La única verdad es la realidad

La única verdad es la realidad
La única verdad es la realidad

Umberto Eco se pasó toda su vida estudiando la gran credibilidad que las conspiraciones suscitan en la gente, a pesar de que la mayoría de ellas con el tiempo se verifican falsas o fracasadas.

El gran escritor italiano solía decir que las conspiraciones suelen fracasar porque para que triunfen se necesita que un grupo de personas se pongan de acuerdo en hacerlas y no revelen sus intenciones.

Y eso casi nunca ocurre, porque lo más difícil para el ser humano es ponerse de acuerdo unos con otros, más por un lapso prolongado, y peor aún sobre un tema secreto.

En su libro sobre las conspiraciones, “El cementerio de Praga” (2010), Eco analizó profundamente el porqué de explicar casi todo lo que pasa en el mundo a partir de conspiraciones secretas. Y es porque para el espíritu humano, aunque suene contradictorio, es más creíble lo increíble que lo creíble.

Como si con ello lograra la esperanza que le niega un mundo frío, duro, escéptico e implacable. La conspiración es el modo explicativo que tienen aquellos que necesitan creer. Es un acto de fe que se intenta explicar racionalmente.

"Es preciso que las revelaciones sean extraordinarias, perturbadoras, novelescas. Sólo así se vuelven creíbles y suscitan indignación", sostiene Eco. Y ello tiene una gran explicación psicológica: "Puesto que nadie piensa que sus desventuras puedan ser atribuidas a su poquedad, tendrá que encontrar un culpable".

Lo que ofrece la conspiración es al culpable secreto de nuestros males, en particular los referidos a causas relacionadas con nuestra estupidez, diría Bioy Casares. O a nuestra poquedad, como dice Eco. Es una forma de convertir la torpeza con la que solemos actuar los seres humanos en una expresión de heroicidad.

O como sigue diciendo Eco: "Es necesario un enemigo para dar al pueblo una esperanza". Y lo cierto es que en nuestros esquemas de pensamiento, aunque estén reñidos con la realidad, no hay nada más fácil que inventar un enemigo: "Para acorralar a un espía o a un conspirador, no es necesario encontrar pruebas; es más fácil y más económico construirlas, y, si es posible, construir al espía mismo".

Que de todo eso se trató el caso Maldonado, más allá de que aún toda la verdad no se reveló, pero por primera vez en casi tres meses la está intentando revelar la ciencia y no la teoría de la conspiración con que se cubrió la desgracia del joven desaparecido desde el primer día.

Como que durante todo este tiempo el “relato” hubiera reemplazado a la realidad a lo largo y a lo ancho del país, en los que piensan de un modo y los que piensan de otro. El ser humano concreto se transformó en un símbolo de primer orden que venía a confirmar todos nuestros prejuicios.

Se lo mitificó como héroe émulo del Che Guevara o villano alborotador, lo mismo da. Su joven y frágil cuerpo pasó a ser manipulado, en la imaginación de los conspiradores, por crueles mapuches o perversos gendarmes que lo llevaron de un lugar a otro para esconderlo durante estos terribles meses, y que luego lo plantaron en el río con absoluta impunidad.

Pero bastó menos de un día del cuerpo en manos de la ciencia en vez de en posesión de la conspiración, para que, sin saber aún la verdad definitiva, la única hipótesis no admitida por nadie (tanto que cuando el ex juez del caso, se atrevió a insinuarla fue echado a patadas de su cargo) pasa a ser la más factible: la de que el chico puede haberse ahogado sin intervención de terceros. Tal vez sí, tal vez no.

Aún las pericias sobre el cuerpo podrán decir muchas otras cosas, pero llama la atención la diferencia sustancial entre las hipótesis cuando el joven desapareció y todo quedó librado a la imaginación de todos, con las hipótesis cuando el cadáver apareció y la imaginación debió ceder paso a una realidad en principio inmensamente menos imaginativa que la imaginación. Como si otra vez la conspiración en la que todos creímos no hubiera tenido lugar. Aunque eso no nos impida seguir creyendo que Yabrán no murió o que Néstor no fue enterrado.

Como de costumbre, la que le dio piedra libre a la divulgación del mito fue la gran creadora argentina del relato nacional y popular, Cristina Fernández de Kirchner, cuando decidió encarar todo el segundo tramo de su campaña electoral colgándose de Maldonado.

Por eso dijo:  "La Gendarmería Nacional es la misma que en diciembre de 2015. Lo que cambió es el Gobierno. Las fuerzas sólo reciben órdenes. Lo que cambiaron son las órdenes".

Con lo que afirmó con claridad supina que las órdenes de la desaparición de Maldonado las dio el gobierno, o sea Macri, y hasta explicó las razones: "Quizás la causa por la desaparición forzada de Santiago sea demostrar poder frente a los manifestantes".

O sea, el poder agredió el cuerpo de Santiago para imponer terror sobre el pueblo y así poder seguir reprimiendo. Dulces palabras para todos los que piensan que hemos vuelto a vivir en dictadura.

Como el “demócrata” venezolano Nicolás Maduro, que justo ayer emitió un comunicado donde “deplora que en la República Argentina de hoy la justa protesta social se salde con métodos que rememoran los más oscuros episodios de represión y violación sistemática de los derechos humanos de la época de la dictadura en ese país". Olvidándose de los mucho más de cien venezolanos asesinados por la represión de su gobierno. Canallada y canalla al más alto nivel.

Pero cuando la conspiración prende, no sólo de un lado caen las fichas, sino de todos. Por eso, con similar delirio conspiracionista, Elisa Carrió se tragó la fábula de que los mapuches eran los culpables de la desaparición de Maldonado y que quizá lo tenían escondido en Chile, contra toda evidencia y contra todo sentido común.

Pero eso es apenas la lógica conspiracionista con la que pensaron las dos damas mayores de la política argentina. Detrás y por debajo de ellas miles de personas se dejaron arrastrar por tales conspiraciones fabulosas donde héroes, villanos, monstruos y salvadores pulularon a sus anchas por la Argentina preelectoral creando mundos imaginarios absolutamente determinados por nuestros prejuicios.

Por los relatos con los que malamente intentamos explicar una realidad que los excede. Realidad que es menos fabulosa y mucho más gris de lo que pensamos e imaginamos, o queremos pensar e imaginar.

Pero que sigue siendo la única verdad. Y que sólo cuando la aceptemos comenzaremos a ser un país razonable.

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