Por Luis Alberto Romero - Historiador. Especial para Los Andes
“Unir a los argentinos” es uno de los tres grandes objetivos de gobierno que Macri propuso ante la Asamblea Legislativa. Es un propósito más general e inspirador que los otros dos: reducir la pobreza y limitar el narcotráfico. ¿Cómo hacerlo? Macri está convencido de que los argentinos solo podrán avanzar si marchan juntos. Para eso, hay que dejar atrás viejas divisiones y querellas, y sobre todo resolver todas las cuestiones de la herencia recibida, de las que hizo un balance contundente pero genérico.
Sospecho que, en el futuro, este tema no reaparecerá en sus discursos. A diferencia de Menem o de los Kirchner, quienes durante diez años se refugiaron en el recuerdo del “infierno” anterior, Macri probablemente se concentrará en lo que hay que hacer para alcanzar el esperanzador horizonte que dibujó al final de su discurso. Para eso necesita que lo acompañen todos, incluso muchos de los responsables de lo ocurrido.
El Gobierno está en su derecho; actuar así es parte de su responsabilidad. ¿Eso significa que todos debamos dar vuelta la página? Una cosa es olvidar las ofensas, pasadas y presentes, y abrirse al diálogo conciliador; otra muy diferente es ignorar un pasado que comprendemos mal y que obstinadamente nos mantendrá desunidos.
Para unirnos tenemos que entender qué nos pasó y diferenciar las causas cercanas de otras lejanas, más profundas. Para elegir un rumbo y avanzar hay que interrogar al pasado; más aún, cuanto más profunda sea la mirada hacia atrás, más claro se nos aparecerá el camino que queremos emprender.
Comencemos por la pregunta más general: ¿qué le pasó a la Argentina? Muchos compartimos la impresión de que la Argentina supo ser un país mejor, y que su rumbo cambió. La respuesta fácil, pero muy poco útil, consiste en fijar una fecha, encontrar un responsable y cerrar el debate, preferentemente con la voz elevada, alguna interjección y el gesto rotundo.
Pero la historia transcurre en muchos planos diferentes, y cada uno tiene sus propios tiempos y sus propias coyunturas. En el caso de la pobreza, probablemente “siempre hubo pobres”; pero hacia 1970 la Argentina tenía muy bajas tasas de desempleo, y en medio siglo se llenó de pobres desocupados. ¿Desde cuando los presidentes dilapidan los recursos públicos para ganar las elecciones siguientes? ¿Desde cuándo nuestro Estado está derruido, colonizado y maniatado por los intereses? El kirchnerismo contribuyó bastante, como sugirió Macri, pero el problema es mucho más antiguo. ¿Desde cuándo se cree que la ley es algo bueno pero que no hay obligación de cumplirla siempre? Así opinó casi la mitad de los entrevistados en una reciente encuesta sobre cultura política.
Estas son algunas de las muchas puntas del iceberg de la decadencia argentina. Es difícil salir adelante sin tener alguna respuesta que las englobe. No es el gobierno el que tiene que hacerse cargo de esta tarea, sino nosotros, los ciudadanos, proponiendo ideas y discutiéndolas.
Otras preguntas, más urgentes, se refieren al “pasado que duele”: los traumáticos sucesos de la década de 1970. Hoy hay menos experiencia directa y mucha más “memoria” construida de lo ocurrido, usada ampliamente con propósitos políticos. Nada excepcional: esa es una de las funciones del pasado. Pero esas memorias en conflicto, que se despliegan militantemente, constituyen hoy un obstáculo importante para la unión de los argentinos.
Absorber el trauma requiere que todas las posiciones se expliciten y confronten; a la vez, que haya un esfuerzo más calmo, sine ira et studio, para entender globalmente lo ocurrido, que va mucho más allá de las experiencias de los militantes, los represores y los deudos de las víctimas. Otra vez, la tarea del gobierno debe limitarse a facilitar este proceso, cuyos protagonistas somos nosotros.
La última pregunta, más cercana aún, la formulo en términos personales, aunque no creo ser el único: ¿qué les pasó a “ellos”, los que asumieron el kirchnerismo como una militancia total, sectaria y confrontativa? Una parte importante vive en los ambientes académicos que fueron los míos, y hemos coincidido en muchas cosas durante muchos años hasta que, en un momento, casi sorpresivamente, se me volvieron extraños.
No me alcanzan las explicaciones personales pues cada uno es un caso. Se me ocurren dos hipótesis, unidas a la historia del país, que no se excluyen. Una refiere al secular arraigo de una cultura política unanimista, que coloca a sus adversarios en el campo de los enemigos del pueblo. Creo que es uno de los rasgos profundos de la Argentina moderna, y que el kirchnerismo es solo su más reciente figuración.
Otra se relaciona con un Estado dadivoso y prebendario, del que muchos tratan de vivir. Administrando recursos escasos, el Estado fomenta entre la gente de ideas un faccionalismo corporativo, no ya de ideas sino de intereses, pues todos compiten por la misma caja.
Ninguna de las dos respuestas me satisface completamente. Espero que “ellos” se estén haciendo las mismas preguntas, con las mismas dudas que yo. Quizá entonces podamos conversar y aportar algo a la unión de los argentinos. Por ahora no.
Sabiendo de dónde venimos y tratando de saldar las viejas deudas, que pesan tanto como la de los holdouts, podremos ponernos en marcha ¿Hacia dónde exactamente? Creo que el Gobierno tiene claro el primer tramo: la normalización institucional -algo que fue el arca de la alianza de sus votantes-, la reconstrucción del Estado, con todo lo que ello implica, el reordenamiento de la economía, confiando en que esto libere los impulsos creadores, y finalmente el comienzo -solo eso- de la reintegración social.
Hasta ese punto nuestra visión del pasado, aún imprecisa, nos permite ver con claridad el futuro y acompañarlo pues es fácil coincidir con esta orientación general, salvo desde una mirada sesgada y facciosa. De allí en más todo está por discutirse, con este gobierno o con otro, en un país ya normalizado y que haya recuperado la capacidad de entender su pasado y pensar en su futuro.