductas irresponsables. En el caso de la Universidad lo peor no es, como pudiera suponerse, el proceder de los alumnos, sino el de los directivos. El promedio de egresados por cada 100 alumnos en universidades nacionales es de 25. Es el peor de la región: por cada 4 alumnos egresa 1. Hay universidades que lo hacen mejor, como la UBA, que está en 67. La UNCuyo, según datos de 2013, estaba en 38: más o menos.

Si tomamos el promedio nacional, hay un universo enorme de alumnos que abandonan sus estudios. Estas catastróficas cifras coexisten con el alucinante principio de ingreso irrestricto. Se dispone de ingentes recursos humanos y materiales para acoger un enorme volumen de alumnos. La implacable selección se da en los primeros años, con su carga tremenda de frustración y de desequilibrio financiero. El ingreso irrestricto sólo sirve para engordar el presupuesto.

El discurso de la gratuidad coexiste graciosamente con la consabida idea de que es necesario ver la educación como una "inversión" y no como un "gasto". Raro, ¿no?, porque la gratuidad supone que no hay compromiso de recursos.

Lo decisivo para saber si se trata de una inversión es si el beneficio excede al gasto. A principios de los noventa Ángel Ginestar, profesor de la Facultad de Ciencias Económicas, desarrolló un método para estimar el costo por egresado. En algunas carreras, las cifras de entonces eran realmente escandalosas. ¿Qué resultados arrojaría hoy, con un 25% de eficacia terminal como promedio nacional?

Y eso sin mencionar a quienes reciben el beneficio de la inversión, que como ya vimos no coincide con quienes pagan el costo. Así que cuando dicen "Universidad gratuita" en realidad están diciendo "Universidad no arancelada". Que es otra cosa.

De calidad

La calidad entendida como mayor perfección de una cosa supone una relación comparativa. Cuando se afirma que la educación universitaria pública es "de calidad", ¿con qué la están comparando? ¿Con otras universidades públicas, con las privadas, con las de otros países? ¿Con otro tipo de formación terciaria? El término de referencia es importante.

Se nos dice que la UNCuyo está en proceso continuo de autoevaluación, lo cual es una practica muy sana, pero es sabido que nadie es buen juez en causa propia. Insisten en que buscan una Universidad abierta al mundo, de vanguardia, integrada a los circuitos mundiales del saber. Pero no parecen estar igual de dispuestos a aceptar un proceso de evaluación con estándares internacionales. Ofrecen demasiado al mundo para lo poco que quieren tomar de él.

Cuando dicen "educación universitaria de calidad" hay que preguntarles cuál es el término comparativo. Pueden haber sorpresas.

Una nueva reforma

Tomando distancia de la discusión, resulta increíble que haya que seguir explicando estas cosas básicas. Y es inevitable preguntarse cómo es posible que estos falsos principios se mantengan incólumes como fundamentos de una institución que debería destacarse por su espíritu analítico y su rigor científico. Ni siquiera operan como benéficas ficciones orientadoras.

Entonces, ¿quo bono? ¿A quien beneficia este complejo de fantasías institucionales? No ciertamente a la función que la Universidad debería desempeñar en la sociedad. ¿Qué calidad de gobierno o gestión cabe esperar de directivos con un nivel tan atroz de disonancia cognitiva? ¿Qué prácticas se ocultarán bajo principios igualmente disociados? ¿Qué tipo de educación se impartirá a partir de esta falsa conciencia? El panorama es desalentador: en ninguna candidatura en juego se aprecia el suficiente coraje o sentido crítico como para desafiar esta ideología enmascaradora. Ninguna se atreve a abrir el debate imprescindible.

Quien vote hoy, 7 de junio, por alguna de las fórmulas para rector votará -deliberadamente o no- por la reproducción de este complejo de creencias infundadas del que no cabe esperar nada bueno. Es claro que la reforma de la Universidad clasista, burocrática, demagógica y prebendaria no vendrá de quienes detentan (sic) el poder. Tampoco de quienes se lo disputan.

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